John Lydon, alias Johnny Rotten, reconoce que se cabreó cuando supo que sus excompañeros de Sex Pistols iban a salir de gira con nuevo cantante y, por lo tanto, sin él. Una afrenta al tremendo ego del vocalista que habría sido aún mayor de haber estado Lydon anoche en el festival Cruïlla contemplando cómo Jones, Matlock y Cook triunfaban con las canciones de siempre y cantante nuevo. Un pelirrojo saltarín y aguerrido al que podríamos describir como jovencito por la diferencia de edad con los popes del punk, de no ser porque Frank Carter cuenta ya 40 primaveras.
Lydon, que anda nuevamente de gira con los Public Image Ltd., tildó de “karaoke” y “producto woke de Disney”, la decisión de sus compañeros el pasado año de darle la espalda. El desencuentro por unos derechos televisivos en el 2022 provocó la enésima separación, y que el trío se pusiera a rebuscar entre las bandas de Inglaterra al vocalista que, anoche y ante miles de personas, puso patas arriba el Cruïlla desde la inicial Holidays in the sun, en una actuación que se valió de la savia nueva para insuflar aire a las composiciones de Never mind the bollocks, here’s the Sex Pistols.
No le faltan carisma y actitud a Carter, tatuador amén de músico hijo de una profesora de baile irlandesa y un dj inglés, nacido en una localidad de la periferia londinense. Antes de aterrizar en los Pistols había formado parte de las bandas Gallows y Frank Carter and the Rattlesnakes donde navegó entre el hardcore, el rock y el punk, así que no hacía falta que nadie le dijera quiénes eran esos tres abuelotes de mirada seria y sonido contundente con los que canta desde el pasado año.
Esta cuarta gira de reunión de los Pistols (la primera fue en 1996 con el nombre de Filthy lucre, ganancias sucias) ha recuperado la matriz del punk para unas generaciones que solo de forma milagrosa pudieron ver a la formación original de 1977, como sucedió con el público de anoche. De paso, pone sobre la mesa la pregunta de en qué momento es lícito remplazar a los autores originales de una canción, cuando el público la continúa pidiendo y los talentos de los fundadores son técnicamente reemplazable.

Matlock, Carter y Jones, este jueves en el festival Cruïlla
Algo así pasó anoche anoche, en un concierto directo y breve sobre un escenario parco decorado en rosa y amarillo. Con los tres veteranos en la zona central, le tocó a Carter moverse de un lado a otro mientras caían las canciones, con Steve Jones añadiendo el sonido punk sobre ritmos ajustados por Glen Matlock y Paul Koops mientras Seventeen o New York sonaban con aroma a desguace setentero.
Las imágenes pretéritas de la banda hacían su aparición en las pantallas del escenario mientras Carter pedía gritos del público con éxito relativo y pocos o ningún taco, antes de que Pretty vacant permitiera escuchar los coros recios del trío original, atentos y formales durante toda la actuación. Lo mismo con Carter, que bajó entre el público para cantar la frenética Bodies en mitad del pogo protagonizado por un centenar de personas, incluida alguna cresta vistosa, tan aparatoso como inofensivo.
Sonó todo el Nevermind the Bollocks… excepto Sub-mission, así como los singles Satellite, No fun y Silly thing, este último grabado en 1979 cuando Rotten ya había dejado la banda, tal y como sucede ahora. Menú completo para un concierto que se convirtió en karaoke masivo al sonar God save the queen. Puños en alto que compartían protagonismo con las pantallas de móviles grabando el momento, todo fácil y sencillo para disfrutarlo, pero por eso mismo alejado del espíritu original que hizo de los Pistols una formación legendaria.
Al público, que lo vivía como una fiesta, le daba igual, lo mismo que a Carter, feliz sobre el escenario mientras Jones le lanzaba miradas aprobativas, satisfecho por ese chaval repleto de tatuajes que le permite disfrutar del escenario sin tener que enfrentarse a Rotten. Con gorra, pantalones anchos y zapatillas blancas, el guitarrista -que protagonizó un largo solo en No fun- contrastaba con el aspecto más rockero de Matlock ambos ajustados a su papel durante los 75 minutos de actuación, que concluyó con la versión de My way y Anarchy in the UK, donde el deseo de caos acabó tranformado en un bonito recuerdo con el que disfrutar entre amigos y familia.