La institucionalización de la Leyenda Negra

La institucionalización de la Leyenda Negra
Nacho Martín Blanco
Diputado del PP en el Congreso

El secretario de Estado de Cultura, Jordi Martí, anunció el martes que el Ministerio de Cultura pondrá “próximamente” la primera piedra de su proyecto ideológico para la “descolonización” de los museos españoles. En su día, el ministro del ramo, Ernest Urtasun, ya anunció que el objetivo era “superar un marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntricas”.

Lo más preocupante es que la propuesta del ministro parte de una visión maniquea de la historia de España, una visión tan negativa y poco matizada que se antoja pueril. Adolece de presentismo, cuando no tremendismo. Parece orientada a imponer la leyenda negra como versión oficial. Con el agravante de que, históricamente, la leyenda negra la construyeron potencias enemigas de nuestro país; ahora la promueve nuestro propio Gobierno.

Se dieron grandes éxitos en la presencia española en América y Asia, conviene recordarlos

La historia no refleja lo que somos sino lo que fuimos. Juzgarla es fácil, pero no aporta más que anotarse un tanto moral a coste cero. Lo valioso, valiente y difícil es conocer el pasado, estudiarlo y comprenderlo para que ilumine el presente. En la práctica, la “descolonización” del ministro Urtasun consistiría en imponer a nuestros museos una interpretación anacrónica del pasado. Es decir, juzgar de forma moralista, puritana, episodios históricos según parámetros legales y morales de nuestro presente.

Además, escuchando al ministro, uno pensaría que los excesos del pasado fueron monopolio de los españoles, o como máximo de los europeos, como si entre las sociedades prehispánicas de América y en los demás continentes no se hubieran dado, de forma sistemática, tratos que hoy nos parecen inhumanos. Baste recordar los sacrificios humanos, una práctica extendida entre los incas y sobre todo los aztecas, que fue abolida por los españoles.

Tornaviaje, exposición en el Museo del Prado

Los tres mulatos de Esmeraldas (1599), de Andrés Sánchez Galque

Alberto Otero / Museo del Prado

De las declaraciones del ministro se infiere la pretensión de imponer a los museos una obligación, pero no la obligación de enseñar (que sería lo esperable), sino de predicar, y de predicar, además, sustituyendo el rigor por el sectarismo. Llama la atención que algunos sean incapaces de extender al pasado esa cortesía multicultural que tanto se nos exige en el presente, sobre todo desde la izquierda.

El caso es que, sin caer en la autocomplacencia ni en la exaltación patriotera (que a menudo no es historia, sino mitología), cabe encontrar grandes éxitos en la presencia española en América y Asia, hechos que atestiguan la magnitud de su influencia intelectual y cultural. Conviene recordarlos. Con orgullo y sin complejos.

Así, española fue la primera universidad de América, la Universidad de San Marcos, fundada en el Virreinato del Perú en 1538. Allí estudiaría, cuatro siglos después, nada menos que Mario Vargas Llosa. También fue española la primera universidad de Asia, la Universidad de Santo Tomas, fundada en Filipinas en 1611. Hoy conserva la mejor biblioteca del archipiélago, con libros que abarcan desde el siglo de oro hasta el archivo de Nick Joaquin, el más importante escritor filipino del siglo XX.

Fue precisamente Joaquin quien, en su ensayo La Naval de Manila (1943), sostuvo que España dio luz a Filipinas como nación, como pueblo. Otro tanto podría decirse de los estados de Hispanoamérica. Tanto ellos como la propia España son hijos del imperio. España no puede entenderse sin América y Filipinas, ni estas sin España, que ya en tiempos de los Austrias era un crisol de culturas.

Uno de los ingenios de nuestro Renacimiento fue Juan Latino, un latinista negro de origen africano que llegó a catedrático en la Granada del siglo XVI. No muy lejos, en Córdoba, vivió el Inca Garcilaso, hijo de un conquistador español y una princesa inca y primer gran defensor del mestizaje.

Como recordaba sir John Elliott, el gran logro de los españoles del siglo XVI fue incorporar a los indígenas en las sociedades virreinales de América. Cometieron errores y abusos, pero desde la Corona siempre hubo una política de protección de los indios. Y en España, la Escuela de Salamanca articuló todo un entramado intelectual, jurídico y filosófico en su defensa.

Ninguna de las figuras mencionadas, ni luminarias como Francisco de Vitoria, quien fundó el derecho internacional moderno y defendió los derechos amerindios desde Salamanca, merecen el revisionismo frívolo y oportunista que promueve el Ministerio de Cultura.

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