Riccardo Muti ha traído alegría a este inicio de 2025 con su fresca y magistral aproximación a los vales de la dinastía Strauss con los que ha celebrado por séptima ocasión desde el podio de la Sala Dorada del Musikverein el tradicional concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Y no se ha andado por las ramas el maestro napolitano en su mensaje de esperanza para el año que comienza.
“Le deseo al mundo entero tres cosas -ha dicho en italiano-: paz, fraternidad y amor en todo el mundo”. Y el énfasis que ha puesto en la palabra “todo” y la autoridad de su trayectoria y sus 83 años han sido suficiente para evocar el sufrimiento en Gaza o Ucrania, y acaso la vergüenza e impotencia de la comunidad internacional ante semejantes barbaries de cara al segundo cuarto del siglo XXI.
El énfasis del maestro en la palabra “todo” y la autoridad de su trayectoria y de sus 83 años han sido suficiente para evocar el sufrimiento en Gaza o Ucrania
Así, sin despeinarse más de lo debido ni apelar en ningún sentido a la política, Muti se ha dado la vuelta para dirigirse de nuevo a la orquesta y ofrecer el siempre esperado bis con el vals más famoso de la historia, El Danubio Azul, de Johann Strauss hijo, de quien se celebra este año el bicentenario de su nacimiento.
A él estuvo dedicada en buena medida esta 85.ª edición del concierto de Año Nuevo que, como es costumbre, decora con flores frescas de la ciudad la Sala Dorada. En la pausa del concierto, se retransmitía un documental muy sensible dirigido por Barbara Weissenbeck y protagonizado por el tataranieto del compositor.
Thomas Strauss, el tataranieto de Johann Strauss hijo, aparece en el documental como único pasajero de una nave espacial, homenaje al film de Stanley Kubrick
Lejos de ser un biopic o una hagiografía de Johann Strauss, 2025 - A Strauss Odyssey, producido por ORF, se inspira claramente en el conocido film de Stanley Kubrick 2001: Odisea en el espacio, con guiños también a Naves Misteriosas, el film de Douglas Trumbull, quien anteriormente había supervisado los efectos especiales del clásico de Kubrick.
Thomas Strauss, el tataranieto, aparece como único pasajero de una nave espacial en la que sintoniza su música a través de una vieja radio que reposa sobre una mesilla de la Viena finisecular. Se pasea descalzo tras le celebración de la velada anterior mientras el corcho de una botella de champán flota ingrávido. Alguien a través del ordenador le desea, cual David Bowie, “Happy New Year, major Tom”.
Y él emprende un viaje en el tiempo y el espacio que seis conjuntos formados por músicos de la orquesta riegan con los valses de su tatarabuelo: del propio Danubio Azul al Perpetuum Mobile... suenan también como flotando, como solo los grandes músicos vieneses saben dejar en suspenso las notas. Valses con los que viaja rumbo a lo desconocido. O más bien hacia esa Viena de sus antepasados.
Curiosamente, Kubrick no será el único británico presente en este concierto de Año Nuevo: en el mismo documental se introduce Phantasy Quartet, de Benjamin Britten. Para acabar abrazando el jazz, un género del que Viena es también capital. Con ayuda de la IA, Johann Strauss hijo aparece parpadeando en un viejo retrato de época... Y se alude también al bicentenario de la aparición del ferrocarril, entre Stockton a Darlington, en Gran Bretaña, pocas semanas antes de que naciera el compositor en Viena. Lo que auguraba una internacionalización de su fama y de su música.
Incluso el ballet que en estas ocasiones graban los artistas del Ballet Estatal de Viena contaba con factura británica: la coreógrafa Cathy Marston debutaba en esta señalada cita con una particular versión bailada del Vals de la Aceleración y la polca Una cosa o la otra, ambos de Johann Strauss hijo.

Valses en los salones del Südbahnhotel, con la bailarina principal encarnando el lugar y vistiendo una falda hecha con el mismo fruncido de sus cortinajes
Para el primero, llevó a ocho bailarines hasta los salones del Südbahnhotel, por donde pasaba en aquel entonces un tren, el Semmeringbahn, que conectaba Viena y Graz. Y, como en una moviola de la historia de la danza, supo introducir en el vocabulario clásico sobre zapatillas de puntas desde el rock'n'roll de Grease y Travolta hasta los bailes urbanos y el hip-hop, sin perder la dulzura y la elegancia de un Marius Petipà.
En el segundo baile trasladó a los artistas al Museo Tecnológico de Viena, donde imitaron, frente a una locomotora antigua, concretamente la 12.10, el mecanismo ferroviario de las ruedas en acción. Tanto el hotel como el museo fueron lugares relevantes en la vida de la familia Strauss, el correo de transmisión de sus célebres habilidades compositivas.

Un momento de la actuación del Ballet Estatal de Viena filmada en el Museo Tecnológico de Viena
Pero la mayor expectación de esta edición del concierto de Año Nuevo la había creado un debut femenino: esto es, por primera vez en todas esas décadas se escuchaba un vals compuesto por una mujer. Y no una cualquiera: siendo una niña Constanze Geiger ya despuntaba como compositora, pianista, actriz y cantante. Había nacido en 1835 y le sucedió tal vez como a Grace Kelly: se casó con un príncipe y dijo adiós a una carrera significativa. A ella le dedicó el propio Johann la cuadrilla Flora.
A los 18 estrenó una marcha húngara para la boda de la emperatriz Sisi. Y a los 12 ya componía la pieza que la Filarmónica de Viena se ha dignado a tocar este 1 de enero de 2025: Ferdinandus Waltz, con arreglos de Wolfgang Dörner. Un vals vigoroso, tansparente y... como apunta el crítico Jorge de Persia, “lleno de bordados”, esto es, con una instrumentación llena de colores, que arrancó largos aplausos del público del Musikverein.
No obstante, habrá que esperar un poco más para ver por fin a una mujer dirigiendo el concierto de Año Nuevo. La orquesta ha dado a conocer al elegido para la edición de 2026. Se trata del canadiense Yannick Nézet-Séguin, director musical de la Metropolitan Opera House de Nueva York desde 2018. Para entonces tendrá 50 años, ni uno más. Varias primaveras menos que Muti, que de nuevo ha confirmado que es desde Italia desde donde mejor se comprende la rauxa de los valses vieneses.