Durante años, la disminución de la fertilidad femenina se ha explicado casi en exclusiva por el deterioro de los óvulos. Sin embargo, un estudio liderado por la Universidad de California en San Francisco (UCSF) y el centro de investigación Chan Zuckerberg Biohub San Francisco, muestra que la historia es más compleja. Los ovarios no son simples almacenes de óvulos que se agotan con la edad, sino un ecosistema dinámico en el que nervios, células de soporte y tejido conectivo juegan un papel decisivo en la maduración de los óvulos y en el envejecimiento reproductivo.
El trabajo, presentado hoy en la revista Science, aporta el atlas comparativo más completo hasta la fecha de la biología ovárica en humanos y ratones. Para ello, los investigadores desarrollaron una técnica de imagen tridimensional que permite observar los ovarios intactos sin necesidad de cortarlos en láminas finas. Además, aplicaron secuenciación de célula —que permite conocer qué genes están activos en cada célula— y experimentos funcionales en ratones.
Un atlas tridimensional de la biología ovárica
“La fertilidad femenina comienza a disminuir a partir de los 25 años y de forma más marcada después de los 40, cuando las probabilidades de concebir se reducen drásticamente”, recuerda Rocío Núñez Calonge, directora científica del Grupo UR Internacional y coordinadora del Grupo de Ética de la Sociedad Española de Fertilidad. La reserva de ovocitos primordiales (que no se regeneran) condiciona la fertilidad de la mujer, aunque cuantificar exactamente cuántos existen aún resulta complicado.
Las imágenes en 3D obtenidas en el estudio arrojan luz sobre esta dinámica: revelaron que los óvulos humanos no están dispersos de manera uniforme, como se había supuesto, sino agrupados en “bolsillos” rodeados de zonas vacías. Con la edad, esos bolsillos se encogen y la densidad de óvulos disminuye. En ratones, en cambio, los óvulos se distribuyen de forma más homogénea, aunque también sufren un fuerte descenso a partir de la madurez.
Los nervios simpáticos (blanco) crecen junto a los óvulos (verde) en el ovario de ratón (izquierda) y en un fragmento de ovario humano (derecha) en el que se muestra en magenta un gran folículo en crecimiento que contiene un óvulo.
Este hallazgo confirma que, pese a las diferencias reproductivas entre especies, el ratón sigue siendo un modelo válido para entender los mecanismos básicos del envejecimiento ovárico.
El equipo identificó once tipos principales de células en los ovarios, incluidos dos inesperados: células gliales —habituales del sistema nervioso central— y redes de nervios simpáticos, responsables de la reacción de “lucha o huida”, es decir, la descarga fisiológica que prepara al cuerpo para escapar o enfrentarse a un peligro. Ambas estructuras se vuelven más densas con la edad. Cuando los científicos eliminaron genéticamente estos nervios en ratones, observaron que los animales conservaban más óvulos en reserva, pero menos alcanzaban la maduración. Esto sugiere que la red nerviosa regula el momento en que un óvulo comienza a desarrollarse.
Otros protagonistas del ecosistema ovárico son los fibroblastos, células que con el paso de los años desencadenan procesos de inflamación y cicatrización. Sorprendentemente, esta fibrosis aparece en los ovarios humanos mucho antes que en órganos como los pulmones o el hígado.
Impacto del envejecimiento ovárico en la salud general
La secuenciación de cerca de 100.000 células permitió observar que los óvulos experimentan más cambios en su actividad genética que las células que los rodean. En ratones, los óvulos jóvenes son los que más se alteran con la edad, mientras que en humanos los cambios se concentran en las etapas finales de maduración. Esta diferencia ayuda a explicar por qué la calidad de los óvulos humanos cae bruscamente a partir de los 35 años.
Además, los investigadores describen rutas de comunicación entre óvulos y células acompañantes que se modifican con la edad. Algunas de ellas están implicadas en la protección frente al estrés oxidativo o en la correcta división cromosómica, procesos clave para evitar alteraciones genéticas en los embriones.
Los investigadores también detectaron que las rutas de comunicación entre óvulos y células acompañantes se modifican con la edad. El ovario no solo marca el inicio y el final de la vida fértil, también condiciona la salud global de la mujer. “Comprender estos cambios puede ser la clave no sólo para prolongar la fertilidad, sino también para mejorar la salud. Los riesgos de muchas enfermedades relacionadas con la edad aumentan después de la menopausia o la extirpación de los ovarios, y ralentizar el envejecimiento de los ovarios podría ayudar a reducir estos riesgos”, señalan los autores en un comunicado oficial.
Este atlas comparativo se convierte en una referencia para futuros estudios y sitúa al ovario como un órgano clave no solo para la reproducción, sino como un posible “marcador” del envejecimiento en general. Tal como sugiere la Dra. Eliza Gaylord, coautora principal del estudio, “la fuente de la juventud podría ser, en realidad, el ovario”.


