Max Aub: “La gallina ciega” y la gente decente

Baúl de bulos

“He venido, no he vuelto” sería la frase que repetiría una y otra vez el escritor valenciano al regresar a España de su exilio

Ilustración de Martín Tognola

Ilustración de Martín Tognola

LVE

El día 23 de agosto del 1969, hace ahora 56 años, volvió a pisar España el escritor valenciano Max Aub, tras seis lustros en el exilio, pasados principalmente en México. “He venido, no he vuelto” sería la frase que repetiría una y otra vez durante los tres meses de estancia que le concedía el visado de turista en su pasaporte mexicano.

A lo largo de estos meses iría apuntando sobre la marcha las impresiones que le causaba un país -y sus gentes- que en todo momento le resultaba irreconocible, pues en nada se parecía a la España de la que huyó en 1939, sólo para pasarse tres años en un campo de prisioneros en Argelia, castigo previo al largo exilio mexicano.

“Soy un turista al revés; vengo a ver lo que no existe”, apuntaría en su diario. Y confiesa: “Yo tengo una atracción fatal por España”. Con cada día que pasaba, iría en aumento la irritación que sentía ante una sociedad entregada en cuerpo y alma a un hedonismo nada edificante, amén de ciega o complaciente en cuanto a los estragos de la dictadura franquista.

El año 1969 fue prodigioso en acontecimientos novedosos como el primer hombre en la Luna, el festival de Woodstock o, en el caso de la ajetreada y amnésica España, el estallido del asunto Matesa. Pero Aub tenía 66 años y se sentía viejo y enfermo, desilusionado y olvidado.

El pretexto de su breve retorno a la patria era el de reunir materiales para un libro encargado por la editorial Aguilar sobre Luis Buñuel, obra que dejaría inconclusa a su muerte tres años después de su periplo por la Península. Mas le bastó como excusa para ponerse en contacto con toda una serie de personas -intelectuales, escritores, cineastas…-, la mayoría de las cuales le resultaron harto decepcionantes, por muchas razones, aunque mayormente por su cobardía envuelta en el llamativo celofán de la nueva prosperidad.

Lo que más le sacaba de quicio era el silencio y olvido impuestos por el régimen franquista. Era intolerable para un militante del PSOE desde 1929, acérrimo antifascista leal a la república y crítico del comunismo que se desarrollaba en los países regidos por el llamado “socialismo real”. En una de las entradas en su diario, afirmaba que los problemas políticos son problemas morales. Es allí donde pone el dedo en la llaga.

Lo que más echa en falta Aub era dar con personas decentes. “Ser decente no es equivalente a matón, descarado, orgulloso sino moderado, modesto, recatado, honesto, digno, decoroso”. Le abrumaba la degradación moral que detectaba en todas partes. “Todos mienten, todos falsean, todos se venden. España ha venido a ser una república sudamericana”.

A Aub le subleva la desaparición de la buena cocina tradicional de sus años mozos. Todos los platos llevan un nivel de picante más propio de la cocina de Oaxaca o Puebla. Y a riego de equivocarse, afirma con gran pesar que el tuteo indiscriminado es el peor resultado de la guerra civil.

La televisión española le resulta monstruosa. El ‘pan y toros’ de antaño ha sido reemplazado por el ‘pan y televisión’. La gente vaciada de contenido moral anda atontada, pero, eso sí, entretenida. “Tal vez no haya llegado nunca tan bajo el quehacer del hombre para con sus semejantes”.

El país entero es un hervidero de chismes, bulos y chistes. Apenas sí sobrevive alguna tertulia como las de antes de guerra. Por supuesto que están prohibidos las reuniones políticas, mas aun así nadie levanta la voz. Con todo, tanto jolgorio superficial no puede esconder que España, ya destino turístico de masas, sigue siendo la de vencedores y vencidos.

Si Max Aub pudiese volver hoy a hacernos una visita, no cabe duda de que su descripción del país sería aún más demoledora. Mucho, muchísimo más. España sigue sin encontrar la manera de subsanar tanta mediocridad intelectual y miseria moral. No ha cesado el intercambio de garrotazos entre vencedores y vencidos. Y en cuanto al PSOE, su partido, más vale no pensar qué diría del actual.

En las últimas páginas de La gallina ciega, que no es otra que España, Aub recoge esta anécdota que le cuenta un matrimonio alemán; él un afamado crítico de arte y ella una gran poeta. Cuentan cómo al pasar por Úbeda preguntaron al sacristán que les guiaba por la iglesia, dónde y cómo murió San Juan de la Cruz. Lo fusilaron los rojos, fue la rápida respuesta del joven. Resultó difícil no reír.

La gallina sigue no sólo ciega, sino que avanza a trompicones con cada vez menos cabeza. Y la gente decente escasea tanto o más que como en aquel ya lejano 1969, el año que el hombre pisó la Luna y Max Aub vino a España sin volver.

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