El volumen de periodismo de Mercè Rodoreda que Mercè Ibarz ha publicado recientemente en Comanegra recoge una artículo muy crítico contra Don Juan. ¿Don Juan? ¡Habrase visto! ¡Si vivimos en una época de gángsters y pistolas! Se publicó el 1 de noviembre de 1933 y es el típico artículo de Todos los Santos que, como decía José Luis Guarner de las películas de James Bond, pasaba regularmente por los diarios como los bancos de bacalaos por el golfo de Terranova. El tema de Don Juan me atrae porque dos amigos queridos lo han tratado en su obra. Como muchos jóvenes de la posguerra, Josep Palau i Fabre se identificó con el personaje, que veía como una figura transgresora. Años más tarde, Quim Monzó escribió una versión teatral ¡junto a Jérôme Savary de El Grand Magic Circus! En aquella época ligar en los bares de noche era casi obligado si no querías quedar como un pasmarote. Por eso, el otro día estuve viendo L a vida secreta de Don Juan de Alexander Korda, una película de 1934 con Douglas Fairbanks en el papel protagonista.
Es una película muy atractiva visualmente, con encuadres que parecen salidos de las escenas matritenses de Goya: da la impresión que Korda se las conocía al dedillo. El inicio juega con primeros planos de caras de mujeres y la sombra de Don Juan proyectada en las paredes de Sevilla: está muy bien. Fairbanks, que en marzo de 1934 estuvo en Barcelona –el crítico Joan Tomàs lo llevó de parranda al cabaré La Criolla– tenía cuarenta años cumplidos. Y aunque se conservaba muy bien, no era ningún pimpollo.

Douglas Fairbanks
Había sido una estrella de las películas de capa y espada. La versión de Korda se adapta al perfil de galán pasadito. Un joven, maravillado por las proezas de Don Juan, sigue sus pasos, estudia sus métodos y suplanta la personalidad del maestro, mientras que el verdadero Don Juan está a dieta, tiene un masajista y hace gimnasia. Una noche, el marido burlado desafía al joven impostor y lo mata. El verdadero Don Juan, cargado de deudas, aprovecha la confusión para esfumarse. Se va a París, toma la personalidad de un militar en la reserva y sin el aura del nombre legendario no se come un rosco. Regresa a Sevilla y todavía es peor: ¿este tipo, con esa guisa, Don Juan? La gente se ríe en su cara.
El actor, que en marzo de 1934 estuvo en Barcelona, tenía cuarenta años recién cumplidos
¿A cuantos artistas, escritores, futbolistas, empresarios, marcas, les pasaría igual que al Don Juan de Korda? Sin el prestigio dorado del nombre, sin el aura misteriosa de la leyenda, ¿qué serían? ¿Qué capacidad tenemos de discernir el atrevimiento, la belleza, la seducción, sin el molde las imágenes idealizadas que nos hacemos de las cosas? La vida privada de Don Juan tiene un argumento muy fino. Que demuestra, además, que la cultura no es lineal. En el mismo momento que a Rodoreda le parecía que Don Juan era un tema casposo, Korda, con el concurso de un gran Douglas Fairbanks, le sacó un jugo contemporáneo, nutritivo e iluminador.