Conversación inmemorial

Análisis

Conversación inmemorial
Pintor

Ser artista es intervenir en una conversación inmemorial, atreverse a sumar los propios trazos a los de un sinfín de colegas con más talento, y esperar con los hombros encogidos a que alguien se digne contestar, o a que la indiferencia nos hiele el alma. Por poco juicioso que uno sea, antes de abrir boca observa y aprende. Los trazos que uno persigue, las voces que uno escucha, las miradas que uno sigue, suelen ser de unos pocos y entre esos pocos uno destaca. Para mí, ese uno es Pierre Alechinsky, el artista belga todavía activo a sus 97 años que me descubrió, antes incluso de conocer el arte japonés y chino, las maravillas de la pincelada. Creo que fue en un libro, en una época en que me alimentaba de Cortázar, hace más de medio siglo.

Pierre Alechinsky

Pierre Alechinsky

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Un camino casi tan largo como el que hay que recorrer por la interminable Avenue Louise de Bruselas hasta llegar a la Villa Empain, donde la Fundación Boghossian ha organizado una exposición extraordinaria de este artista extraordinario. Este artista que ha viajado, trabajado, expuesto y vendido (¡vaya si ha vendido!) En todo el mundo.

El artista belga Pierre Alechinsky me descubrió las maravillas de la pincelada

Nacido en 1927 en Bruselas, antes de cumplir los 30 ya era uno de los fundadores del grupo Cobra (anagrama de Copenhague, Bruselas y Amsterdam), que fue el brote nórdico del expresionismo abstracto americano. Cobra no duró mucho y Alechinsky no es un militante de las vanguardias, aunque se haya frotado a todas ellas, desde el surrealismo al art brut, pasando por su peculiar adaptación del pop. Más importante fue encontrar una revista de caligrafía japonesa en uno de los talleres en los que trabajaba, en 1954, y su amistad con el pintor chino Walasse Ting –probablemente el hombre que más pósters ha vendido en todo el siglo XX. En 1955 viajó al Japón y se sumergió en el mundo del papel y los pinceles, y con Walasse empezó la costumbre de pintar, dibujar y pintar siempre en papel, posado en el suelo y entelado después.

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De ahí salió un mundo. Un mundo habitado por criaturas traviesas, tiernas, desaforadas, feroces habitantes de universos volcánicos y tempestuosos de colores brillantes, firmamentos huracanados y noches rutilantes: el país de las pinceladas libres, el país de los que hacen siempre lo que les sale de las narices. Este país ha invadido las paredes de la Villa Empain, y en sus paredes art décotan formalitas ha prendido un incendio de colores, ha sembrado una selva de brochazos, ha reescrito el mundo con una caligrafía que no puede ni quiere ser descifrada, porque cuando vuelves a la sala por la que empezaste tu recorrido el cuadro ya no es el mismo, no te habla de lo mismo: te mira de reojo gozando de tu sorpresa y sabes que en cuanto te des la vuelta el país será distinto, sus dragones serán ratones, el volcán un circo, el cocodrilo una mecedora y la Vía Láctea una piel de naranja toda espirales.

FRANCE - MAY 01: Artist Pierre Alechinsky in his Bougival studio in Bougival, France in May, 2005. (Photo by Raphael GAILLARDE/Gamma-Rapho via Getty Images)

Pierre Alechinsky en su estudio de Bougival (Francia) en el 2005

Raphael GAILLARDE / Getty

Alechinsky navega por sus mares de tinta y acrílico como un corsario embriagado, disfrutando de todos los embates que el pincel permite, pero con la inteligencia y la honradez de no imitar los efectos de la caligrafía oriental, consciente de que ese es un universo paralelo al suyo: su escritura no busca ser leída, solo mirada, segura de que esa mirada llegará allá donde las palabras no llegan. Sus pictogramas no re-presentan, son. Un ut pictura poiesis socarrón.

Para escritura la de toda la vida: en ella es un maestro. En los varios libros que le he leído ( Lettre suit, Far Rockaway, Rue de la Verrerie… ),Alechinsky escribe como un ángel, con un léxico tan rico y familiar como su pincelada, tan sabroso y exento de pedantería como su arte, y sus palabras llegan, más lejos y más hondo que las de muchos de los que se ganan la vida con ellas.

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Alechinsky y su pincel viajero nos pasean por un mundo que es un mensaje interminable, indescifrable: no hay una visión sublime, definitiva y perfecta, ni un último mensaje clave de todo. El oficio del artista es ese dejarse llevar por los pinceles, llevarnos de la mano a un lugar que no es lugar, ignoto y familiar, en el que nunca hemos estado pero que reconocemos como un hogar posible.

Tal vez por eso, sentado ante el monumental Vocabulario (2,80 x 6,40 m) que llena uno de los salones, recordando mi primer encuentro con este Aleph, lloré.

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