Cuando un niño se niega a hacer los deberes en casa, la reacción de los padres suele convertirse en un termómetro de la dinámica familiar y de la concepción que cada hogar tiene sobre la educación. Ante ese escenario los progenitores deben elegir entre la paciencia y la frustración, deben decidir si apuestan por la autoridad, la empatía o la reflexión crítica sobre el modelo escolar.
El pediatra y endocrino Diego López de Lara ha compartido en sus redes sociales varios consejos que pueden ayudar a los padres a actuar de la mejor manera cuando los hijos no quieren hacer los deberes: “Si tu hijo llora, grita y se enfada cada vez que tiene que hacer tareas, podéis acabar agotados emocionalmente”, empieza diciendo.
Una madre ayuda a su hijo a hacer los deberes
“Escuchad sus emociones, aunque os sintáis agotados”
Consejo. López recomienda establecer una rutina clara para que nuestro hijo sepa cuando es el momento de trabajar: “Escuchad sus emociones, aunque os sintáis agotados, empatizad con él y decidle que entendéis que no le guste hacer tareas, pero que es muy importante. Otro buen punto es dividir las tareas para que no se sienta tan agobiado” comenta.
Madre ayudando a su hija con los deberes
Limites. Los niños necesitan un referente con firmeza y comprensión. Estar ahí para ellos les ayudará cuando se sientan sobrepasados: “Con un poco de paciencia o más bien mucha, y sobre todo con límites, podrás acabar con ese círculo de estrés”, termina diciendo.
Beneficios de hacer los deberes
Para muchos especialistas en educación, los deberes cumplen una función clave en el desarrollo académico y personal de los niños.
- Refuerzan los contenidos aprendidos en clase. Ofrecen la oportunidad de practicar y consolidar conocimientos. De esta forma, el alumno gana confianza en sus capacidades y adquiere un ritmo de estudio más autónomo.
- Fomentan la disciplina y la organización. Cumplir con plazos, gestionar el tiempo y asumir responsabilidades son aprendizajes que trascienden el ámbito escolar y preparan para la vida adulta.
- Pueden ser un puente entre la escuela y la familia. Al supervisar o acompañar a sus hijos, los padres toman contacto con el progreso académico y detectan posibles dificultades de aprendizaje.

