El historiador José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) es el hombre del sombrero que recorre Europa cargando una maleta sin ruedas, la cartera de profesor con el ordenador y algunos libros. “Se viaja para ser mejor”, defiende. Visita museos para contemplar un solo cuadro, se detiene ante él y espera que este le hable. Lo que en ese tiempo le contaron La anunciación de Fra Angelico en el Museo Diocesano de Cortona, La lección de anatomía de Rembrandt en el Mauritshuis de La Haya o San Jorge y el dragón de Uccello en el Museo Jacquemart-André de París, hasta un total de dieciséis pinturas, lo comparte ahora en Un viaje personal por el arte europeo (Libros de Vanguardia).
Las obras hablan, dice, pero hay que saber escucharlas.
Cierto, y si escuchar a las personas ya nos cuesta imagínate a los cuadros, que se supone además que es un arte para ser visto, lo cual no es verdad exclusivamente. También es un arte para ser escuchado, y para ser tocado, aunque esto último solo lo puedes hacer si eres su propietario. No los estropeas, porque vas buscando lugares donde las obras no se dañan. Hay elementos maravillosos de los que solo pueden disfrutar unos pocos afortunados, gente acaudalada o directores de los museos. A mi me gusta mirarlos casi con la intención del coleccionista, con la ilusión de ‘mira, lo podría comprar’, cosa que es imposible, pero esa ilusión...
Acercar el oído
“Si escuchar a las personas ya nos cuesta, imagínate a los cuadros”
¿Es coleccionista?
Poco, porque me gustan cosas tan buenas que no tengo fortuna suficiente para comprarlas. De joven me gustaba mucho Rothko, pero descubrí que estaba fuera de mi alcance. Y la que está dentro de mis posibilidades me gusta pero no me satisface lo suficiente como para entregarle una parte de mi, que preservo. Es un problema cuando el gusto se vuelve extremado.
¿El viaje nos ayuda a ser mejores? ¿No es una idea romántica?
No, no lo es. En la Edad Media uno de los viajes era la peregrinación. ¿Qué mejor que la peregrinación para conseguirlo? Era una introspección de tus creencias. Voy a ver a Santiago el Mayor en su tumba y en el viaje descubro cosas como que el mundo es mucho más amplio de lo que pensábamos. Petrarca rompe esa idea del viaje y dice ‘no, el viaje es para visitar y ver las obras que en el pasado han marcado nuestro destino’. Luego, antes del romanticismo, la cultura ilustrada pensó que la única manera de asentar los conocimientos era mediante el viaje. Eran privilegiados porque el famoso Grand Tour solo lo podía hacer gente con muchísimo caudal familiar, si no era imposible.

'La Anunciación', de Fra Angelico
Usted viaja con una maleta sin ruedas, una excentricidad.
Sí, y con cartera, libros y sombrero. Soy un hombre de sombrero tanto en invierno como en verano. De momento, aún no soy un hombre de bastón. Los trolleys me parecen una agresión acústica y de gusto brutal. Prefiero llevar una de esas bolsas que todavía existen y que me obligan a llevar un equipaje austero.
Tampoco su manera de visitar los museos es la habitual: se detiene en una sola obra, a ser posible en silencio y durante horas. Justo lo contrario al visitante normal.
El interés de los visitantes de los museos a veces parece más fingido que real. Esos paseos por los pasillos es puramente un artificio que conduce al famosísimo y, como se ha demostrado, peligrosísimo selfie. ‘Mira, aquí estoy, viendo El Bosco en el Prado’. ¿Le interesa? Pues seguramente no sabe ni quién es. Lo que interesa es ese juego de narcisismo soft, ese querer estar en todos los sitios. Mi propuesta con este libro es precisamente decirle al lector ‘si quiere usted viajar, haga un viaje, pero configúrelo primero. Déjese sorprender por la emoción y por el entusiasmo de aquello que está viendo, pero que ya sabía previamente que existía. Nadie comienza un viaje haciéndose un boceto de su propio viaje. Dejan que otros lo hagan por él. Pero ¿cómo te pierdes ese momento tan fascinante que es el de diseñar tu propio viaje?
En una de las reflexiones que acompañan su viaje, afirma que el turismo ha hecho posible la decadencia de la cultura.
Sí, tú puedes ir incluso a pequeñas ciudades como Cracovia y encontrar veinte autobuses a las puertas del Museo de Czartoryski para ver La dama del armiño de Leonardo. Desfilan delante de él, dos minutos por persona, y ya pueden decir que lo han visto. Pero no lo han visto, no lo han disfrutado, no han vibrado y por supuesto no lo han escuchado. Eso requiere tiempo, paciencia y tener el alma sosegada. En tiempos de inquietud, la belleza sosiega.

La dama del armiño, de Leonardo
A usted La dama del armiño le cuenta un secreto precioso.
Sí, la del amor que Ludovico el Moro, al que se ha criticado tanto por enamoradizo, siente por Cecilia Gallerani. La historia acaba pero la huella en su cerebro es muy profunda, tanto como el deseo de apropiarse de cómo era esa persona en el momento en que tuvieron un cruce tan significativo.
El objetivo de su viaje fue buscar la razón de Europa a través del arte. ¿En la pintura cabe todo el mundo?
Absolutamente, el arte es el único elemento que tenemos que conservar, no podemos cancelarlo. Una vez que fui a un coloquio sobre la cancelación de Colón y su tiempo, y dije que si cancelamos la década de 1490, tenemos que cancelar por ejemplo La Gioconda de Leonardo. ¿Quién determina los límites de la cancelación?
Y el humanismo es una manera de pensar que perturba a quienes quieren cancelarlo, escribe.
Claro, como no lo entienden, pues les irrita.
En la selección de obras, ¿ha querido establecer un canon?
No, es un libro personal. La idea de hacer una lista con los mejores cuadros me da hasta pavor. Cuando se dice que sobre el gusto no hay nada escrito, en realidad detrás de todo lo que se escribe está el gusto. Me han dicho que en el libro me desnudo demasiado. Bueno, ya soy mayor. De joven no lo habría podido hacer. El gusto del arte te desnuda. Hacer el esfuerzo de ir a algún lugar remoto para atrapar una obra de arte y buscarle su significado parece una de las mejores cosas que una persona puede hacer.