La joven de la cinta negra

Limpia precisión descriptiva a la vista del extraordinario retrato de Henri Matisse: La jeune fille au ruban . Henri Matisse. Colliure, invierno 1906-1907, óleo sobre tela hoyen el Musée National Picasso de París, colección Picasso 1968, según apunta el catálogo razonado del maestro francés. Si se compara con la fotografía familiar del momento, tomada en el atelier parisino, destaca la sorprendida mirada de una adolescente quizás insegura, en contraste diáfano con la contención y estudiada sonrisa de la madre feliz.

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Auguste Herbin. Abstraction. 1939. Donación del artista en 1950.

Leo con acrecentada curiosidad, durante estas semanas tórridas, la brillante biografía de la muchacha, escrita al parecer a cuatro manos:Isabelle Monod-Fontaine y Hélène de Talhouët, conservadora e investigadora del patrimonio artístico de Matisse, que acaba de publicarse en Grasset de París profusamente ilustrada con imágenes originales y la cuidada edición que garantiza la profesionalidad de las autoras. Desde los primeros dibujos en grafito paternos, Marguerite exhibía una innata ductilidad para el posado con una inteligencia punzante que fascinaba a sus tempranos admiradores, Juan Gris y Gino Severini, a bote pronto, entre ellos.Había pasado la adolescencia afinando la apreciación plástica y no ponía reparos a competir con su padre en aceradas matizaciones sobre las obras.

Marguerite exhibía una innata ductilidad para el posado con una inteligencia punzante

“Tienes que tener el valor y el empuje de lanzarte a lo que estás haciendo”, pedía el padre en una tensa sobremesa. Marguerite gozó de una privilegiada educación directa en el arte, que un mal augurio cortó de raíz: una severa infección en la garganta dio lugar a una lenta y dolorosa recuperación clínica que marcaría su juventud primera e impondría la ceñida cinta negra que ajustaba su cuello en las felices instantáneas de entonces.Nacía así la leyenda de la fortaleza y resolución de una muchacha sensible y resuelta.El testimonio familiar visualiza la férrea recuperación y justifica la media sonrisa que transmiten las imágenes añadiendo gravedad a una frágil figura: La jeune fille auruban se ha eternizado en la pintura del padre, con la “poderosa cabellera de batalla”que la joven lucirá para la historia del arte.La salud titubeante marcará sin duda la formación primera de Marguerite, que el tiempo superará reforzando un carácter inflexible como demostrará heroicamente la experiencia terrible de la ocupación alemana: secuestrada y torturada por su actividad notable en la Resistencia, que encontrará la complicidad de Georges Duthuit, amor primero y decisivo, con quien sellará un compromiso sin retórica en 1923.

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A partir de entonces, la audaz pareja será una imagen clave en la actividad artística francesa tanto en la atrevida participación en las vanguardias de entreguerras como en la entregada lucha por el patrimonio cultural francés en los brumosos años al llegar. Y el testimonio beligerante de André Breton resulta contundente. Marguerite comparte con sutileza y rigor las tareas del historiador Duthuit y la insistencia implacable del viejo Matisse en el mantenimiento y atención de la comprometida colección familiar, en alza tras los años de venturosa travesía internacional. Marguerite, con mano segura, dirige el “secretariado artístico” del pintor con la diligencia y buen ojo del conservador más fiable, que no descuida las argucias de coleccionistas y ventajistas que controlará con mano de hierro enguantada en terciopelo, para admiración de todos: controla préstamos y tiradas gráficas, a la par que organiza, ordena y vigila las exposiciones detonantes de París y Berlín que convierten a Matisse en un clásico internacional: ahí quedan los catálogos modélicos en energía y fiabilidad.El salto definitivo a París y Niza, como los proyectos de la Fundación y el desafío audaz de Saint-Paul-de Vence (arquitectura, diseño y pintura), convierten a Marguerite en la especialista inevitable de la obra y el legado de Henri Matisse. Las telas se harán más sobrias quizás y ganarán sin discusión en profundidad, en opinión de la crítica del momento. Saludan a la indiscutida crítica que, en cerrada connivencia con Duthuit, ya acreditado historiador del arte, asumirán la responsabilidad de la difusión de la obra ya notable de Matisse, frente a los entresijosde un tiempo difícil. Miradas serenas y acerada investigación.

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El catálogo de Matisseen París es el ejemplo acabado de la nueva época. Precisión, exigencia y discreción serán las claves del tiempo, con la complicidad ineludible del hijo Claude Duthuit, Pierre Matisse y Wanda de Guebriant. Un azar inesperado me permitió, vaya, conocer a Marguerite, excusará el lector mi atrevimiento, en la soberbia retrospectiva madrileña de Matisse en la Fundación Juan March en 1980. Conservo el impactante testimonio fotográfico, incluida la coqueta boina ladeada. Me atendió con cálida cercanía y el saber añejo y desarmante que distinguía la madurez de la gran dama. 

La jeune fille au ruban. Henri Matisse

La jeune fille au ruban

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En 1982 Marguerite Matisse entraba en la historia con la grandeza de los privilegiados. Sin cintas coloreadas ahora que disimularan la antigua humillación que entendió siempre como una hazaña en el esquivo desfilar de una vida imprevisible y plena. Como ha subrayado en rojo un notable historiador amigo: “Sin un rostro, ninguna visión tiene sentido”. Marguerite resalta en la historia del arte moderno por su frágil salud, es cierto, pero por encima de todo como defensa firme de su padre contra el tiempo.

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