Es difícil caminar por el barrio de Retiro, en Buenos Aires, y no topar con el Kavanagh. De estilo art déco, es uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Si alguien duda de ello, no hace falta más que fijarse en los grupillos de turistas que se juntan a su alrededor a diario y deciden inmortalizarlo con una fotografía. Algo a lo que se han acostumbrado los vecinos. “Desde un búnker puede verse todo, hasta las personas que te miran”, señala la protagonista de Kavanagh (Minúscula), la novela de Esther Cross que narra cómo es vivir en un rascacielos que fascina a publicistas, a cineastas, así como a los propios residentes. “En su día, se promocionó como un edificio en el que vivir sin necesidad de pisar la calle”, explica la propia autora durante su visita a Barcelona. Cuando escribió su obra, no había entrado jamás en su interior. “Quería imaginar qué mundos podían acontecer allá dentro y qué harían sus gentes”.
Jorge Cermesoni, que leyó la obra y que es uno de los vecinos del inmueble, confirma el parecido de la ficción con la realidad. Allí vivía su madre y, tras su fallecimiento, se mudó y se convirtió él en propietario. “Mi madre era arquitecta y, cuando iba a la universidad, el estudio de ese edificio generó en ella una atracción fantástica. Pasó el tiempo, se divorció y, tras pasar por varios departamentos, tuvo la oportunidad de residir aquí. Lo sintió como una nueva oportunidad que le brindaba la vida”. En su momento —prosigue Cermesoni— “era una torre con muchos servicios y personal. Hoy en día, todas esas comodidades están superadas por edificios más modernos, pues ni siquiera tiene aparcamiento. Eso sí, reconozco que vivir aquí sigue siendo un prestigio”.

El Kavanagh, el icónico edificio de Buenos Aires
Lo mismo piensa la escritora Ana Viladomiu de la que es su casa desde 1987, La Pedrera, uno de los monumentos más fotografiados de Barcelona. Son miles los que visitan la ciudad para conocer la obra de Gaudí, pero Viladomiu asegura estar “tan acostumbrada que ya no me molestan”. Vino aquí por amor y, más de una vez, ha fantaseado con mudarse a Ibiza o a Formentera, pues “me encantaría vivir en un lugar más tranquilo y pertenecer a un barrio que no estuviera repleto de tiendas de lujo. Pero, como dicen mis amigas, mejor hacer el hippy de joven que de mayor y yo ya tengo una edad”.
El confinamiento, reconoce, supuso un antes y un después. “Fue un lujazo”. En ese periodo publicó En buena compañía (Roca Editorial), la segunda entrega de la trilogía que tiene como paisaje de fondo La Pedrera y que está protagonizada por Martina, su alter ego. La novela se inspira en esos meses de soledad, lejos de ruidos y visitas que interrumpen su rutina diaria. “Si atendiera todas las entrevistas que me piden para ver mi casa, no viviría, por eso subo todo a mi cuenta de Instagram, @ana_viladomiu, es mi ventana al mundo”. Sabe que raramente se volverá a repetir aquella anodina situación, pero lo comprende. “Los japoneses me dicen a menudo que vivo en un museo. Soy como Copito de nieve, el gorila albino del zoo de Barcelona, una especie en extinción”.

La Pedrera, en Barcelona
Fernando Ull vive algunas semanas del año en el Xanadú, el edificio que el estudio de Ricardo Bofill levantó en Calpe, a pocos metros de la Muralla Roja, también suya. “Es una casa familiar pero vamos pocas veces, así que gran parte del año lo tenemos alquilado. Lo planteamos porque, al estar frente al mar, tiene muchos gastos. Pintamos la fachada cada cinco años y cuesta una media de 40.000 euros. Una cifra que, aunque se divida entre diecisiete vecinos, no es menor”.
Si bien no faltan curiosos que fotografían el edificio y que, en más de dos y de tres ocasiones, le preguntan a Ull cómo es vivir ahí, el vecino asegura que no es algo que le moleste. “En la Muralla Roja lo sufren más porque se viralizó en internet”. Lo hizo con especial fuerza tras el éxito de la serie surcoreana El juego del calamar, que se inspira en esta construcción. “Durante un tiempo, mucha gente intentó colarse para hacerse selfies, lo que obligó a la comunidad a tomar medidas”.

El edificio Xanadú, en Calpe
Ull toca madera, pero reconoce que, hasta la fecha, no han tenido problemas de ese tipo. Los meses del año que no está, alquila la vivienda. “Todavía hoy me sorprende que haya gente de Japón, Australia o Estados Unidos que decida coger un avión para venir a vivir a mi casa unos días. Para mi familia y para mí es un orgullo”. Eso sí, les advierte: “No todo el mundo es capaz de dormir allí, porque está literalmente encima del mar y se oye el rumor de las olas de forma constante. Si a uno le cuesta pegar ojo, eso puede ser más molesto que los turistas tomando fotos”.
Marilena Sobacchi comprende todos estos testimonios, pues ella comparte a diario muchas de estas experiencias. Reside en el Bosco Verticale, a 2,5 kilómetros del Duomo de Milán, una construcción de Boeri Studio formada por dos torres de 80 y 112 m de altura que albergan todo tipo de vegetación. “Es como habitar un lienzo vivo, una obra de arte en constante evolución. Cada día es diferente: el verde estalla en primavera, las hojas se encienden en otoño y el invierno esculpe silencios”.

El Bosco Verticale, en Milán
Lo que más le gusta, explica a este diario, es “el diálogo íntimo y continuo con la naturaleza”. Lo que menos, “la forma en la que a veces la gente me mira cuando digo que vivo aquí, como si hubiera asumido un pape. Pero para mí, esto no es una declaración, es mi hogar. Es donde juega mi hijo, donde horneamos pasteles los domingos lluviosos y donde nos contamos historias por la noche”. Por suerte, explica, nada de esto es visto desde fuera. “El follaje crea una pantalla natural que nos resguarda. Así que, cuando veo que la gente se detiene a tomar fotos, sonrío. No me molesta en absoluto, pues recuerdo cuando yo también miré este lugar con los ojos muy abiertos”.