¡Nadine Valéry! (★★★★★), una noche memorable en el estreno de 'La Traviata'

Ópera

El Liceu tiene el privilegio internacional de poseer la mejor protagonista que pueda soñar cualquier teatro de ópera actual que programe esta obra basada en 'La dama de las camelias'

Nadine Sierra. La Violetta Valéry de nuestros días

Nadine Sierra. La Violetta Valéry de nuestros días

Liceu

Una noche memorable fue lo que sintió el privilegiado público que asistió al estreno de La Traviata en la voz, cuerpo y carisma de la soprano estadounidense Nadine Sierra. La Violetta Valéry de nuestros días.

Una actuación histórica que no se puede entender sin la conjunción de astros que hacen que un rol de la dificultad y paradigma del canto verdiano, como es Violetta, se encuentre con el estado vocal óptimo de su protagonista. Y este estado ideal pasa en contadísimas ocasiones. Esta es una y el Liceu tiene el privilegio internacional de poseer la mejor protagonista que pueda soñar cualquier teatro de ópera actual que programe esta ópera basada en La dama de las camelias.

Desde el primer acto, Sierra demostró las cualidades que la han encumbrado al estrellato lírico mundial. La voz tiene la proyección, potencia y densidad perfectas, el timbre es dulce y dorado. Técnicamente regula, articula y frasea con un dominio solo apto a los artistas en estado de gracia, y por si fuera poco, posee el físico, la sensualidad y voluptuosidad que pide la cortesana más famosa de la historia de la ópera.

Sierra demostró que el tópico que dice que se necesitan tres sopranos distintas para cada acto es falso cuando la Valéry tiene las cualidades de Nadine. Voz homogénea, canto legato a piacere, agudos radiantes, centro mórbido y graves bien apoyados, pero sobre todo esa capacidad expresiva y conmovedora de dar en cada intervención el color y esmalte necesario.

'La Traviata', en el Liceu

'La Traviata', en el Liceu 

Liceu

Se regodeó en su primera aria, con cadenza alla Scotto, imprimiendo un sello personal de diva absoluta. Aquí hubo el único pero de toda su actuación, un Mib final poco desahogado, pecatta minuta. En el duo con Germont, la voz evolucionó, las pausas dramáticas, el control del aire con pianísimos de maestra, la gradación de colores y matices para un Amami Alfredo! de resonancias wagnerianas…y un aria final donde la muerte se esculpió en un monólogo lleno de inflexiones y emotividad.

Una actuación imperdible que vale por ella sola las cinco estrellas. En medio de este derroche de facultades, el resto del reparto brilló a la altura que pudo alrededor del faro vocal de La Sierra.

Javier Camarena defendió con temple y tablas un Alfredo que a punto estuvo de la cancelación, debido a la recuperación de un estado vocal mermado por enfermedad. Pero Camarena, valiente y expuesto, dio la réplica con una voz suficiente, profesional y generoso con su partenaire. Hubo conato de descalabro en su última aparición para el duo de amor final, y eso restó brillo a un pro-fesional del canto muy querido por los liceistas.

El Germont padre del barítono polaco Artur Ruciński, comenzó con titubeos para acabar con la nobleza, que no emoción, que pide el rol. Sonidos algo duros, fraseo trabajado y proyección adecuada.

Felicidad entre los secundarios, con una destacada Flora de Gemma Coma-Alabert, la impecable Annina de Patricia Calvache y el camaleónico Gastone de Albert Casals entre los cantantes de casa más veteranos. Bravo por el ramillete de jóvenes voces de casa: Gerard Farreras (Grenvil), Josep-Ramon Olivé (Douphol) y Pau Armengol (d’Obigny).

La orquesta lució equilibrio y teatralidad, con solos destacados del violín, bajo la batuta orgánica e idiomática de Giacomo Sagripanti. Un generoso director con los cantantes, siempre atento a sus necesidades, a quienes dio aire y espacio sonoro. Control de las dinámicas y una lectura sin aspavientos ni excesos de cara a la galería. El coro lució con nivel, fluido y con gran desenvoltura escénica.

La producción de David McVicar, conocida y repuesta por tercera vez, ofrece lo que promete. Una producción clásica, sencilla en su escenografía, de cuidada iluminación y basada en un trabajo de dirección de actores meticulosa y detallista, a pesar del horror vacui del primer acto.

Hay que ver a Nadine como Violetta, ¡no se olvida!

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