En su habitación, situada en la planta de arriba de unos bajos de Badalona, cuelgan una veintena de medallas. Ocupan la pared del fondo de la cama como si fueran un recordatorio obstinado de un origen que no quiere desaparecer. Se sienta en el colchón, con la ventana a la espalda. El sol de tarde entra de lado e ilumina unas hojas ordenadas que ha dejado sobre el escritorio, al lado del ordenador encendido, que delatan que adelantaba trabajo de clase antes de abrir la puerta.
Guillem Fole se sube por cuerdas, navega en un barco ficticio que recorre el escenario y hace saltos mortales desde nueve metros de altura. Pero eso solo lo hace cuando interpreta a los personajes de Mohamed y de Soldat en la obra Mar i cel en el teatro Victoria de Barcelona.
Detrás del telón, está un joven estudiante a punto de acabar el último año de fisioterapia en la universidad. Y antes de todo eso, antes del musical, de los aplausos y de los castings, estaba el fit kid que ocupaba toda su admiración.
Crecer sobre tatamis
Desde los 5 años estuvo haciendo fit kid, un deporte artístico que practicaba en un gimnasio de Badalona, donde adquirió la base y la técnica acrobática que hoy lo ha impulsado a los grandes teatros de Barcelona. “Sabía que me quería dedicar a eso, pero obviamente tenía en la cabeza que quizá no era posible, simplemente era un niño sobre un escenario haciendo lo que le gustaba”, expresa el actor, que nunca se había planteado la danza como una opción de futuro.
Por eso empezó a estudiar fisioterapia, para tener un plan B. Pero alguien del pasado, explica, le cambió la trayectoria: a uno de los actores del musical Priscilla, Adrià García, a quién Fole admira después de enfrentarse competitivamente en los campeonatos de fit kid, lo incitó a presentarse a un casting de la escuela Som-hi Dansa. Se presentó y lo cogieron para Els tres mosqueters, que sería su primer papel dentro del mundo escénico catalán.
Se sube por cuerdas, navega en un barco que recorre el escenario y hace saltos mortales desde nueve metros de altura
Entonces vinieron dos meses de formación intensiva en la academia, acompañados de cinco horas diarias de ballet, jazz, contemporáneo, canto e interpretación. Y por la tarde, universidad. Guillem siempre ha sido un chico exigente y constante, habilidades que no ha dejado nunca de lado, ni siquiera cuando el mundo de los musicales lo ha tentado a dejar los estudios. En paralelo, llegaban las funciones de For Evita, La gran nit de Dagoll Dagom, El Trencanous y, sobre todo, L'alegria que passa, la obra que lo cautivó como espectador y que después lo hizo vibrar como intérprete.
“Me acuerdo del día en que fuimos a verla como público y fue mi madre quien sentenció: ‘A ti te gustaría hacer eso’”, narra Fole con la ilusión de un sueño. Con esas palabras clavadas dentro, de sopetón, un profesor de comercial anuncia que buscan a un bailarín acróbata para esa función. Y sin pensarlo dos veces, se presenta a un casting urgente y en menos de un mes se estrena en el teatro Poliorama. Y así acabó disfrutando desde dentro de una obra que admiraba desde la butaca. Fue una temporada breve, pero que el artista vivió con profundidad: “Me quedé con muchas ganas de más, yo solo estuve dos meses y se me hicieron tan cortos...”, indica el artista.

Los piratas del barco de 'Mar i cel'
Posteriormente, Mar i cel lo ha llevado a navegar más lejos, a través de un viaje de 10 meses por una obra que ocupa un lugar sagrado dentro de la historia del teatro catalán. Estrenada por primera vez en 1988, marcó a una generación y ha sido revisitada con éxito tres veces. Él lo sabe, y lo vive con la responsabilidad de heredar una pieza viva de la memoria colectiva: “Sabíamos cuán importante era hacer el último Mar i cel, teníamos la presión no de superarlo, que ojalá, sino de estar a la altura”, manifiesta.
En esta línea, asegura que tiene algo especial, ya que cada día se llena el teatro, un fenómeno que no pasa en el resto de espectáculos. Fole lo describe como un musical “legendario” que ha pasado de familia en familia: “La gente que quedó impresionada en 1988 al ver un barco en medio del escenario, ahora vuelve con sus hijos o nietos”.
El primer vuelo, de la mano de un maestro
Más allá del escenario, el joven acróbata volaba también cuando era un niño, cuando entrenaba horas y horas en el fit kid hasta proclamarse campeón del mundo en su especialidad en varias ocasiones. Allí se impregnó de la pasión de Eduard López, su entrenador de toda la vida, que él define como “un segundo padre”: “Edu me ha abierto mucho los ojos, desde pequeño ha visto algo especial en mí y ha confiado”, recuerda el actor catalán.
Un mentor que ha pasado de ver a su bailarín sobre tatamis y parquets a visitarlo en cada teatro. Miles de personas llenan el Victoria en cada función del clásico de Dagoll Dagom, ha hecho sold out desde el primer día, pero cuando su exentrenador asiste a la función, tiembla por dentro: “Ahora, siempre que sé que Edu viene a verme me pongo tan nervioso, lo quiero hacer tan bien”, reconoce Fole, añadiendo que, años después, López sigue corrigiéndolo: “Mira, aquí te ha faltado estirar esa punta, eh”, lo imita el intérprete.
El musical ‘L’alegria que passa’ supuso su paso de espectador a intérprete
El fit kid, confiesa, le ha dado una calidad que muchos bailarines no tienen y es un control minucioso de cada parte del cuerpo, además del hecho de que la acrobacia, tal como puntualiza, es un elemento que abre muchas puertas en el mundo de los musicales porque llama mucho la atención. Pero también le ha dejado una huella que le han reconocido en el futuro: “Había una disciplina admirable, no era una extraescolar cualquiera”, aclara el acróbata.
Para él era obligatorio asistir a clase, no se planteaba saltárselas y tampoco quería hacerlo, quería vivir del y en el fit kid. A pesar de todo, en los últimos años fue su entrenador quien ya le advertía de que para dedicarse a eso tenía que volar. Y aunque él nunca quiso marcharse del club, dio el paso. De Badalona a los escenarios de Catalunya, y de ahí, el próximo año, a Madrid: “Me han cogido para el musical Buscando a Audrey”, adelanta el artista, que para él representa cerrar un círculo en el ámbito personal porque justo acaba la carrera y, por lo tanto, el próximo año ya puede irse.
Después de más de 200 funciones del clásico Mar i cel, el escenario sigue siendo testigo de cómo, en el momento del beso, se hunde el teatro. “Estás haciendo algo que es vivo y que es recíproco”, así lo describe el acróbata. Con todo, insiste en que él no lo siente como un trabajo, sino que más bien considera el trabajo ir a la universidad y hacer trabajos, y eso es la parte bonita del día. Y quizá aquí radica el secreto de su éxito, en la capacidad de vivir el escenario no como una carga, sino como un privilegio.
“Muchas veces sales del teatro –rememora el intérprete– y todavía queda gente del público que se acerca y te agradece el buen trabajo, a veces aún están llorando”. Al final, quizá lo único que quiere Guillem, cuando se sube al barco, cuando salta al vacío con una cuerda en la mano, es seguir volando con la inocencia de aquel niño que un día, sin saberlo, ya encaminaba su futuro.