Edurne Portela y José Ovejero han escrito una novela inusual. Y compleja. Está escrita a cuatro manos, hay multitud de voces (la de los distintos personajes y también la de los propios autores, a través de sus diarios personales) y el libro abarca un espacio temporal de casi un siglo, del París de la Primera Guerra Mundial hasta el de los años ochenta, pasando por América. Los retratos de Una belleza terrible (Galaxia Gutenberg) tienen un denominador común: una vida trágica, intensa y organizada alrededor del trotskismo. La pareja de autores son historiadores de formación, y se nota. Además son pareja, y también se nota: uno no sabe quién ha escrito qué. “Nosotros también nos confundíamos al leernos los textos”, confiesan.
Cuentan los autores a La Vanguardia que el proceso de escritura fue libre, sin un plan concreto. Escribían escenas, personajes, momentos, y poco a poco surgió la idea de incluir fragmentos de sus diarios personales. Esto ayudó a mostrar no solo el proceso creativo compartido, sino también el lugar desde donde se escribe: una reflexión íntima y política sobre cómo se construye una novela desde dos voces diferentes, pero entrelazadas. Insisten en que la imaginación aquí solo funciona como una herramienta para comprender el pasado, “igual que hacen los historiadores”, pero evitando rellenar vacíos solo porque funcionaran narrativamente.
Los autores también recorren algunas vidas que representan el papel de las mujeres en la lucha revolucionaria
Una belleza terrible se articula en torno a figuras reales —de orígenes humildes a directamente aristocráticos— y muchas de ellas muy poco conocidas. El protagonista principal es Raymond Molinier, un joven militante trotskista que entabló una estrecha relación con Lev Trotski, especialmente durante el exilio del líder ruso en Turquía. Según la pareja, su fascinación inicial por Molinier dio paso a una visión más matizada conforme profundizaban en las historias de las mujeres que le rodeaban, como Silvia (su nuera y compañera), quien les ofreció un retrato bastante más suave y tierno del que dejaban entrever sus años de activismo.
Pero la novela también recorre las vidas de mujeres como Jeanne Martin des Pallières, aristócrata comprometida con la causa y la segunda esposa del hijo mayor de Trotski; Vera Lanis, exiliada y militante desde las sombras; o la socióloga Elisabeth Käsemann, hija de un teólogo alemán, secuestrada, torturada y finalmente asesinada por la dictadura argentina. Todas ellas representan a su manera el papel de las mujeres en la lucha revolucionaria del siglo XX.
La degradación moral de muchos de los personajes es uno de los hilos conductores de la novela. Las condiciones de vida en el exilio, la traición entre camaradas, la persecución permanente y la pérdida de seres queridos dibujan una existencia trágica y tremendamente angustiosa. En este contexto, la figura de Trotski aparece como un referente constante, aunque no central. Aceptó por necesidad la ayuda de jóvenes militantes como Molinier, pero terminó distanciándose de él ante su carácter divisivo y desobediente.
Portela y Ovejero también reflexionan sobre la tensión histórica entre el movimiento obrero y los intelectuales. Al ser preguntados por esta cuestión, los autores aseguran que aún sucede que “muchos partidos de izquierdas no saben dialogar con los obreros”, aunque sostienen que ya no se puede hablar de “clase obrera” en los mismos términos que en el siglo XX. La noción de “precariedad” ha sustituido al clásico concepto de “explotación”, y —agregan— la conciencia de clase parece haberse desplazado “más a las élites que a la verdadera clase trabajadora”.
