José Luis, el hombre que tras 18 años viviendo en la calle ha encontrado un hogar: “No me acostumbraba a dormir dentro de casa, lo tenía que hacer en el balcón”
Cambio de vida
La historia de José Luis, que pasó casi dos décadas durmiendo en la calle y hoy vive en un piso gracias a Arrels Fundació

Más allá del deterioro físico, José Luis subraya el impacto psicológico del sinhogarismo

José Luis sabe mejor que nadie que el calle no puede ser casa de nadie. Durante 18 años vivió en la calle, durmiendo sobre cartones, expuesto al frío, al ruido constante y a una inseguridad permanente que marcó su cuerpo y su mente. Hoy, dos años después de haber accedido a una vivienda gracias a Arrels Fundació, su historia pone voz a una realidad que sigue creciendo en Cataluña, donde miles de personas sobreviven sin un techo.
“La calle es para pasear, para disfrutar, no para dormir ni para estar las 24 horas sin poder hacer nada”, explica con serenidad en una entrevista en La Tarda de Catalunya Ràdio. Dormir al raso no es solo descansar mal: es vivir en alerta constante. “Por la noche no sabes qué te puede pasar, si te van a agredir o a molestar”, recuerda.
Del miedo constante a cerrar una puerta
El salto de la calle a una vivienda no fue inmediato ni sencillo. Aunque hoy tiene un piso, José Luis confiesa que no lograba acostumbrarse a dormir dentro. “Yo dormía fuera, en el balcón, en el suelo, con las ventanas abiertas”, cuenta. Necesitaba sentir el aire, el frío y el ruido al que su cuerpo se había habituado durante años.

No fue hasta hace apenas un par de meses cuando logró dar un paso más. “Ahora duermo sobre la cama, dentro de la habitación”, explica. Un avance que puede parecer pequeño, pero que revela hasta qué punto el cuerpo y la mente se adaptan a la supervivencia extrema.
Cómo se llega a vivir en la calle
José Luis terminó sin hogar tras una cadena de acontecimientos difíciles. Acabó en prisión tras defender a dos mujeres y, al salir, pasó por distintos centros de acogida donde no se sentía seguro. “Veía maltrato, veía cosas que no podía soportar”, relata. Finalmente, la calle se convirtió en la única opción.
Allí descubrió una realidad dura: el consumo de alcohol y drogas como forma de anestesiar el frío y el miedo, la soledad extrema y, sobre todo, la mirada de los demás. “Lo peor no es que te roben o te peguen, es la mirada de la gente, el desprecio, el asco. Eso se te queda dentro”, afirma.

La herida invisible: el estigma
Más allá del deterioro físico, José Luis subraya el impacto psicológico del sinhogarismo. La desconfianza, la inseguridad y la sensación de no existir para nadie acompañan a quienes viven en la calle. “La gente gira la cara para no verte. Entonces acabas hablando solo, porque nadie te habla”, explica.
Por eso, ahora que tiene un hogar, intenta hacer justo lo contrario. Cuando ve a una persona sin hogar, se detiene y habla con ella. “Eso se agradece mucho”, dice, recordando cuánto echaba de menos una conversación cuando él estaba en esa situación.

Pequeños gestos que lo cambian todo. Hoy, José Luis valora cosas que antes eran imposibles: hacerse la cama, cocinar, cerrar una puerta por la noche. “Me gusta mucho cocinar”, cuenta, y no duda cuando le preguntan por su plato estrella: las papas. Gestos cotidianos que simbolizan algo mucho más profundo: recuperar la dignidad y la calma.
Durante años, el futuro se le presentaba “oscuro, muy oscuro”. Ahora, aunque su salud sigue resentida, se siente acompañado y atendido. Mantiene la fe en la gente y agradece la ayuda recibida. “Yo creo que la gente es buena”, afirma sin rencor.