¿Anfetas? ¿LSD? La culpa fue de Hitler

Del nazismo a la guerra fría

Norman Ohler cuenta en dos libros cómo el nazismo y Estados Unidos utilizaron algunas drogas con fines políticos

German soldiers march into Paris   (Photo by RDB/ullstein bild via Getty Images)

Soldados alemanes marchan en París en junio de 1940 

ullstein bild via Getty Images

La sombra del nazismo es tan grande y densa que muchas veces parece que todos los males actuales procedan de una forma u otra de él. Ocurre, sin embargo, que en algunas ocasiones eso es literalmente cierto como sucede con algunas drogas. El periodista Norman Ohler ha publicado dos libros en los últimos años que exploran la conexión entre el origen de varios tipos de ellas y el régimen nacionalsocialista. Y, más inquietante, la relación entre la industria, los gobiernos –sí, también los democráticos- y la expansión de algunas de estas sustancias.

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Ohler (Zweibrücken, 1970) ya explicó hace unos años en El gran delirio (Crítica) el uso masivo por parte del ejército alemán de Pervitin, una metanfetamina que daba a sus tropas un plus de energía, cosa que, a su juicio, explica en parte la velocidad pasmosa de la blitzkrieg en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que el uso de drogas en guerra fue muy común posteriormente, el ejército nazi fue el primero que las utilizó de forma tan extensa.

En realidad, el consumo masivo de esta sustancia ya procedía de antes de la guerra, pues el Pervitin se vendía en toda Alemania como una píldora contra el aburrimiento y la depresión, así como un saludable estimulante. Por ello, cuando estalló el conflicto, hasta resultaba lógico que fuera prescrito a los combatientes para mejorar su rendimiento. Solo para la invasión de Francia se suministraron a los soldados alemanes 35 millones de pastillas que permitían mantener la atención, el nivel de esfuerzo y poner en fuga a dos de los grandes enemigos en el frente: el sueño y el miedo.

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Llama particularmente la atención la doble cara del régimen respecto a las drogas tras el descontrol de los años de Weimar. Por una parte, el nazismo aplicó (valga la redundancia) tolerancia cero al tráfico y consumo de estas sustancias y le dio resultado. La intimidante mezcla de la estrategia prohibicionista, el recurso a los campos de concentración y la propaganda -la drogadicción se consideraba cosa de judíos- llevó a una reducción del consumo de morfina estimada en el 25% entre 1924 y 1939.

Pero, junto a esa férrea prohibición, las metanfetaminas no solo circularon con total libertad sino que fueron promovidas de forma entusiasta, a pesar de que se conocían datos que no apuntaban precisamente a sus propiedades saludables. La razón se encuentra en que, en opinión de Ohler, estas píldoras ayudaron de alguna manera a que la sociedad alemana cumpliera con los objetivos y metas fijadas por el nazismo. “Los nazis –explica a La Vanguardia- fueron el primer gobierno antidrogas, pero luego abusó de ellas”.

Los nazis usaron anfetaminas de forma masiva y buscaron en el LSD el suero de la verdad

El segundo libro del autor, Un viaje alucinógeno (Crítica), recientemente publicado, retoma el relato justo tras la caída del nazismo, cuando en el caos de los meses siguientes a la rendición, las fuerzas de ocupación tuvieron que vérselas con las ingentes cantidades de anfetaminas, cocaína y heroína que habían sido sustraídas de los almacenes sin control de las farmacéuticas y que ahora inundaban las calles alemanas. Unos almacenes que, por cierto, seguramente estuvieron en su momento repletos, pues “gran parte de las drogas que conocemos hoy –explica- fueron inventadas o fabricadas por empresas alemanas o suizas”. En ese contexto, las autoridades ocupantes estadounidenses vieron en el antiguo sistema nazi de tolerancia cero un esquema a imitar e incluso a adoptar a nivel internacional. Aunque hasta cierto punto.

Al margen de las sustancias conocidas, los estadounidenses entraron en contacto también con otras de las que se sabía muy poco, como las primeras drogas alucinógenas. El LSD había sido descubierto en 1938 y sintetizado en 1943 por el químico suizo e investigador de Sandoz Albert Hoffman, quien, por cierto, falleció en el 2008 a los 102 años lamentando que su droga hubiera sido prohibida. El descubrimiento tuvo lugar en unos momentos en que los nazis se habían embarcado en encontrar un suero de la verdad, su particular Santo Grial (en realidad uno de ellos), que anulara la voluntad de los detenidos en los interrogatorios. Experimentaron en prisioneros de Dachau con diversas sustancias, entre ellas probablemente el LSD, aunque con pobres resultados.

Edificio de Berlín destruido en la guerra, el 8 mayo 1945.

Edificio de Berlín destruido en la guerra, el 8 mayo 1945.

Dominio público

Tras la guerra, la inteligencia estadounidense peinó la Alemania ocupada buscando avances científicos que pudiera aprovechar. Obviamente la tecnología nuclear era lo más codiciado, pero también el supuesto suero de la verdad con el que habían experimentado los alemanes. Y así fue cómo como los estadounidenses acabaron entrando en contacto con el LSD contando para ello con el asesoramiento de antiguos altos funcionarios nazis.

En tiempos de la guerra fría, para Estados Unidos cualquier arma era válida para hacer frente a la amenaza comunista. Se desencadenó entonces, relata Ohler, una suerte de competencia entre una industria farmacéutica que exploraba la utilidad de esta nueva droga para la salud mental y los militares norteamericanos que buscaban en ella una nueva arma secreta. Para ello, la inteligencia estadounidense realizó experimentos con personas a las que suministraron la droga sin su consentimiento, igual que antes habían hecho los nazis. Fue el tristemente famoso proyecto MK Ultra, un plan que durante los años 50 y 60 utilizó esta sustancia como método de tortura y como instrumento para facilitar los interrogatorios.

Estados Unidos aprovechó el conocimiento acumulado por Alemania hasta la Segunda Guerra Mundial para la guerra fría

Todo lo que tiene que ver con el nazismo es inquietante, pero lo que hace especialmente desasosegante el asunto de este tipo de drogas son las coincidencias y conexiones con la administración estadounidense, vencedora de la guerra y campeona de la democracia global tras el conflicto. ¿Cómo es posible que dos regímenes tan distintos experimentaran con humanos sin su consentimiento?

La explicación que da Ohler es que “ambos sistemas son capitalistas y que los dos quisieron utilizar las drogas para controlar a la población, por lo que Estados Unidos y la Alemania nazi no eran tan diferentes”. A su juicio, este tipo de experimentación, contraria a las más elementales normas éticas, tuvo un impacto muy negativo para la política estadounidense porque “corrompió la democracia, de la misma manera que el programa MK Ultra dañó la cultura política norteamericana”.

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Pero al final, todo fue para nada. Ni se desarrolló la investigación médica que algunos en la industria farmacéutica habían defendido para tratar y estudiar enfermedades mentales, a consecuencia del bloqueo de las autoridades. Ni tampoco la CIA logró utilizar el LSD como suero de la verdad. Tras años de experimentos muy cuestionables, las drogas psicodélicas pasaron a la posteridad como símbolo de la contracultura y de los años 60, pero, a pesar de todos los esfuerzos, nunca se convirtieron en arma de guerra.

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