Es una sala única. En ella conviven el alma de las viejas cafeterías y el de las buenas cavas de jazz. Para muchos se trata de uno de los lugares menos prescindibles de la oferta musical madrileña. Ahora se ve abocada al cierre porque los amos del local no quieren renovarle el alquiler. La capital, que ha entrado en la vorágine del turismo de masas y de la fiebre inversora, se ve abocada a la uniformización que padecen ya otras ciudades, como Barcelona. Pero el café aún no ha cerrado. Mientras haya vida, hay esperanza.
Mostrar comentarios