Los profetas de la IA se lucran con el negocio de la salvación
No paran de repetirnos que la inteligencia artificial (IA) lo cambiará todo. Que el mundo tal y como lo conocemos está a punto de desaparecer, engullido por una marea de algoritmos sabios, productivos y, si creemos a sus profetas, incluso sintientes. Los titulares suenan a evangelio: “Bienvenidos a la revolución de la IA generativa”; “La máquina ya piensa”; “Adaptarse o perecer”; “Una nueva etapa para la humanidad”, promete Mark Zuckerberg. Silicon Valley vuelve a vender un futuro feliz, esta vez bajo la forma de una máquina que, aseguran, piensa.
Este entusiasmo tecnológico ya cansa más que sorprende: Silicon Valley lleva décadas prometiendo que la próxima innovación nos salvará. Pero esta vez la promesa es más grandiosa —y más vacía— que nunca. Porque lo que se nos ofrece no es una herramienta nueva, sino un mito: el mito de la IA como sustituto del pensamiento humano.
Peter Thiel, que ha ganado una fortuna con las nuevas tecnologías, uno de los líderes del movimiento contrario a la regulación de la IA
Sin embargo, tras la fascinación inicial, la conversación pública sobre la IA ha adoptado un tono más sombrío. Casi cada semana surge una herramienta que redacta informes, genera imágenes y videos o escribe canciones, y cada semana crece la sospecha de que quizá estamos acelerando hacia un lugar adonde nadie quiere realmente ir. La velocidad a la que avanza la inteligencia artificial genera una mezcla de ansiedad y resignación. Dicen que aumentará la productividad, pero lo que aumenta, de momento, es la precariedad laboral y la pérdida de empleo.
Quizá estamos acelerando hacia un lugar adonde nadie quiere realmente ir
Las empresas celebran la supuesta eficiencia de la IA mientras recortan empleos. Los directivos advierten que la mitad de los puestos de oficina desaparecerán, y al mismo tiempo se nos exhorta a “usar la IA o quedar atrás”. El mensaje es contradictorio pero eficaz: miedo y fascinación en dosis iguales. Por ejemplo, Dario Amodei, de Anthropic, advierte que la IA podría eliminar la mitad de los trabajos administrativos; Marc Benioff, de Salesforce, admite que la mitad del trabajo en su empresa ya lo realiza una máquina; Amazon recientemente anunció una reducción de 30.000 puestos de trabajo; UPS ha recortado 48.000; Meta y Microsoft también han anunciado miles de despidos.
Lo más inquietante es la sensación de inevitabilidad. Aunque realmente todos saben que la IA es enormemente limitada, todos la usan como excusa para ahorrar salarios y así poder seguir invirtiendo cantidades indecentes de dinero en ella, convencidos de que en un futuro cercano generará un retorno de inversiones colosal.
Florecen así las sectas digitales de los convencidos de que una “superinteligencia artificial” muy superior a la humana está a punto de despertar gracias al “progreso exponencial” de la IA. Los profetas de Silicon Valley hablan de este “progreso exponencial” con una fe casi religiosa. Pero la fe tecnológica, como toda fe, necesita milagros y por eso se inventan el milagro de la superinteligencia artificial.
La IA no transformará la mente humana ni salvará el planeta, pero será rentable para las grandes tecnológicas
Esa fe tiene también sus jinetes del apocalipsis. El multimillonario Peter Thiel, uno de los fundadores de PayPal y figura de culto en el universo tecnológico, advirtió recientemente que los críticos de la inteligencia artificial son “legionarios del Anticristo”. En una serie de conferencias privadas sobre cristianismo a las que tuvo acceso el Washington Post, Thiel sostuvo que quienes intentan imponer límites y regular el desarrollo tecnológico están amenazando el futuro de la humanidad.
Su retórica roza lo teológico: la tecnología como fuerza redentora, la regulación como herejía. Este discurso —mitad cruzada espiritual, mitad evangelio corporativo— resume bien el clima ideológico del sector. Silicon Valley ya no vende solo innovación: vende salvación.
El filósofo Nick Bostrom, controvertido padre del largoplacismo, lo formuló así: debemos pensar en la salvación de los “seres” del futuro, no solo los seres humanos sino también seres virtuales conscientes que vivirán lo que Bostrom describe como “vidas plenas y felices” dentro de simulaciones informáticas de alta resolución (sic), aunque eso implique sacrificar a los del presente. Este pensamiento, inspirado en el llamado altruismo efectivo, mezcla ciencia ficción y filantropía. La paradoja es cruel: mientras se fantasea con salvar el futuro de la humanidad, se recortan o precarizan millones de puestos de trabajo en el nombre de una tecnología inmadura que de inteligente solo tiene el nombre.
Quizá no estemos entrando en la era de la inteligencia artificial, sino en la de la necedad: Permitimos que esta tecnología se infiltre en todas partes sin el menor espíritu crítico. No transformará la mente humana ni salvará el planeta, pero será rentable para las grandes tecnológicas. Y, al parecer, eso basta.