La ventaja barcelonesa (y un riesgo)

La ventaja barcelonesa (y un riesgo)
Director adjunto

El compositor Arnold Schönberg es uno de los expats más celebres que ha acogido Barcelona en su historia. En 1931 se instaló en una casita de Vallcarca, procedente de Berlín, porque su médico le había aconsejado que se fuera a un país cálido para curar sus dolencias respiratorias. Ya en la ciudad, quien fuera artífice de la música dodecafónica disfrutó de un ambiente intelectual que le permitió seguir conectado a su arte. En su retiro de la Bajada de Briz –ahora calle Schönberg– avanzó en su obra Moisés y Aarón .

Terminada a los ocho meses su etapa catalana, el compositor se refugió en Los Ángeles huyendo de una Alemania donde el partido nazi empezaba a levantar la voz. Ya en California, formó parte de un exilio intelectual judío que enriqueció la vida cultural y científica de EE.UU. Barcelona y el resto de España habían dejado de ser un refugio para perseguidos; primero, por la guerra civil y, después, por la represión franquista.

Casi un siglo después, Schönberg mantiene su vigencia y Barcelona sigue siendo un destino muy apreciado por sus curas y cuidados, ahora etiquetadas como turismo sanitario o de salud. Pero, además, la deriva geopolítica ha reservado para ella, junto a otras ciudades europeas, la condición de refugio para personas que no son bien acogidas en otras latitudes.

El autor de Pierrot Lunaire , de vivir ahora, tendría a su disposición una magnífica red de hospitales para recuperarse pero, además, a diferencia de 1993, estaría más seguro en Barcelona que en unos EE.UU. donde se arriesgaría a ser deportado por el mero hecho de ser intelectual extranjero.

Comparar la situación actual con la de los años 30 se está convirtiendo en un lugar común, con los riesgos que ello comporta. Hay una desproporción evidente entre la represión brutal de los judíos en la Alemania de Hitler y el ambiente poco propicio al libre pensamiento o a la investigación –sometida a los salvajes recortes de Elon Musk– en la América de Donald Trump. Los intelectuales que hoy abandonan EE.UU. para vivir en Canadá o Europa no temen, obviamente, por su vida, sino que parten en busca de un entorno donde desarrollar su trabajo en libertad (o con fondos que les han sido negados en EE.UU.).

Lo que sí es cierto es que ese trasvase de personas talentosas existe y que la propia Comisión Europea quiere incentivarlo, dotando mejor sus programas para la atracción de profesionales brillantes.

Vistas panoramicas de Barcelona desde el Restaurante Torre d'Alta Mar, Barcelona, 12 de marzo de 2025.

Vista tornasolada del litoral barcelonés, con las Tres Xemeneies al fondo 

Joan Mateu Parra / Shooting

Schönberg, que se refugió de los nazis en EE.UU., vendría hoy al sur de Europa

Es en este contexto que ciudades como Barcelona pueden beneficiarse de ese exilio intelectual. La capital catalana dispone de una red de instituciones científicas conectadas con los principales centros de excelencia del mundo, de una rica vida cultural y, en tanto que ciudad europea, de unas coberturas sociales que pueden compensar la diferencia salarial con EE.UU.

Que en Barcelona se vive bien y que es un destino idóneo para quienes huyen de la América autoritaria lo saben los muchos estadounidenses que en los últimos años han visitado la ciudad. De esta nacionalidad son más del 15% de los turistas que llegan a Barcelona, con un gasto no hotelero ni de avión de 130 euros por día, por encima de la media de 99 euros. La Copa del América de 2024 disparó aún más estas visitas. El turismo es, por tanto, una buena ayuda para situar en el imaginario americano la Barcelona ciudad-refugio.

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Pero esta fuente de ingresos y vía de atracción de mentes capacitadas corre hoy riesgo. Y no solo por la evolución que pueda seguir el dólar como consecuencia de la guerra comercial declarada por Trump al mundo. Lo cierto es que en medios del sector turístico barcelonés no se esconde el temor a que el presidente americano decida algún día desincentivar la aportación que hacen sus compatriotas a la economía de las ciudades europeas, con el argumento –o sin necesidad de dar explicaciones– de que así favorece su turismo interior.

Estado actual de la casa donde vivió Schönberg en Barcelona, muy parecido al de aquel momento, y, a la derecha, imagen del compositor, sentado en la terraza del lugar

Schönberg, en la terraza de su casa de Vallcarca 

ARCHIVO

Bastaría con un exabrupto en sus redes sociales o con una breve nota del departamento de Estado desaconsejando el viaje para que algunos turistas se lo pensaran dos veces –ni que fuera temporalmente– antes de dejar su país rumbo a Europa. Por ello, en el sector se trabaja ya en fórmulas para desarrollar mercados alternativos.

Los miles de turistas de EE.UU. que visitan la ciudad ya saben dónde recalar si tienen que dejar su país

En todo caso, la ciudad debería aprovechar esta oportunidad de captar a científicos, intelectuales o artistas que huyen de EE.UU. Es cierto que Barcelona se enfrenta a un grave problema de falta de vivienda y que la llegada de expatriados no ayuda a solucionarlo. Pero este tipo de incorporaciones conllevan también beneficios: refuerzan empresas o instituciones locales que, a su vez, crean riqueza y, así, empleo de calidad para los jóvenes. Evitar el monocultivo turístico no implica solo limitar los visitantes, sino también fomentar el crecimiento de otros sectores productivos, aunque en muchos casos sea necesario incentivar, para ello, la llegada de foráneos con talento.

Conseguirlo requiere eliminar trabas burocráticas (el Ayuntamiento acaba de crear para ello un instrumento llamado Barcelona Investment Office) o adecuar el sistema escolar. Pero también, cuidado, demostrar al mundo que la ciudad se toma en serio su adaptación a la crisis climática. A Schönberg, su neumólogo le aconsejó que para recuperarse viajara a un país cálido como España, pero seguro que no enviaría a su paciente a un destino tórrido.

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