El arte deno aplaudir

El actor y director Sergio Peris-Mencheta ha estrenado la obra Blaubeeren , sobre la vida cotidiana de los nazis en el campo de exterminio de Auschwitz (Madrid, Teatros del Canal, del 5 al 29 de junio). El texto, escrito por Moisés Kaufman y Amanda Gronich, es implacable y, según Peris-Mencheta, “no hace concesiones”. En el ámbito artístico, no hacer concesiones se ha convertido en un cliché lo suficientemente ambiguo para que los espectadores reafirmen o desmientan la carga categórica de esta afirmación. El director, sin embargo, avisa de que, para ser coherente con la crudeza del texto y provocar una reflexión inmediata sobre los horrores del pasado, ha suprimido la liturgia que establece que, al final de la obra, los actores salgan a saludar y a recibir los aplausos del público. Nada de aplausos, pues.

Quizá porque no soy muy teatrero, confieso que los aplausos son el momento que más me gusta de un espectáculo, cuando los actores –o el actor plenipotenciario en caso de que sea un monólogo– salen a saludar. Me encanta la transformación entre la tensión y el esfuerzo de concentración de la obra y el alivio de salir a saludar, a veces con contención, o con saltitos juveniles y una coreografía que parece divertir a los actores. A menudo se nota que están atentos a la intensidad de los aplausos, y los hay que, con una inseguridad conmovedora, entran y salen rápidamente para alargar la duración del ritual. La manera de recibir los aplausos también es un ejercicio de interpretación. Josep Maria Flotats, Dario Grandinetti, Pere Arquillué, Emma Vilarasau, Josep Maria Pou, Ricardo Darín o los tres miembros de Tricicle son un ejemplo de elegancia y de oficio, también a la hora de agradecer los aplausos como si fueran un baño de reconocimiento y gratitud. O Pepe Rubianes, que tenía aquella técnica de enviar besos al público con una gestualidad expeditiva y simpática, probablemente porque ya estaba impaciente por salir a fumarse un cigarrillo. ¿Qué actor me ha impresionado más a la hora de recibir y provocar aplausos? Vittorio Gassmann, diría que en julio de 1984, en el Teatre Grec.

En el ámbito artístico, no hacer concesiones se ha convertido en un cliché

No sé cómo se sentirán los actores de Blaubeeren cuando, tras entregarse en cuerpo y alma a sus personajes, el director les niega el premio de salir a disfrutar del reconocimiento del público. Ni qué pensará el público, que quizá aproveche esta revisión de los protocolos para, como sucedía en el viejo Camp Nou, salir disparado para ahorrarse las aglomeraciones del vestíbulo y, si el teatro es muy grande, la cola del parking. Es verdad que a veces no queda claro cuándo deben acabarse los aplausos, y los espectadores se miran, a ver a quién es el guapo que decide poner el punto final. Lo decía George Carlin, el sulfúrico cómico y monologuista: “¿Quién decide cuándo se acaban los aplausos? Parece una decisión de grupo: todo el mundo empieza a pensar: vale, ya está, ya es suficiente”.

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