Resulta curioso que sea un director estadounidense como Richard Linklater el que se encuentre en el festival de Cannes optando a la Palma de Oro con una obra maestra que sirve de precioso homenaje a la Nouvelle vague y más concretamente a la recreación del caótico rodaje de Al final de la escapada (1960), el debut en la dirección de Jean-Luc Godard protagonizado por Jean Seberg y Jean Paul Belmondo que rompió por completo los códigos narrativos tradicionales imperantes en el cine hasta ese momento.
La película ha enamorado a la crítica, es pura cinefilia, y resulta todo un soplo de aire fresco entre varios títulos de gran intensidad dramática en la sección oficial. Durante su proyección de gala anoche recibió una ovación del público de más de seis minutos y la bendición de un emocionado Quentin Tarantino. “Pensaba que podría enseñar Nouvelle Vague en todas partes menos en Francia porque seguramente los franceses odiarían que un estadounidense se hubiera atrevido con Jean-Luc Godard”, opina el cineasta de Texas, uno de los grandes exponentes del cine independiente estadounidense de las últimas décadas y autor de títulos emblemáticos como la saga Antes de..., Boyhood o Movida del 76.

Guillaume Marbeck, Aubry Dullin, Richard Linklater, Zoey Deutch y Michele Halberstadt en el estreno en el Gran Teatro Lumière
Linklater, muy prolífico este año -en la Berlinale estrenó Blue moon- ha citado a menudo a Godard como uno de los cineastas que más le han inspirado, lo que convirtió Nouvelle Vague en un proyecto apasionante para él. “Amo esa era y ha significado mucho para mí en mi carrera”, dice el realizador, que nunca conoció en persona al director de El desprecio.
El filme, rodado en francés y en blanco y negro con una exquisita puesta en escena, retrata a los artífices de ese movimiento cinematográfico que revolucionó el cine de autor a finales de la década de los cincuenta. Por la pantalla van desfilando Truffaut, Rohmer, Chabrol, Rouch, Rivette, Varda... y hay guiños a Melville y un Rossellini con mucha jeta que recuerda a Godard aquello de que “el cine no es un oficio, es un sacerdocio”. Todos ellos encarnados de forma asombrosa por un elenco del que destacan especialmente el impulsivo y ambicioso Godard del debutante Guillaume Marbeck; la risueña Seberg de Zoey Deutch (vista en Jurado Nº2) o el divertido Belmondo de Aubry Dullin. “El casting fue laborioso porque quería no solo grandes actores, sino también rostros que recordaran claramente a los originales”, señala.

Zoey Deutch se mete en la piel de Jean Seberg
La cinta arranca con la aplaudida proyección de Los 400 golpes, de Truffaut, en el festival de Cannes en 1959. Allí está sentado Godard con sus inseparables gafas de sol, a través de las cuales se refleja ese final antológico de Antoine Doinel en la playa. Todos sus colegas críticos en la revista Cahiers du cinéma ya han dirigido película menos él. Por eso a la edad de 28 convence al productor Georges de Beauregard para debutar con una historia de Truffaut, con chica y pistola incluida, donde lo más importante es gozar de libertad creativa para capturar la realidad sin improvisar y con pocas tomas.

Los actores que interpretan a Godard y Belmondo
Sin apenas un guion y haciendo gala de una falta de planificación, convoca a Belmondo y a la estrella Seberg, a quien vuelve loca en el rodaje sin saber qué tiene que decir su personaje, el de la americana Patricia que vende el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos. Con sus gafas y un cigarrillo constante entre los labios, Godard para el rodaje cuando se queda sin ideas, no tiene en cuenta los detalles para el montaje, se pelea por los suelos con el productor... y todo ello narrado con grandes dosis de humor que celebra una obra festiva. “La meta era hacer sentir a la audiencia como si estuvieran pasando el rato con los integrantes de la Nouvelle Vague en 1959”, manifiesta Linklater, quien recordó que aquella época aún eran los “buenos años”, donde “todo el mundo se quería”, sin las rencillas que fueron surgiendo después entre los integrantes del movimiento.