Estoy contento porque mi película ha tenido muy buenas críticas en las revistas de los profesionales del arte. Eso quiere decir que el retrato que ofrezco del sector es bastante certero”, confiesa Pascal Bonitzer, sobre la recepción en Francia de su película El cuadro robado, que llega hoy a las salas refrigeradas. En efecto, el inesperado hallazgo de un cuadro de Egon Schiele, sesenta años después de su desaparición en el tumulto de la Segunda Guerra Mundial, da pie a un interesantísimo retrato del mundillo de las subastas de arte, marcado por el cinismo y la avaricia, pero sin caer en el maniqueísmo o la caricatura, a través de personajes tridimensionales con inesperados destellos de humanidad. “Antes de este proyecto, apenas conocía el mundo de las subastas. Pero le encargué a mi colaboradora, que por entonces todavía era mi mujer, Iliana Lolic, que hiciera una larga serie de entrevistas con diferentes personalidades del gremio. Entre ellas, Thomas Seydoux, de Christie’s de París, nos contó cómo él mismo había dado con el cuadro perdido de Schiele”.
Al igual que en la película, hace ahora 20 años, en Mulhouse, ciudad alsaciana –es decir alternativamente alemana y francesa–, un obrero de una fábrica de productos químicos adquirió una vivienda, y entre los trastos del antiguo propietario encontró un cuadro ennegrecido por el carbón, en el que todavía se apreciaban unos girasoles, más desolados que los de Van Gogh. Podrían no haber tenido ningún valor. Incluso cuando se le identificó como un posible Egon Schiele del que sólo se conservaba una foto en blanco y negro, se temió que pudiera ser una falsificación. El hallazgo era sencillamente demasiado gordo. “Ya se sabe que, en el mundo del arte, corrompido por el dinero, siempre planea la amenaza de todos esos falsificadores que han acabado adquiriendo cierta notoriedad histórica, como Van Meegeren, Ruffini, Beltracchi o Elmir de Hory, inmortalizado en Fraude, de Orson Welles. Pero en mi película se establece bastante rápidamente su autenticidad”. Y su origen.
“El mundo del arte, corrompido por el dinero, sufre a todos los falsificadores famosos”, afirma el director
Los nazis aberraban del arte que calificaban de “degenerado” –todas las vanguardias de la primera mitad del siglo XX–, y así lo transmitieron al mundo con una primera exposición, celebrada en Munich en 1937, titulada Entartete Kunst (Arte degenerado), que el Art Institute de Chicago reprodujo tal cual en 1992. En este 2025 también se ha recordado con una exposición en el Museo Picasso de París. Si miles de obras de arte fueron quemadas, para ser reemplazadas por el plúmbeo “arte oficial”, otras muchas fueron utilizadas como moneda de cambio. Para los nazis, podían convertirse en bombas. Para sus legítimos propietarios, en esperanza de vida. El cuadro, fielmente reproducido en la película, es Los girasoles marchitos (Otoño Verano II), traslación vegetal de los cuerpos retorcidos de Schiele que puede verse como un presagio de lo que estaba por venir. Schiele lo pintó en 1914, antes de ser movilizado como administrativo en una cárcel, momento en que escribió: “Desde que el horror sangriento de la guerra ha caído sobre nosotros, muchos han acabado pensando que el arte es mucho más que un lujo burgués”. En 1918, a los 28 años, falleció de gripe española.
El cuadro quedó en manos de su amigo y protector Karl Grünwald. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el galerista judío vienés huyó con otros 49 cuadros con los que esperaba poder comprar la libertad de su mujer, su hija y otros familiares, que acabaron en los campos de la muerte. Los cuadros fueron confiscados y subastados en 1942, el de Schiele se dio por destruido. Sólo otros dos, un Klimt y otro Schiele, han sido recuperados. En ese punto, coincidiendo con la realidad histórica, la película topa con los insidiosos intercambios que se dieron durante la Ocupación. Esos que Joseph Losey retrató mejor que nadie con El otro Sr. Klein (1976), donde Alain Delon se enriquece con los cuadros que judíos le venden a bajo precio. También está Helen Mirren reclamando las obras que fueron expoliadas a su familia en La dama de oro (Simon Curtis, 2015) o la famosa Operación Monumento (George Clooney, 2014), sobre el comando aliado lanzado para recuperar obras de arte. El mundo de las subastas se ha visto menos: “En La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore, que no me gusta mucho; Bajo sospecha, de Robert Benton, que me parece mejor, y por supuesto aquella escena tan divertida en Con la muerte en los talones. En mi caso, fue muy realista, porque la histórica casa Drouot nos abrió sus puertas para filmar ahí”.
Los herederos de Grünwald acabaron subastando Los girasoles marchitos por más de 17,2 millones de euros, todo un récord para Schiele. Se lo quedó la firma Eykyn Maclean. La última vez que fueron vistos en público, durante la retrospectiva que le dedicó hace un lustro la Fondation Louis Vuitton de París, los girasoles de Schiele lucían igual de deprimidos.