En el jardín del palacio real noruego vive un escritor. Se llama Jon Fosse (Haugesund, 1959) y, más allá del premio Nobel de Literatura (que ganó en el 2023), goza desde el año 2011 del privilegio de ser el artista escogido por el rey de su país para residir en la Grotten, una vivienda a pocos metros de palacio que la monarquía nórdica destina, de modo vitalicio, a uno de sus grandes artistas, con los gastos del inmueble pagados a cargo del erario público. “A veces se pasa el rey Harald a saludar, es un tío muy majo, cercano y directo” (traduciríamos ‘campechano’ si no tuviera connotaciones para el lector español). Fosse recibe a este diario en la puerta de esta edificación de paredes con listones de madera rosados. Ante nosotros, desfilan, como si los copos de nieve no estuvieran cayendo sobre nuestras cabezas, familias y jóvenes que disfrutan de un sábado levemente tormentoso de febrero (la Grotten está en la zona visitable del Slottsparken). El Nobel a Fosse ha provocado que sus editoriales españolas publiquen sus obras anteriores y, así, tras sus ya conocidas Melancolía, Trilogía y Septología, nos llegan ahora sus Escenas de una infancia, que se suman a su Poesía completa o a Ales junto a la hoguera. Fosse, con el cuello protegido por un elegante foulard, nos conduce a una cafetería de techos altísimos, justo enfrente de su casa.
Expectativas
“Nunca deseé ser escritor, mi sueño era ser periodista en un diario local”
Escenas de una infancia, con estampas de su niñez y adolescencia, entronca con Hermana, un relato que se ha publicado aparte pero que podría formar un bloque con el otro libro ¿no?
En las Escenas... pretendí narrar hechos lo más parecidos posible a mis propias experiencias vividas, pero resultó completamente imposible, siempre me sale ficción. Luego, unos años más tarde, escribí Hermana, que pretendía que fuera para niños pero se levantó una encendida polémica acerca de si esto era apropiado para ellos. La perspectiva, desde luego, es la de un niño muy pequeño.
¿Solo le sale escribir ficción?
Sí, no tengo talento para nada más. Aprendí una lección: lo que tienes que crear es una forma propia, un flujo de palabras, una especie de alfabetización tuya, un lenguaje que te distinga. Para lograrlo, no puedes limitarte a escribir tus propias experiencias de forma cruda. En cierto modo, siempre las utilizas, pero deben nutrir la forma, no imponerse sobre ella.
Pero sí hay muchos más hechos reales que en sus otros libros ¿no?
No. La situación, el hecho que se produjo es real, pero no lo es en el texto. El hecho tal y como está escrito, y tal y como usted lo puede leer, es una ficción, una transformación a través del proceso de escritura. Cada episodio y escena remite a un hecho real que aquí ha desaparecido, del que solo quedan ecos, ondulaciones.
¿Y cómo se mete en la cabeza de un niño de 4 años? ¿Es parecido a cuando se metió en la mente de un pintor loco, en Melancolía?
Mire, puedo entender bastante bien a los niños, del mismo modo que entiendo a los perros.
¿Ah, sí?
Tiene que ver con el lenguaje mudo, con la comunicación silenciosa. De niños decimos muchas cosas de forma muda, sin palabras. Yo hablo mucho de ese modo. Tengo capacidad de empatía, tanto en mi ficción como en la vida. Así que no me resulta difícil narrar las experiencias o penetrar en las mentes de un lunático, un niño pequeño, un asesino...
Un asesino, o al menos alguien con el impulso de matar, aparece en el relato sobre un vecino que mata al perro de otro.
Es un hombre normal que ama a su perro y no puede entender que alguien lo haya asesinado. Claro que puedo empatizar con él. ¿Usted no?
A los perros también les dedica poemas. ¿Es su animal mitológico?
Sí. Perro y ángel es uno de mis poemarios. El lenguaje mudo del perro es algo muy cercano a mí, al lenguaje mudo de la literatura y del arte. En mi literatura lo importante no es una palabra, lo que significa literalmente, sino esa segunda lengua que se forma alrededor de las palabras, no sé lo que realmente escribo porque este lenguaje se refiere a cosas que en realidad no he escrito, pero que aparecen sin ser dichas, a la manera de lo que hace un perro.
En Escenas... hay mucha sangre, heridas, incluso un cuento basado en el terrible accidente que usted sufrió a los 7 años. ¿Cómo le marcó?
Estaba en la granja de mis padres, llevaba una botella de zumo de frutas, resbalé en el hielo y la botella se rompió seccionándome una arteria en la muñeca, justo la que se cortan los suicidas. Casi me desangro. Debería de haber sido bastante dramático para mí, aunque no lo fue. En realidad, fue bonito, hermoso, una de las pocas experiencias místicas en mi vida. Iba en el coche de mis padres hacia el médico, convencido de que me moría, y todo me parecía resplandeciente, luminoso, bello. La primera vez que escribí sobre ello fue en mi primera novela, titulada Rojo, negro, hay el suicidio de un joven hacia el final.
Viviendo con el fantasma de un poeta
“Esta casa era originariamente la del poeta Henrik Wergeland (1808-1845) –explica Fosse, a las puertas de la Grotten–, que escribió que la locura sería la mejor poeta del mundo. Él mismo era un lunático y murió bastante joven. Estoy viviendo en su casa, la que él se había construido y tuvo que dejar porque no podía pagarla. Cuando el rey me concedió venir aquí, quise leer más de Wergeland, conocerlo a fondo: sus obras de teatro son imposibles de representar y apenas pueden leerse, opino. ¡Pero su poesía es genial! Me puse a escribir textos, imágenes que me venían, en los márgenes de sus libros, creo que un día lo publicaré a modo de homenaje al amo de la casa donde vivo, y a su alma”. ¿Ha visto al fantasma? “A la mayoría de los fantasmas no puedes verlos –responde–. Yo ni siquiera los llamaría fantasmas. La religión católica nos habla más bien de cosas visibles e invisibles. Wergeland está en su casa, y es invisible. Y eso está bien”.
No está traducida...
No se pierden gran cosa. Sí tienen mi primer cuento en Escenas... Lo escribí de veinteañero y gané un concurso en el periódico de los estudiantes.
Ese cuento contiene ya algunos elementos clave de lo que va a ser su estilo.
Sí. Fue el primer texto que escribí, ya de una forma que será para siempre mi estilo, basado en la repetición, la musicalidad y la fusión de los tiempos, porque yo antes quería ser músico. Lo escribí en la segunda planta del piso de alquiler para estudiantes, mirando por la ventana.
A usted, si todo lo ficcionaliza, no le pasará lo que a su compatriota Karl Ove Knausgård , que familiares y amigos se quejan de verse reflejados en sus libros y hasta le denuncian...
Sí, tiene que ver con mi forma de escribir pero también con mi ética. Creo que no tengo derecho a utilizar la vida de otras personas en mis escritos. Sus vidas son sus vidas. Si quieren hacerlas públicas, vale, no es asunto mío... pero tienen que hacerlo ellos, no yo. Para mí es como algo ilegal, me lo prohibo terminantemente. Pero no voy a condenar a cualquier otra persona que escriba ficción biográfica. Usted puede preguntarles a ellos por las razones morales que tienen para hacer eso, y posiblemente las tengan. Pero para mí, bajo mi moralidad, no es posible.
En un cuento, hay un padre que lleva cada día al hijo al supermercado...
Crecí en una granja bastante pequeña en Hardanger, al oeste de Noruega. Para ganarse la vida, mi padre plantó muchos árboles frutales: peras, manzanas, ciruelas, etcétera. Primero, los noruegos compraban mucha fruta pero luego los precios bajaron, y tuvo que conseguir un trabajo, así que acabó llevando un colmado de una cooperativa.

Jon Fosse, subiendo las escaleras que conducen a la puerta de su casa, la Grotten, en los jardines del Palacio Real de Oslo
¿Los niños viven en un mundo más violento que lo que imaginamos?
Sí, se sienten muy fascinados por las cosas violentas y terroríficas. Por ejemplo, los cuentos de hadas noruegos dan mucho miedo y son muy brutales. No es la suya una brutalidad salvaje, sino una violencia suavizada, diría yo. Pero los niños saben muy pronto, por supuesto, toda la violencia que conlleva la vida.
¿Usted es el primer escritor de su familia?
Sí. La mayoría de mi familia han sido marineros por parte de madre. Por parte de mi padre, mi abuelo tenía una pequeña fábrica donde producía cosas para construir barcos de madera. Mi otro abuelo hizo dinero pescando con su barco en el norte de Noruega.
Sus personajes pueden asegurar una cosa y luego la contraria...
La paradoja es esencial para mi forma de escribir e incluso para mi forma de pensar y de creer. La gran contradicción es que no se puede entender nada sin aceptar que es paradójico. Creo que las cosas no son uno, dos, tres... sino uno, y uno resulta que es cuatro.
Hay un montón de música, y chicos que tocan la guitarra, “con los pelos largos como dioses”...
Yo tocaba la guitarra eléctrica en un grupo de chicos, e incluso intenté aprender a tocar la guitarra clásica. Era mi locura, la música, estaba muy metido en ella, fue mi universo en aquellos años difíciles en que sufrí la pobreza. Escapaba de la realidad con la música. Cuando me fui de casa, a los 15 o 16 años, dejé de escuchar música y de tocar, y empecé a escribir. Pero no tenía ambiciones, no quería ser escritor. También intenté dibujar y pintar, buscaba mi lugar, expresarme. Escribía porque me gustaba. Yo, lo que quería era trabajar como periodista en un diario local. Ese era mi sueño.
Lo consiguió, ¿verdad?
A los veintipocos, trabajé durante algunos años para un periódico de Bergen que cubría también las regiones de los alrededores.
¿Knausgård? Yo no tengo derecho a revelar la vida de otras personas. Bajo mi moral, eso no es posible"
Uno de sus versos: “Olvida todo lo que te han dicho sobre el amor: debe ser tranquilo y contenido”.
Quizás haya ahí una verdad, ¿quién sabe?
Usted es católico, uno de los pocos en Noruega, pero en uno de sus poemas leemos que habla de “un ángel con la cara de una puta”...
Sí. No trato de escribir de una manera verdadera. Mis ángeles no son cristianos ni ángeles de luz ni hago aparecer a Lucifer ni nada de eso. Los ángeles son una presencia espiritual benigna.
¿Tienen los noruegos miedo de Rusia?
Al menos yo no. No creo que lo tengamos. Hemos sido vecinos de Rusia desde que existe este país. Siempre hemos tenido una buena relación. La gente que vive junto a los rusos se lleva muy bien con ellos.
¿Y con los americanos?
También. La migración de noruegos a los Estados Unidos fue enorme porque, junto con Irlanda, éramos los más pobres de Europa. Hay ya más noruegos en EE.UU. que en Noruega.
Pues sus vecinos daneses temen que Trump se quede Groenlandia...
No, no, lo siento, eso no es realista, es ir demasiado lejos. Hay un montón de cosas de las que se habla pero no creo que nadie se pueda imaginar que sucedan.
¿En qué trabaja?
Terminé tres novelas que forman un bloque y que van a ir saliendo publicadas una al año. Acabé una obra de teatro, edité mi poesía escrita los últimos años pero la guardé en un cajón. En este momento estoy traduciendo.
¿Qué traduce?
El castillo de Franz Kafka, al nynorsk, el dialecto minoritario del noruego en que escribo todas mis obras y que ya cuenta con grandes obras incorporadas a su tradición, como la Biblia, por ejemplo, Shakespeare, las tragedias griegas...