Álvaro Fernández, farmacéutico: “Si no soportas escuchar a alguien masticando o respirando fuerte, es que tu cerebro procesa esos sonidos de manera diferente”

SALUD

La misofonía es una alteración neurológica que se presenta como una alta sensibilidad a un sonido concreto

Muchas personas padecen misofonía sin saberlo

Muchas personas padecen misofonía sin saberlo

@farmaceuticofernandez / TikTok

Hay personas que no solo escuchan los sonidos… los sienten. No como una simple incomodidad, sino como una punzada, un peso en el pecho, un nudo en la garganta. Para ellas, ciertos ruidos no son neutros ni insignificantes; son disparadores de malestar profundo, de angustia, de un dolor que los demás no pueden ver.

Álvaro Fernández, conocido en las redes sociales como Farmacéutico Fernández, es un profesional de la farmacia que ha ganado notoriedad por su labor de divulgación en temas de salud y educación sexual. En uno de sus últimos vídeos ha hablado de la misofonía, una condición neurológica real, aunque aún poco comprendida.

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Un trastorno neurológico que hace que sufras reacciones especialmente fuertes y negativas a sonidos normales

Explicación. La misofonía no es simplemente una molestia; es una reacción intensa, casi visceral, ante sonidos cotidianos que la mayoría de las personas ni siquiera nota. Un clic de bolígrafo, el ruido de alguien al masticar, el golpeteo constante de un pie… para quien vive con misofonía, estos sonidos pueden desencadenar una oleada de irritación, ansiedad o incluso enojo.

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Condición. El farmacéutico habla de ello en su vídeo, con el punto de humor que le caracteriza: “Si te molestan ruidos que no molestan a nadie más hasta el punto que incluso te enfadas y te dan ganas de matar a nadie, es posible que sufras de misofonía, un trastorno neurológico que hace que sufras reacciones especialmente fuertes y negativas a sonidos normales que hacen los humanos”, comenta.

Vivir con misofonía. Padecer este trastorno es un ejercicio constante de autocontrol y adaptación. Requiere estrategias para evitar detonantes, comunicar límites con sensibilidad y, sobre todo, cultivar la empatía, tanto en uno mismo como en los demás, para convivir en un mundo que no siempre entiende lo que no puede ver ni oír de la misma forma.

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