Concierto Asmik Grigorian y Matthias Goerne ★★★✩✩
Intérpretes: Orquestra del Liceu. Dirección musical: Josep Pons. Lugar y fecha: Liceu (02/VII/2025)
El orden de los factores sí altera el producto, al menos en el arte. Eso debió pensar más de un espectador ante el resultado final de un concierto que comenzó esperanzador y luminoso y acabó entre las tinieblas de una expectación no consumada.
La estrella lituana Asmik Grigorian, actual protagonista de Rusalka de Dvorak, en cartel hasta el 7 de julio, se presentó para afrontar una cúspide del repertorio liederístico: los Vier letzte Lieder de Richard Strauss.
Los 'Vier letzte Lieder' de Richard Strauss, de inmarcesible belleza, siguen siendo una piedra de toque para cualquier soprano
Estos cuatro lieder de inmarcesible belleza, siguen siendo una piedra de toque para cualquier soprano. También lo es para orquesta y director, que han de conjugar el legado de la música infinita de Wagner con la sofisticación crepuscular de la escritura vocal straussiana, de una plenitud musical absoluta.
Grigorian, quien ha grabado recientemente estos lieder, demostró la madurez estilística, radiación vocal y homogeneidad interpretativa, de una cantante en estado de gracia. Cantó los cuatro lieder como si fuera todo un gran lied, mayestático, eterno y redentor. La voz plena, el timbre esmaltado, el canto lleno de una inusitada belleza, donde reinó un control de la respiración y una atención al detalle solo al alcance de artistas consumadas.
La soprano Asmik Grigorian, con Pons a la batuta
Pons y la orquesta del Liceu respondieron con un acompañamiento sensible a los cambios armónicos y atención a la rica paleta tonal y sus cromatismos. La siempre difícil particella de la sección de viento-metal resultó muy digna, a pesar de unas trompas de exigencia mayúscula. Atractivo el arco en solo de violín de Kai Gleusteen.
Con el preludio orquestal y el Liebestod de Tristan und Isolde, Grigorian anunció la proximidad de un nuevo rol-debut que se antoja revelador.
Pons y la orquesta trazaron un preludio atmosférico y ambivalente, como lo es una ópera de extrema complejidad. Asmik cantó una muerte irisada y palpitante, donde el instrumento se creció ante una orquesta de densidad peligrosa. Solo imaginarla en escena, con su magnético carisma teatral en este rol, se antoja un ferviente deseo para cualquier melómano.
Matthias Goerne con el concertino Kai Gleusteen, durante el concierto
Con un final de la primera parte de semejante calibre, no lo tenía fácil el gran Matthias Goerne, en su monólogo del Rey Marke tristanesco y sobretodo en un Adiós de Wotan, solo apto para los elegidos del repertorio wagneriano.
Del cielo se volvió a la tierra.
Con Marke, Goerne todavía defendió su monólogo, con un timbre aún de atractivos matices y colores, acompañado por una orquesta de sabia administración por un telúrico Pons.
Pero en el final de Die Walküre, la cima se volvió lejana y se vislumbró un bajo-barítono cansado y sin el brillo y la potencia necesarias para tal cumbre operística. Tampoco una orquesta errática en una enjuta lectura de Pons ayudó.
El público salió rememorando a Strauss, o como escribió Juan Ramón Jiménez: “Y se quedarán los pájaros cantando”, los del inefable Im abendrot.
