Todo empezó en las peluquerías. Los hombres se contaron el pelo y se rasuraron las barbas y los bigotes. Las patillas desaparecieron. Las mujeres se cardaron la melena y tiraron de permanentes, laca y espuma. Con el tiempo ellas se decantaron por el flequillo y ellos por la barba de tres días. La postmodernidad había llegado a Barcelona. Empezaban los felices 80.
El cambio de peinado comportó muchas otras novedades. Julià Guillamon se fue un día a la tienda McQueen de la Ronda Sant Pere y se compró “una camiseta de algodón, una americana y unos pantalones de pinzas”. “Cuando fui a buscar a mi novia, alucinó”. “Pasamos de no tener nada a disponer de todo. Cosas divertidas como los calzoncillos estampados con bicicletas”, recordó el escritor, periodista y crítico literario el jueves en la librería Tòmiris donde presentó El rellotge verd (Anagrama) acompañado por Miquel Molina, director adjunto de La Vanguardia.
De entre esos muchos objetos simpáticos y modernos, Guillamon conservó un reloj verde con correa roja que un día encontró olvidado en un cajón y le sirvió para rememorar y escribir la crónica de esa Barcelona de los 80. De esa Barcelona de su juventud. Tenía ventipocos años cuando entró en el diario Avui, porque “todos los medios buscaban a gente joven para que escribiera de cosas nuevas”.
La generación de Guillamon sentía “admiración, miedo y respeto a la anterior” (puede, aunque no lo confiese, que también con una pizca de envidia), porque “veíamos a los de los 70 mucho más enrollados y la contracultura, que no habíamos vivido, nos parecía la pera”. El escritor hizo amigos algo mayores como Quim Monzó o Miquel de Palol y también entabló amistad “con autores en castellano como Enrique Vila-Matas o Ignacio Martínez de Pisón en la sala Bikini”.
Los bares, la música, los chiringuitos de la Barceloneta destinados a desaparecer y un jefe que siempre le decía “Guillamon, eres un lujo para este diario” marcaron la primera juventud del escritor en una Barcelona que cambiaba de cara a marchas forzadas en su camino hacia los Juegos Olímpicos.
Puede que la generación de los 90, que tuvo que lidiar con el paro tras la crisis del 92, mirara con admiración y envidia a la de Guillamon, que se integró con rapidez y sin problemas en el mundo laboral. ¿Y en la actualidad? ¿Qué pasa con las nuevas generaciones? “Tengo la teoría de que los jóvenes son más tristes ahora”, reconoció el autor.
Los bares que no cerraban nunca y las noches eternas de fiesta han desaparecido. “Todo es más normativo”. Aunque quizá hay otra razón que va más allá de la mera diversión: “Mi padre se ponía negro el día de Reyes. Pensaba que teníamos demasiados regalos. Él había sido pastor en su pueblo. En su época todo el mundo era pobre, ahora la gente es rica. Él sentía que antes había menos cosas, pero más amigos, más apoyo, más compañerismo... otro tipo de riqueza más valiosa”.

Richard Sennett y Xavier Albertí, el miércoles en el CCCB
El sociólogo estadounidense Richard Sennett tuvo mucho que ver en la construcción de esa nueva Barcelona que marcó la juventud de Guillamon. Sennett, experto en el conocimiento de la vida urbana, fue uno de los asesores que impulsaron la creación del CCCB en 1994. El miércoles, regresó al centro cultural para presentar, de la mano de Xavier Albertí, El intérprete (Anagrama/Arcàdia), su última obra, donde recorre desde el conocimiento histórico y la experiencia propia la relación entre la interpretación y el arte, la política y la experiencia cotidiana.
Si se necesita presentar un libro, Miquel Molina siempre es una apuesta segura. Lo mismo que la periodista Sílvia Tarragona, directora del programa De nit de Ràdio 4, que acompañó con su habitual despliegue de simpatía a Juan Carlos Rodrigo Breto el jueves en la +Bernat en el bautismo de su última obra, Nuevo Kafkarama (Ediciones del Subsuelo).
José Carlos Rodrigo Breto
“Kafka quería escribir y no podía. Todo lo que hacía le parecía horrible”
Rodrigo Breto, periodista y doctor en Estudios Literarios, ha querido homenajear al autor de La metamorfosis en el centenario de su muerte. En Nuevo Kafkarama aborda las dificultades para escribir y para vivir que padeció Franz Kafka: “Él quería escribir y no podía. Todo lo que hacía le parecía horrible. Era destructivo, por eso necesitaba gente a su alrededor que le dijera si lo que escribía era bueno o no”. De hecho, “Kafka murió pensando que era el escritor más fracasado de la historia. Si levantara la cabeza alucinaría con la huella que su obra ha dejado en la literatura”, relató Rodrigo Breto.

Sílvia Tarragona y José Carlos Rodrigo Breto, el jueves en la +Bernat