La historia humana es una historia de migraciones. Desde los orígenes de nuestra especie en África hasta la dispersión por todo el planeta. Y ninguno de estos viajes es tan enigmático como la llegada al continente americano. No es fácil seguir los pasos de la peregrinación más larga de la humanidad.
Investigadores de la Universidad Tecnológica de Nanyang (NTU) acaban de descubrir que estos humanos prehistóricos, que vagaron por la Tierra hace más de cien mil años, habrían recorrido más de 20.000 kilómetros a pie desde el norte de Asia hasta el extremo sur de Sudamérica.
Una marcha que duró miles de años
Esta marcha, según explican los expertos en un artículo publicado en la revista Science, duró miles de años y habría requerido varias generaciones. En el pasado, las masas terrestres también eran diferentes, con hielo que unía ciertas partes ahora separadas, lo que hizo posible la ruta.
Los investigadores han colaborado con el consorcio GenomeAsia100K para poder rastrear este antiguo viaje que comenzó en África, continuó por el norte de Asia y finalizó en Tierra del Fuego, en la actual Argentina, considerada la última frontera de la migración humana en la Tierra.

Montañas cerca de la ciudad de Ushuaia, en Tierra del Fuego (Argentina)
En su estudio analiza datos de secuencias de ADN de 1.537 individuos que representan a 139 étnias de Sudamérica y el noreste de Eurasia. Comparando los patrones de ascendencia compartida y variaciones genéticas que se acumulan con el tiempo, se pudo rastrear cómo los grupos se dividieron, se desplazaron y se adaptaron a nuevos entornos.
Un descubrimiento clave fue que estos primeros migrantes llegaron al extremo noroeste de Sudamérica, en el punto donde las fronteras de Panamá se encuentran con las de Colombia, hace aproximadamente 13.900 años. Desde este lugar, la población humana se dividió en cuatro grupos principales.
Uno de ellos permaneció en la cuenca amazónica, mientras que los demás se desplazaron hacia el este -a la región del Chaco Seco, entre Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil- y hacia el sur hasta los campos de hielo de la Patagonia, navegando por los valles de la Cordillera de los Andes, la cadena montañosa más alta fuera de Asia.
“Nuestro análisis demuestra que la ascendencia de Siberia Occidental, representada por los kets y los nenets, contribuyó a la ascendencia genética de la mayoría de las poblaciones siberianas. Los beringianos occidentales, incluyendo a los koryaks, inuit y luoravetlans, se adaptaron genéticamente al clima ártico, incluyendo variantes de relevancia médica”, escriben los autores del estudio.

Elena Gusareva, Amit Gourav Ghosh, Stephan Schuster y Kim Hie Lim analizan los resultados de su investigación
La doctora Elena Gusareva, autora principal del estudio, afirma que estos primeros grupos se asentaron en nuevos nichos ecológicos y, a lo largo de cientos de generaciones, sus cuerpos y estilos de vida evolucionaron en respuesta a los desafíos únicos de cada región y “se asentaron con éxito en entornos muy diferentes”.
Al rastrear el impacto de la migración y el aislamiento en las características genéticas, este trabajo ofrece también información sobre cómo las diferentes poblaciones pueden responder a las enfermedades y cómo han evolucionado sus sistemas inmunitarios a lo largo de la historia.
Solo un subconjunto genético
“Esos emigrantes portaron solo un subconjunto del acervo genético de sus poblaciones ancestrales en su largo viaje. Por lo tanto, esta menor diversidad genética también provocó una menor diversidad en los genes relacionados con el sistema inmunitario, lo que puede limitar la flexibilidad de una población para combatir diversas enfermedades infecciosas”, explicó la profesora de la NTU Kim Hie Lim.
Este detalle habría sido fatal para esos grupos humanos, especialmente cuando entraron en contacto con otros colectivos. “Esto explicaría por qué algunas comunidades indígenas fueron más susceptibles a enfermedades introducidas por inmigrantes posteriores, como los colonos europeos en los siglos XVI y XVII”, añade Kim.
Durante los últimos 10.000 años, los cuatro linajes nativos sudamericanos han experimentado descensos poblacionales que van del 38 al 80%. Este drástico declive, sumado a la pérdida de estilos de vida tradicionales, prácticas culturales e idiomas, ha llevado a algunas comunidades indígenas, como los kawésqar, al borde de la extinción.