En algunos países sudamericanos, el concepto de cuñadismo es sinónimo de nepotismo, sobre todo en el ámbito de la administración. Aquí, en cambio, no está admitido por las autoridades lingüísticas, aunque todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de cuñadismo. Las reuniones navideñas coinciden con el momento de esplendor de los cuñados. Recientemente, un gag del programa Polònia (TV3) reproducía el entrenamiento de una academia de cuñados, adiestrados para imponer su repertorio de prepotencia de kilómetro cero y chistes babosos, de cara a las sobremesas familiares. Era la enésima explotación –este artículo también– de una figura, la del cuñado, que solemos relacionar con energúmenos que opinan alegremente sobre temas que desconocen y que, además, quieren tener razón y hacen una ostentación invasiva de ella.
La evolución del concepto tiende a situar al cuñado en un universo ideológico de derechas, extrema derecha, negacionista y reaccionario, fácil de ridiculizar. Se dice, por ejemplo, que el colmo audiovisual del cuñadismo es el programa El hormiguero, sobre todo cuando, en su tertulia, explotan lugares comunes propios de un sector determinado de la opinión pública y publicada. En cambio, no se atiende el crecimiento, igual de tentacular, de un cuñadismo de izquierdas, o radical, que utiliza el mismo método de pensamiento plano y afirmaciones categóricas. Un cuñadismo de, para entendernos, La revuelta , con códigos de complicidad que responden más a un orgullo de pertenencia comunitaria que a una realidad reflexiva
tangible.
Solemos situar el cuñadismo en un ámbito de derechas, extrema derecha o negacionista
En estos días seguro que tropezaremos con los clásicos negacionistas. O con los que condenan la inmigración desde lugares comunes xenófobos. O con los que tienen soluciones fáciles para problemas complejos como la emergencia climática o las inundaciones en Valencia y hacen bandera de la homofobia como un derecho adquirido.

Fotografía de un sketch en La Revuelta
En paralelo, y quien sabe si para reafirmar la polarización como único sistema de valores, aparecen nuevas voces cuñadistas. Unas voces que, sin saber de qué hablan, pontifican sobre guerras y genocidios, la fiscalidad del mercado inmobiliario o alimentan el rumor de que este o aquel cineasta o dramaturgo es un abusador y encuentran en la acusación de facha el comodín para una ignorancia tan impune como la que afirman combatir.
De manera que, en adelante, deberemos seguir identificando a los cuñados reaccionarios y bocazas de siempre y, además, descodificando las barbaridades y obviedades que pronuncian los que creen que ir soltando paridas digamos que de izquierdas o burlarse de los otros cuñados los sitúa en un nivel más sofisticado del escalafón de la razón. Por eso, y sabiendo que en cualquier momento podemos convertirnos en cuñados carcas o guays, aprovecho esta columna para celebrar la suerte que he tenido con mis tres cuñadas.