Una frase lanzada desde el escenario puso el cierre a la velada y a dos semanas de espectáculos: “Larga vida al flamenco”.
Así, con esas palabras, se despidió la noche del viernes la cantaora granadina Marina Heredia, tras una actuación cautivadora, mientras recogía (sin olvidar a su acompañante, el virtuoso de la guitarra y compositor José Quevedo el Bola) una sonora y prolongada ovación sembrada de olés. Todos en pie.
De esta manera concluyó la 24 edición del festival de flamenco de Nueva York, un colofón lorquiano, como se merecía una convocatoria bajo el argumento de que fuera un homenaje a Granada y a su poeta, Federico García Lorca, que también fue poeta en Nueva York.
Heredia, reluciente toda la velada en el Merkin Concert Hall como los dos vestidos que lució, un plateado, otro azul, expresó su agradecimiento por volver a la Gran Manzana bajo el paraguas de este certamen. “Este festival lucha para que el flamenco se haga un hueco en el mundo”, afirmó. “Nueva York es el escaparate preferido de los flamencos”, recalcó.
La del Albaicín se arrancó por una serie de palos en los que fusionó lo antiguo y lo moderno, una filosofía que resumió citando a su tío el bailaor Manolete, “un adelantado a su época”, del que aseguró que “tenía un pie en la tradición pero siempre mirando hacia adelante”.
La segunda parte, sin embargo, se centró en los poemas del granadino universal, haciendo una síntesis de la producción que realizó con Quevedo, autor de la música, para su obra titulada De lo jondo a Lorca. Ahí incluyeron composiciones como Los segadores o el Soneto de la dulce queja.
En el bis pusieron la guinda con el Se nos rompió el amor que popularizo Rocío Jurado y que hizo que el público se rindiera ante el despliegue artístico.
“Son 25 años trabajando juntos”, sostuvo Heredia ya fuera de la sala al referirse a la compenetración con el Bola.
A su lado estaba Miguel Marín, el alma mater de este festival, su director artístico, feliz por haber llegado con un buen balance, más de 12.000 espectadores en quince actuaciones desarrolladas en varios escenarios de la ciudad, de formato grande, medio y pequeño, pero ya pensando en la edición del 2026, la de las bodas de plata.
“Viendo la reacción del público, los comentarios, yo mantengo mi ilusión, que es lo que me ha movido siempre. El motor de este trabajo es la ilusión, que creas que lo que estás haciendo es relevante, que realmente dedicas tu esfuerzo y tu energía a apoyar que el flamenco esté presente en los teatros y en espacios singulares. Y hemos visto esa reacción del público, los teatros en pie, esas ovaciones, y eso es lo que creo que tiene sentido para todos”, subrayó.
“Esta edición ha sido una nueva muestra de esta relación de amor entre el flamenco y Nueva York. Hay una cohesión muy especial y como Nueva York quiere al flamenco, y el flamenco es parte de Nueva York. Es un orgullo poder hacer que esa relación de amor permanezca y se profundice cada año con nuevas ideas”, insistió.
“Cada vez hay más conocimiento Y esto es lo que tiene el flamenco, que cuanto más lo conoces, más lo paladeas y disfrutas, más puedes apreciar los matices. Lo estamos notando porque, por ejemplo, espectáculos de pequeño formato, que antes no se harían, porque siempre se ha querido traer un formato mucho más grande, con percusión, baile y demás, y ahora hemos tenido conciertos como el Juan Habichuela Nieto, que era él con una guitarra y una percusión”, ilustró Marín.
Esta edición deja grandes momentos como, por citar algunos, el espectáculo Muerta de amor de Manuel Liñán y su compañía en el City Center; la actuación de Kiki Morente con el guitarrista Carlos de Jacoba; la compañía de Eva Yerbabuena con su espectáculo, también en el City Center, a cuyos camerinos acudió el reputado bailarín y coreógrafo Baryshnikov para rendirle tributo por su trabajo; o el encuentro entre Carlos de Jacoba y el pianista de jazz Zaccai Curtis, con percusión de Juan Carmona, en el Lincoln Center.

Pasaje de la actuación de la bailaora Sara Jiménez, acompañada por el guitarrista Pablo Giménez, en el Joe's Pub
Bajo concepto de formato pequeño encaja la actuación de Heredia y Quevedo e, incluso todavía más, la de la sorprendente bailaora Sara Jiménez en el coqueto Joe’s Pub, sala de culto por donde han desfilado nombres célebres.
Acompañada por el guitarrista clásico Pablo Giménez (sin vínculos familiares), Sara sorprendió al público con su baile flamenco y fusión contemporánea, su poderosa mirada y su expresión corporal que precisamente se podían apreciar gracias a esa dimensión de club en la que se desarrollaba la actuación.
La bailaora, armada con unas castañuelas se dejó llevar por el ambiente e improvisó un paseo por la sala que causó fascinación entre la audiencia. Ese paseo ilustró la conexión entre el flamenco y el público neoyorquino.