El mundo del cine está lleno de encuentros entre grandes talentos, pero no todos ellos transcurren como cabría esperar. Álex de la Iglesia, director de películas como El día de la bestia o La comunidad, desveló en una conversación con el crítico Carlos Boyero los pormenores de una cena que se le hizo eterna.
El motivo: la presencia de Quentin Tarantino, un cineasta cuya mente, repleta de filmografías olvidadas y géneros insospechados, no conoce el desvío hacia temas ajenos a la pantalla grande. Una velada que deja claro que el mito detrás de Pulp Fiction es, ante todo, un devorador de cine sin filtros.

Quentin Tarantino
“Solo habla de cine, es un problema”
La anécdota comenzó con una curiosidad de Boyero, quien preguntó a De la Iglesia si había conocido personalmente a Tarantino. La respuesta del director español fue afirmativa, pero matizada por una revelación que muchos sospechaban: “Es un problema, es un problema, ¿no? Porque, quiero decir, tú quieres conocer a la persona y descubres que la persona no es más que cine”.
Según relató De la Iglesia, Tarantino no solo conversa sobre cine, sino que lo hace con una intensidad y una profundidad que dejan poco espacio para cualquier otro tema. No se trata de charlar sobre estrenos recientes, sino de bucear en los recovecos más arcanos de la historia del séptimo arte, un territorio donde pocos pueden seguirle el ritmo.

Álex de la Iglesia, en el Festival de Cine de Sitges.
Croquetas y películas de judo
La velada, que comenzó de forma prometedora, pronto derivó hacia lo surrealista. De la Iglesia describió el momento en que, “con las croquetitas” en la mesa, Tarantino lanzó la primera de sus preguntas imposibles: “Oye Álex, ¿tú sabes cómo conseguir una película del 73 que se rodó en Sevilla del director Gustavo no sé cuántos?”.
Ante el desconcierto de su interlocutor, que admitió no tener “ni idea” de qué película le hablaba, Tarantino insistió en su búsqueda obsesiva: “No, es que la quiero en cine en 35 [milímetros]”. Fue entonces cuando el director estadounidense reveló una de sus pasiones más inesperadas: “Vamos a hablar porque hay un género que me interesa mucho que es las películas de judo”.

Quentin Tarantino en el estreno en Roma de 'Érase una vez en... Hollywood'
Para un perplejo De la Iglesia, aquello fue una revelación: “Yo no sabía que existían películas de judo”. Pero Tarantino no solo confirmó su existencia, sino que “estuvo hablando todas las croquetitas del judo”, sumergiéndose en un género cinematográfico del que muy pocos tienen noticia.
Del thriller español olvidado al deseo de huida
Si el primer plato estuvo dedicado al judo, el resto de la cena fue un viaje sin freno por la filmografía más “arcana” e “ininteligible”. Tarantino saltó a disertar sobre “cine español absolutamente arcano” y “películas de thrillers de los 60 que no he visto ni creo que haya visto nadie”.
Fue en este punto cuando Álex de la Iglesia confesó su auténtico deseo: escapar. “A partir del segundo plato me quería ir porque yo ya no podía más”, admitió entre risas. Su frustración era comprensible; anhelaba una conversación más personal o anecdótica: “Yo quería… hablar, cuéntame cosas de… Mira Sorvino, yo qué sé, háblame de Jackie Brown”.
En lugar de eso, se vio inmerso en un monólogo especializado que, si bien reconoce que es “fascinante” en su erudición, resultó agotador para quien buscaba un intercambio más humano.
Pese a la experiencia abrumadora, De la Iglesia no dejó de mostrar una clara admiración por la figura de Tarantino. Lo definió como alguien con “un punto de cuelgue serio” y argumentó que “gusta muchísimo a gente desestabilizada porque él está más desestabilizado que nadie”.
Esta misma “desestabilización”, esa obsesión sin límites, es también lo que lo hace “divertido y atractivo por otro lado”. La anécdota pinta a la perfección el retrato de un artista que vive y respira cine las 24 horas del día, cuya mente es un archivo infinito que no tiene modo ‘off’.