Si hasta ahora se había hablado informalmente de una nueva carrera espacial (esta vez entre los Estados Unidos y China), las declaraciones realizadas por la NASA en las últimas semanas han explicitado, de forma clara, este escenario de competición con dos objetivos clave: volver a situar astronautas en la superficie de la Luna y, posteriormente, hacerlo por primera vez en Marte. Y todo ello antes que lo consiga el rival.
Con una política de presupuestos públicos limitados para la ciencia, un factor que afecta de forma alarmante instituciones como la propia NASA o la Fundación Nacional de Ciencias, la administración Trump apuesta por el impulso de la iniciativa privada para poder alcanzar las metas establecidas. Un claro ejemplo de esta estrategia es la empresa SpaceX (propiedad de Elon Musk), que está diseñando y probando las nuevas naves que transportarán astronautas hasta el suelo lunar y luego al planeta rojo.
En este contexto, la agencia espacial norteamericana anunció, el pasado 23 de septiembre, que la preparación de la misión Artemis II, que llevará a cuatro astronautas hasta las cercanías de la Luna en lo que se considera el paso previo al retorno humano que intentará Artemis III, avanza deprisa y podría lanzarse en febrero de 2026, más pronto de lo que se preveía inicialmente.
Medio siglo después
La última vez que los humanos pisamos nuestro satélite natural fue en 1972 (Apollo 17). Aquellas épicas misiones eran extraordinariamente peligrosas, realizadas con tecnologías precarias que sólo permitían estancias de muy corta duración (de apenas horas) en la superficie lunar. Y todo ello soportado por un enorme esfuerzo económico.
El astronauta norteamericano Gene Cernan posa junto a la bandera de su país y al módulo de descenso del Apollo 17, en 1972
Estos dos factores, el elevado riesgo y la necesidad de gran cantidad de recursos financieros, explican el por qué la vuelta humana a la Luna habrá esperado tanto. Y, esta vez, los norteamericanos planean hacerlo con medios técnicos mucho más fiables y con una mayor contribución del tejido empresarial del país.
Artemis
En 2017, los Estados Unidos anunciaron el inicio del programa Artemis que, estructurado en varias fases, persigue no sólo llegar de nuevo a la Luna, sino también establecer bases permanentes en nuestro satélite. El primer paso se materializó el 16 de noviembre de 2022, cuando se lanzó, sin tripulación, la misión Artemis I para probar las nuevas naves: el potente cohete SLS y la cápsula Orión. El vuelo se consideró un éxito, aunque se detectaron diversos problemas técnicos, ninguno de ellos aparentemente grave.
La segunda fase de la iniciativa será Artemis II, misión en la que cuatro tripulantes viajarán hacia la Luna para efectuar un giro completo y luego retornar (los astronautas seleccionados son Reid Wiseman, Victor Glover, Christina Koch, junto con el canadiense Jeremy Hansen). La fecha oficial para el lanzamiento se ha fijado para abril de 2026, aunque el pasado 23 de septiembre la NASA anunció que el vuelo podría adelantarse a febrero del próximo año.
La tripulación de la misión Artemis II. De izquierda a derecha: los norteamericanos Victor Glover, Christina Koch y Reid Wiseman, junto con el canadiense Jeremy Hansen
Pero sin duda, el punto álgido del programa es Artemis III, que colocará cuatro astronautas en órbita lunar en el interior de la cápsula Orión, desde donde dos de ellos descenderán a la superficie con la ayuda de una nave Starship de SpaceX. Según la NASA, esta histórica misión, que comporta un nivel de complejidad muy superior a las anteriores, se llevaría a cabo a mediados de 2027.
Una de las pruebas que SpaceX ha realizado, recientemente, con la nave Starship
El potente rival asiático
China ya es la segunda potencia en el espacio por presupuesto y anunció, en 2025, que sus planes eran situar astronautas en la Luna hacia el año 2030, una fecha que no se aleja demasiado de la fijada por los Estados Unidos.
Tres astronautas chinos en la estación espacial Tiangong, la nave que el país asiático mantiene en órbita terrestre
Ante este escenario, el administrador general en funciones de la NASA, Sean Duffy, declaró, hace unas semanas, que la prioridad de la administración Trump era consolidar y mantener el liderazgo en el espacio de los Estados Unidos, remarcando que, en ningún caso, permitirán que China alcance sus objetivos estratégicos antes que ellos. Además, se refirió al contexto actual como una nueva carrera espacial.
Sin apenas margen
Pero si alguna cosa ha demostrado el gigante asiático es su capacidad para conseguir hitos desafiantes. Por ejemplo, en 2019 una misión de esta nacionalidad, transportando un robot, se convirtió en la única hasta el momento que ha aterrizado en la cara oculta de la Luna. Y en 2021, China situó, en su primer intento, un rover en la superficie de Marte.
El robot chino Zhurong aparece posado en la superficie marciana, en 2021, junto con su módulo de descenso
Así, el calendario fijado por China no deja mucho margen de maniobra para que los norteamericanos puedan testear y perfeccionar sus nuevos vehículos espaciales sin incurrir en retrasos. Ello justifica el intenso ritmo de ensayos que SpaceX está realizando con su Starship (hace tan sólo unas semanas se completó el décimo vuelo de prueba de la nave, con resultados exitosos pero aun muy limitados).
Y también explica la prioridad que los Estados Unidos han otorgado al programa de vuelos tripulados en detrimento de otros proyectos exploratorios que han visto reducidos sus recursos económicos (como es el caso de la misión de transporte de muestras de Marte a la Tierra para estudiar la presencia de vida pasada en el planeta rojo).
Por tanto, todo indica que nos encontramos en lo que parece ser una reedición de la carrera espacial original del siglo pasado, en la que China, reemplazando a la antigua Unión Soviética, competirá con los Estados Unidos para dominar el espacio y conseguir una posición de privilegio que puede ofrecer ventajas, tanto desde el punto de vista militar como también para una eventual explotación de los recursos económicos del cosmos.
