Maria Branyas, que era la persona más anciana del mundo cuando murió en Olot en 2024 con 117 años de edad, tenía en aquel momento una edad biológica equivalente a 94 años. Así lo indica una investigación que ha analizado las muestras de sangre, saliva, orina y heces que Branyas donó a la ciencia y que revelan los secretos de su longevidad extrema.
Los resultados “aportan una nueva visión a la biología del envejecimiento humano, sugieren biomarcadores de un envejecimiento saludable y estrategias potenciales para aumentar la esperanza de vida” en la población general, destacan los autores de la investigación en Cell Reports Medicine, donde hoy presentan sus resultados.
“Era una persona muy vieja y muy sana”, declara a La Vanguardia Manel Esteller, investigador del Institut de Recerca contra la Leucèmia Josep Carreras y director del trabajo, en el que han participado más de veinte instituciones científicas de España, Estados Unidos y el Reino Unido. “Por primera vez hemos podido diferenciar los factores relacionados con el envejecimiento biológico de las enfermedades asociadas al envejecimiento. Hemos demostrado que envejecimiento y enfermedad no tienen por qué ir juntos”.
Maria Branyas murió sin enfermedad, destaca Esteller. Pero en 2023 tenía biomarcadores de envejecimiento extremo que presagiaban que llegaba al final de su vida. Tenía unos telómeros extraordinariamente cortos, lo que indicaba que la capacidad de división de sus células se estaba agotando (ya que la longitud de los telómeros, que se encuentran en los extremos de los cromosomas, indica el número de divisiones que le quedan a una célula).
Otro indicio de envejecimiento extremo es que muchas células madre de la sangre le habían dejado de funcionar (un fenómeno conocido como hematopoyesis clonal). Y algunas de las que funcionaban producían los llamados linfocitos B asociados a la edad.
Maria Branyas tenía una edad biológica de 94 años cuando murió a los 117
Pero disfrutaba de buena salud, con niveles bajos de inflamación, una gran capacidad de eliminar residuos de las células (o autofagia), niveles de colesterol óptimos y una población de células inmunes T propia de personas jóvenes, lo que posiblemente contribuyó a que superara la covid con 113 años. Tenía “uno de los metabolismos de lípidos más eficientes que se han reportado [y] una excelente salud cardiovascular”, escriben los investigadores en Cell Reports Medicine.
“También tenía muy buena memoria y ningún signo de demencia”, añade Esteller, que la conoció en la última etapa de su vida. “Nos dijo: ‘¡estudiadme por favor, para que pueda ayudar a otros!’”
Nacida en San Francisco (EE.UU.) en 1907 y residente en Catalunya desde 1915, Maria Branyas murió a la edad de 117 años y 168 días, lo que la convierte en la octava más persona más longeva de la historia cuya edad está documentada, y la más longeva de España. El récord corresponde a la francesa Jeanne Calment, fallecida en 1997 a los 122 años. Era una supercentenaria, categoría que define a las personas de más de 110 años. Su edad biológica se ha estimado en 94 años a partir de relojes epigenéticos, que analizan patrones de metilación en el ADN que cambian de manera predecible con la edad.
La investigación ha revelado que tenía un genoma privilegiado, con presencia de numerosas variantes genéticas que favorecen una buena salud y ausencia de variantes que favorecen enfermedades.
Heredó una rara variante que, según datos de estudios en gusanos, aumenta la longevidad; otra que, según estudios en moscas, favorece la reparación del ADN y también la longevidad; tenía otras raras variantes genéticas relacionadas con una buena función inmune y una buena salud cerebral; y otras que favorecen la producción de energía en las mitocondrias minimizando el estrés oxidativo.
El caso de la supercentenaria demuestra que se puede envejecer sin enfermar
“No hay un único proceso biológico asociado con el envejecimiento saludable y la longevidad [de Maria Branyas], sino una combinación de variantes raras en múltiples genes que, trabajando de manera coordinada, probablemente favorecieron su longevidad extraordinaria”, escriben los investigadores.

Maria Branyas, en 2019
Pero una herencia genética privilegiada no es suficiente para llegar a una edad avanzada con buena salud, advierte Esteller. Además, conviene sortear las agresiones ambientales que propician enfermedades y acortan la vida. El médico e investigador destaca que Maria Branyas ni fumaba ni bebía, había caminado con frecuencia mientras su movilidad se lo había permitido y había tenido desde hacía años una dieta saludable.
El análisis de su microbioma intestinal ha detectado una sorprendente abundancia de bacterias saludables, como las del género Bifidobacterium, que suelen declinar en personas mayores pero que en Maria Branyas se mantenían en niveles altos. Asimismo, se ha detectado una escasez de bacterias perjudiciales, que suelen aumentar con la edad pero que en ella se mantenían en niveles bajos.
Las raras variantes genéticas que tenía Maria Branyas pueden inspirar el desarrollo de terapias que alarguen la vida
Cuando Esteller la conoció, Maria Branyas comía tres yogures al día, sin azúcar. Dado que las bacterias presentes en los yogures se consideran beneficiosas para la microbiota intestinal, “creemos que es probable que la ingesta de yogur a través de la modulación del ecosistema intestinal pudo contribuir a su bienestar y edad avanzada”, escriben los investigadores, aunque no saben si también había comido yogures con regularidad cuando era joven.
Aunque Maria Branyas es un caso único, “estos resultados sugieren estrategias para aumentar las expectativas de envejecimiento saludable en la población general”, apunta Esteller.
Las más inmediatas son intervenciones para favorecer los procesos biológicos que permitieron a Maria Branyas envejecer sin enfermar. Estos procesos incluyen baja inflamación, autofagia eficaz y eficiencia mitocondrial. Las medidas que los favorecen incluyen una dieta saludable (tanto en calidad como en cantidad), un estilo de vida físicamente activo y evitar exponerse a sustancias tóxicas.
A más largo plazo, “haber identificado variantes genéticas infrecuentes relacionadas con la longevidad saludable abre la vía a buscar terapias que actúen como estas variantes; es posible que, a partir de estas variantes genéticas, se puedan desarrollar fármacos que aumenten la expectativa de tener una vida larga y sana”, apunta Esteller.