Fascinación por el vampiro

Fascinación por el vampiro
Periodista

Necesitan beber sangre humana para sobrevivir. Son inteligentes, fuertes, dueños de una electrizante carga sexual y muy vulnerables a la luz solar; durante el día, descansan dentro de un ataúd. Les repelen el olor a ajo y los símbolos cristianos, como la cruz y el agua bendita. Carecen de sombra y de reflejo en los espejos, lo que evidenciaría su falta de alma. Solo pueden irrumpir en un hogar si uno de los moradores comete el error de sucumbir a sus seducciones. Y no encuentran la muerte salvo por decapitación o con una estaca de madera clavada en el pecho, que les ensarte el corazón. A fuerza de relatos, cómics y películas superpuestas en el tiempo, se podría seguir compilando el decálogo del perfecto vampiro, una de las criaturas más apasionantes de la literatura (gótica o no), con permiso de Frankenstein, Mary Shelley y Guillermo del Toro. El mito vampírico ha ido retroalimentándose; entre finales del siglo XX y el arranque del XXI se han perfilado algunas de sus características con detalles muy acordes con estos tiempos: se han extremado su juventud, atractivo y fragilidad, como si los consumieran el hartazgo con la vida eterna y cierto remordimiento por andar clavando los colmillos en la yugular de las víctimas. Por ejemplo, en la película Entrevista con el vampiro , basada en la novela de Anne Rice, el protagonista, Lestat de Lioncourt (Tom Cruise), se muestra demolido, postrado en una laxitud extrema, agravada por casi 200 años de abstinencia hemática.

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Tom Cruise en Entrevista con el vampiro.

Terceros

“El vampiro es un ser enamorado de su propio desamparo”, dice María Negroni en una de las pinceladas más hermosas que he leído sobre este monstruo procedente del paganismo, en cuya creencia perseveraron los fieles del cristianismo ortodoxo y que inmortalizó para siempre el irlandés Bram Stoker con la novela Drácula , publicada en 1897, en un fin de siècle muy parecido a esta época en sus desazones tecnológicas, éticas, demográficas y de expansión capitalista. Los vampiros se aferran a lo perdido “como a un escudo”, y guardan un febril parecido con los poetas, prosigue Negroni en Museo negro (WunderKammer), una especie de antología de lecturas que llega a las librerías el próximo lunes, invitando a una tenebrosa y excitante incursión en el gran castillo de la literatura gótica. El magnetismo de lo oscuro.

María Negroni y Mariana Enriquez coinciden en desgranar sus querencias góticas

Se da la feliz circunstancia de que Museo negro coincide con la publicación de un ensayo hermano de otra admirada escritora argentina: en Archipiélago (Ampersand), Mariana Enriquez reconstruye el proceso de su formación como superlectora a través de 29 “islas” conectadas entre sí. Hacia el final del volumen, aparece una lista de los 210 títulos favoritos de la autora, un inventario libresco muy versátil donde abundan tanto las referencias góticas como los ilustres succionadores de sangre: las obras de Stoker y Rice, por supuesto, pero también Lord Ruthven, de John Polidori; Carmilla , la vampira lésbica de Sheridan Le Fanu; y la melancólica La condesa sangrienta , de Alejandra Pizarnik. Feliz (y negrísima) rentrée literaria.

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