En este periodo vacacional y prevacacional, me imagino a muchos conciudadanos ejecutando su trabajo habitual, a la vez que su magín se les va hacia las vacaciones y el viaje que están preparando. Y aquí viene mi advertencia: vigilen lo que visitan. Si siguen un recorrido por un país exótico, es posible que visiten templos dedicados a dioses que no son los de nuestro panteón, o santuarios dedicados a divinidades también exóticas a nuestros ojos.
Dicen que, al lado de los monumentos a sus dioses, los griegos tenían una peana vacía dedicada a un dios desconocido, aún por descubrir. Y dicen que cuando el apóstol Pablo llegó a las tierras helénicas a predicar la palabra de Jesús, gracias al don de lenguas que el Espíritu Santo les había infundido, les dijo que les venía a hablar precisamente de aquel dios desconocido para ellos. Eso pasaba en Éfeso, en la península de Anatolia, o Asia Menor como la llamaban los romanos. La ciudad estaba habitada por gente adusta, con un gran templo dedicado a la diosa Artemisa, por la que sentían una gran vocación. Pero las palabras de san Pablo no fueron bien recibidas por los efesios, a pesar de los esfuerzos del apóstol de la espada. Las podemos leer en el Nuevo Testamento, en las cartas de san Pablo a los efesios.
Que no les den gato por liebre y les digan que es un santuario cuando en realidad es un refugio
La palabra adefesio significaba originalmente perder el tiempo hablando a personas que no quieren escuchar o decir cosas sin sentido, disparates. El origen hay que buscarlo en esas cartas y proviene de las palabras latinas ad Ephesios (a los efesios), título de la epístola de san Pablo. Y adefesio evolucionó hacia “quedar hecho un adefesio”, por los ataques que el hombre recibió.
Pero hablábamos de los santuarios, esos lugares sagrados dedicados a las divinidades propias de cada región, que muchos de nuestros conciudadanos, transfigurados en guiris, visitarán durante las vacaciones. Vayan con cuidado, porque se pueden encontrar con que, según el rincón de mundo que visiten, les ofrezcan visitar un santuario sin ningún santo, dios ni divinidad, sino un grupo de animales, como una manada de jirafas o de cebras. Es el falso amigo que proviene del inglés sanctuary , y por eso hay quien habla de “santuario de elefantes”, por ejemplo. Las palabras pertinentes para los enclaves donde los animales salvajes viven fuera de peligro son refugio o reserva , y así queda claro qué visitamos en cada ocasión, sin posibilidad de error entre los santos que nos protegen y los animales que protegemos.