Posteridades paralelas

François Alexandre Frédéric de La Rochefoucauld, séptimo duque de La Rochefoucauld, segundo duque de Estissac y duque de Liancourt, ha pasado a la historia como la viva imagen del hombre clarividente. El ingreso a esta posteridad tan confortable lo habría ganado hace 236 años y un día, la noche del 14 de julio de 1789, gracias a una anécdota que, cierta o no, es una de las más citadas de la historia. Pocas horas antes, se había producido la toma de la Bastilla. La cabeza de su defensor el marqués de Launay ya paseaba clavada en una pica. Y el duque de Liancourt se dirigió a Versalles para informar a Luis XVI de los acontecimientos. Tras escucharlo, el rey le habría preguntado: “¿Es una revuelta?”. Y él habría respondido: “No, señor. Es una revolución”. 

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Una ejecución con la guillotina durante la Revolución Francesa 

Terceros

En Sobre la revolución (1963), Hannah Arendt dedica muchas líneas a comentar la significación histórica de esta réplica. Según cuenta, con ella se habría iniciado el tránsito del concepto antiguo de revolución política, que remitía a los movimientos cíclicos de las revoluciones astronómicas, a otro, característico de la modernidad, que connotaba novedad, multitud y violencia. Esta consideración ha hecho tanta fortuna que se ha convertido en uno de esos tópicos con que se sostienen las columnas y se envuelven las tesis doctorales.

Pero Arendt, que quería subrayar la excepcionalidad de la Revolución Francesa para convertirla en el origen de los males que, a su entender, surgen cuando los ideales de libertad se mezclan con la cuestión social, pone mucho pan para el poco queso que ofrece la anécdota. Y pasa por alto algunos hechos. Como que el abbé Vertot había publicado décadas antes una serie de libros como la Historia de las revoluciones de Portugal, la Historia de las revoluciones en Suecia o, sobre todo, la Historia de las revoluciones acontecidas en la República romana, que aún eran muy populares. O que, en 1765, en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, Louis de Jacourt había definido la revolución como “un cambio considerable producido en el gobierno de un Estado”. O que, dos días antes del asalto, había empezado a publicarse en la capital francesa un diario titulado, siguiendo la larga moda inspirada por Vertot, Révolutions de Paris.

Había empezado a publicarse en la capital francesa un diario titulado ‘Révolutions de Paris’

Lo más probable es que Liancourt, que apostaba por la transición hacia una monarquía constitucional, solo quisiera persuadir al monarca de subirse a este carro en vez de buscar la confrontación con quienes querían cambios. Uno de los ejemplos de revolución de la Enciclopedia era precisamente el de la Revolución inglesa, que había culminado con el establecimiento de una monarquía parlamentaria.

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Arendt, que, como se dice de algunos periodistas, nunca dejó que la realidad destrozara lo que consideraba una buena versión de la historia, prefirió no fijarse en estos detalles. Y no puede descartarse que sea precisamente por eso que ella también ha pasado a la posteridad como una mujer clarividente.

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