El milagro de Silvestre
Memoria de la Barceloneta
De cómo el fundador del restaurante Salamanca le salvó la vida al cantautor Bernardo Cortés

El cantautor Bernardo Cortés con su guitarra en el Salamanca. Foto David Airob

Hace pocos días falleció Silvestre Sánchez a los 88 años, y las aceras de las fachadas del restaurante Salamanca en el barcelonés barrio de la Barceloneta quedaron atestadas de flores, de ramos y de coronas, de lamentos y de recuerdos. Pasabas por al lado y te estremecías. A cualquiera le ponen un post muy bonito y esas cosas virtuales en verdad de mentira.
Porque Silvestre obraba milagros, de veras. Por ejemplo, le salvó la vida a Bernardo Cortés, el cantautor maldito de los chiringuitos de aquella Barcelona desaparecida. Me lo contó una vez el propio Cortés sentado frente a una de las mesas de este establecimiento decorado a la vieja usanza con tantas fotografías de famosos. Silvestre rondaba por allí, pero se mantuvo al margen.
Un accidente laboral, una muerte cruel, lo reventó todo en mil pedazos… Y Cortés se hundió en el alcohol.
Sí, Silvestre le salvó la vida a Bernardo. La verdad es que el relato resulta un tanto confuso, y a buen seguro que tendrá alguna inexactitud, fijo que más de uno se muestra incrédulo ante estas palabras, porque Bernardo siempre contó las cosas como le dio la real gana, de una manera tremendamente atropellada, acelerado y a ratos desquiciante, ignorando las preguntas, preguntas muy concretas, saltando de un modo tremendamente arbitrario de un acontecimiento a otro, poniendo a prueba la paciencia de su interlocutor. Y, entonces, de repente, cuando más perdido estabas en sus idas y venidas, te dejaba boquiabierto.

Porque a Cortés le iba la mar de bien en la vida. Vivía en una suntuosa vivienda en la plaza Duc de Medinaceli. Como un señor. Tenía una empresa de demoliciones y más de veinte trajes. Pero un accidente laboral, una muerte cruel, lo reventó todo en mil pedazos… Y Cortés se hundió en el alcohol. Se convirtió en un vagabundo que cantaba a las prostitutas, a los indigentes, a los desheredados...
“Hablando solo y moviendo las manos –dice una de las letras de Cortés-, con su botella de vino, sin saber su entorno, bebiendo un trago de la botella y soltándola con cariño propio de borracho calmado, porque ya es alcohólico...”.
“Mi mujer, que en paz descanse me cerraba la puerta cada vez que llegaba borracho a casa -recordó el propio Cortés hace más de diez años, más o menos, en el restaurante Salamanca, donde le gustaba que lo entrevistaran-. Me convertí en un vagabundo, con una guitarra… Yo, que había tenido más de 20 trajes, acabé hecho un desastre”.
Lo más probable es que en aquellos momentos corriera la década de los 70, pero ya les digo, con Cortés estos extremos nunca quedaban claros. “Estuve dos años en el infierno. Hasta que un día Silvestre me dijo ‘Así no te puedo dejar tocar aquí’. Y me sentó en una silla, me adecentó, me lavó la cara y me afeitó. Aún me emocionó al recordarlo ¡y su hermano me regaló una guitarra!”. Tanto cariño devino en una revelación, en un momento de claridad. “Entonces ingresé en un frenopático”.
Cortes nunca más volvió a tomar alcohol. Pensé que era un buen momento para recordar todo esto. A buen seguro que uno y otro están ahora rememorando esta anécdota y muchas más.