En una masía del siglo XVI en Sant Llorenç d’Hortons, Álvaro González elabora uno de los vinos naturales más singulares del Penedès: A Temps 2019, un xarel·lo que, paradójicamente, ha encontrado más eco en Japón que en su tierra natal. ¿La razón? Su pureza, su acidez vibrante y una salinidad que habla del terroir calcáreo que define esta región vinícola catalana.
A Temps nace de viñas viejas no emparradas, con cepas de entre 40 y 65 años que se alzan como bonsáis gigantes en mitad del paisaje. Su rendimiento es mínimo —poco más de 2.000 kg por hectárea frente a los 12.000 que permite la DO Penedès—, pero lo que entregan es puro oro líquido.
La vendimia 2019 fue una de las más cálidas y secas que se recuerdan. Y, sin embargo, este vino desafía la lógica: en vez de concentrado y potente, es ligero, tenso, con una frescura que asombra. El secreto está en el estrés de las cepas durante el mes de julio: ante el calor extremo, dejaron de madurar, lo que resultó en uvas con menor concentración de azúcar y más equilibrio natural.
El proceso de elaboración también rompe esquemas. No hay prensado. Álvaro retira las rapas, estruja el racimo y deja que fermente con las pieles, como un vino tinto. Pero antes de que extraiga demasiada materia, separa el mosto flor —la parte más pura del jugo— para vinificarlo. Un gesto que demuestra sensibilidad, técnica y respeto por la uva.
El resultado es un vino que aquí podríamos describir como sutil y mineral, pero que en Japón se traduce en notas de umami, caramelo salado o mantequilla tostada. Aromas y matices que a veces pasamos por alto, pero que otros paladares, como el japonés, saben captar y valorar profundamente.
A Temps 2019 no es solo un vino: es una lección de cómo mirar (y saborear) nuestro propio paisaje con otros ojos. Tal vez, como los de un japonés.