En Love me tender (Alpha Decay), la escritora Constance Debré arrancaba preguntándose por qué no es posible divorciarse de un hijo. Andrea Bajani (Roma, 1975) añade una nueva pregunta con El aniversario (Anagrama / Periscopi): quién ha dicho que no pueda uno divorciarse de sus padres. El autor ganó el premio Strega con esta novela de soterrada violencia intrafamiliar escrita en una contundente primera persona. Bajani continúa aquí algunas líneas que apuntaba en su anterior título, El libro de las casas (Anagrama), una psicogeografía del hombre de mediana edad que se ha construido intentando parecerse lo menos posible al de la generación anterior, una historia muy italiana que, paradójicamente, surgió en Houston, Texas, donde el autor da clases de cómo escribir sobre la familia.
“La última vez que vi a mi madre…” arranca su novela. Quien usa esa primera persona se expone a la confusión de los lectores. Además, su narrador comparte datos biográficos con usted.
Es interesante, porque este libro de alguna manera forma parte de una especie de trilogía, con El libro de las casas y con mi anterior novela, Un bene al mondo, que no está traducida. En la primera, el protagonista es un niño cuyo mejor amigo es su propio dolor, como un animal invisible. La segunda está escrita en una tercera persona con un personaje llamado Yo. En la tercera, el yo suena mucho más personal y por eso es una reivindicación del derecho a la literatura, de hacer una novela con un personaje que incluso si está muy cercano a quien habla está en el reino de la novela y no en el reino de la biografía. Se construye un personaje con todas las herramientas de la literatura para tocar unas cuestiones que también son universales.
“No está previsto el derecho de divorciarse, ni siquiera en el caso de que exista violencia, porque hay que conservar a nivel social la base cultural y política”
¿Puede un hijo divorciarse de sus padres?
Esta cuestión es un tema central de este libro, es decir, la cuestión del tabú. Existe un tabú muy fuerte culturalmente en todos los países, pero en particular en los países católicos. Se prevé que cualquier vínculo laboral, amistoso, incluso matrimonial, se puede interrumpir. Si algo no va bien, si no funciona, si es peligroso, se prevé que hay un derecho y la sociedad garantiza esta protección. Sin embargo, cuando todo esto entra en el reino de la familia, todo se convierte en culpa. En el reino de la sangre, todo es arcaico. No está previsto el derecho de divorciarse, si siquiera en el caso de que exista violencia, porque hay que conservar a nivel social la base cultural y política, Freud lo llamaba tabú. Es peligroso: podría poner en riesgo el establecimiento político de toda la sociedad.
Entiendo que ese tabú es lo que lo hace algo literariamente irresistible.
A diferencia de un ensayo o de un panfleto, en el cual el lector conoce la postura del autor y se puede construir un argumentario en contra, incluso antes de empezar el libro, la novela tiene ese gran poder de hacer como de caballo de Troya. Se fundamenta en la oferta. Al lector se le ofrece la posibilidad de ser alguien diferente, de transformarse, y queda como conquistado, invadido ante las emociones. Ahí hay un peligro: puede identificarse con una idea del mundo de alguien con quien creían que no compartía nada. La literatura es más peligrosa. Te descubre y te pone al descubierto. Esa es la única literatura que me interesa, la que te desestabiliza. Es la escuela de inseguridades, como decía Brodsky. Si hubiera escrito un ensayo sobre el mismo tema, seguramente no lo hubiera leído tanta gente. En cambio, en Italia, cientos de miles de lectores han quedado invadidos de esta historia.
“La literatura puede ser un caballo de Troya: te pone al descubierto, te desestabiliza”
Y luego le cuentan a usted sus propias historias.
Las personas que vienen a saludarme después de las presentaciones me dicen dos cosas. Primero, que he contado su historia. Están perturbadísimos. Me dicen: ¿cómo sabías lo que sucedía en mi casa con tanto detalle? Se sienten como liberados. Dentro de esos, hay una subcategoría de ellos que cree que todo lo que se cuenta en el libro es normal. Y es ahí cuando El aniversario se transforma en un libro político, porque cuestiona desde el interior la configuración patriarcal de la familia. No es una historia singular, sino la historia de una estructura patriarcal que ha afectado a mucha familias. El otro tipo de personas que se me acercan vienen justamente a defender esa cultura. Y esos son muchos más hombres que mujeres, representan esa parte reaccionaria que está muy presente en nuestra sociedad.
Este padre de familia que aterroriza a todos sus miembros también pertenece a una subcategoría concreta, el mequetrefe. Es un hombre pequeño, tiraniza desde la pequeñez en todos los sentidos. Está acomplejado social, laboralmente.
Me gusta este enfoque por varios motivos. Ha habido tantos hombres que han encontrado un modelo cultural y que se han adaptado a este modelo cultural. Por tanto, hacían de patriarcas, o intentaban hacer de patriarcas, pero en realidad eran hombres pequeños. El patriarca de El aniversario es un hombre que ha perdido en todos los frentes, es un fracasado cultural, político. Es un fracasado como padre y como marido, porque tiene una mujer que se queda con él misteriosamente.
“Quería poner en evidencia el fracaso del patriarcado, de un modelo de familia que nunca funcionó”
Bueno, no tiene otra opción.
Efectivamente, no la tiene. Es el ejemplo para mí de la evidencia del fracaso del patriarcado como sistema porque no hay ninguna posibilidad de decir que es un sistema funcional. Ese hombre hace pagar su fracaso a todos los que le rodean.
La historia de esta mujer es singular pero también generacional.
Lo que es interesante es que por una parte es generacional, de muchas generaciones, la podríamos situar en muchas mujeres de los sesenta, setenta, ochenta. Pero sería muy cómodo pensar que son una cosa del pasado. Si ahora entramos en algunos edificios de las zonas rurales, y también en las urbanas, vemos que son modelos que se perpetúan. A veces llevan a violencias reales, que luego leemos en los periódicos. Uno de los elementos que me interesaba relatar, y era el principal en este libro, era la perspectiva de una voz masculina que decide rechazar la herencia del patriarcado, la del hijo, que no acepta ser un hombre como el padre. Se pone en la situación de ser un principiante que puede cometer errores. Ese hijo creyó tanto en la figura del padre que no se dio cuenta de la existencia de la madre. El relato patriarcal implica la irrelevancia narrativa de una parte de la familia, su invisibilización. El hijo ha aceptado la versión patriarcal y no sabe quién es la madre, necesita inventársela. En ese sentido sí que es la historia de centenares de miles de mujeres. En una presentación en la gira del premio Strega me marcó una mujer de unos 75 años que me dijo: “nosotras no sabíamos que algo diferente podía existir”. Todavía se me pone la piel de gallina.
El novelista Andrea Bajani
Existe un cuarto personaje que se mueve en un segundo plano, el de la hermana. Se intuye que ella vive la violencia del hogar de una manera diferente.
Este es el gran fracaso. El hermano y la hermana tienen dos maneras de contestar a la violencia masculina. Él quiere apartarse, pero la hermana tiene un orgullo de género femenino e intenta incluso ayudar la madre. La ayuda en su único intento de fuga y entonces se da cuenta de que pertenece a otra generación, que tiene esta historia. A partir de ahí todo fracasa, porque no hay una unión entre los hermanos. En ese fracaso también hay mucha humanidad.
¿La familia sigue siendo el hábitat óptimo para que surja la violencia y la crueldad? Para empezar, no hay testigos.
La familia todavía sigue siendo el instrumento social más generalizado que el ser humano ha sabido inventar para protegerse. Y esto funciona hasta que entra la violencia. Actualmente, la familia es un elemento en crisis por un lado, pero al mismo tiempo un elemento de alta seguridad que tenemos cuando todo está hundiéndose, todo se está destruyendo socialmente y políticamente. Estamos en un momento en el que tenemos muchísimo miedo, mucha fragilidad y las personas se estrechan más dentro de la familia. Cuando opera toda esta violencia social, esta incertidumbre, este miedo económico, social y geopolítico, todo eso refuerza la institución de la familia. Ahí, lo que dice mi libro también es que, como cualquier organismo social, la familia tiene que evolucionar, con también la evolución de la sociedad que la envuelve.
En Italia hay especial resistencia ese cambio. Tienen una primera ministra que predica los valores de la familia tradicional.
Existe un impulso reaccionario, sí. Esto tiene que ver con la oleada conservadora en el mundo. Ahora que tenemos miedo de perder lo que tenemos, este miedo tan generalizado, la receta más fácil de la propaganda es idealizar el momento perfecto que existía antes y simplificarlo. Decir: era mejor el país industrial que el posindusrial, todo lo que teníamos antes era mejor. Es la gran alianza entre el capitalismo y el conservadurismo político para decirnos que le mundo de antes era mejor. Ahora hay un interés político por explotar la nostalgia por ese modelo de la familia, el hombre que trabaja, la mujer que cocina, los niños que son felices. Lo que intento decir en El aniversario es que nunca existió, nunca funcionó.
“Todo lo que me desestabiliza me refuerza, no escribo ni una línea que vaya a confirmar lo que ya pienso”
Personalmente, no se sale indemne de escribir un libro así.
Lo importante es que el lector no salga indemne. Cuando lo terminé, después de 22 revisiones en tres o cuatro años, y se lo empecé a pasar a mis lectores de confianza, todo el mundo me contestaba lo mismo y casi con las mismas palabras: estoy demasiado perturbado, no puedo hablar ahora, ya lo comentaremos en persona. ¿Hasta qué punto cada uno de nosotros se ha identificado con esta historia, incluso sin quererlo? La escritura para mí es un acto maravilloso. A mí me ha perturbado también porque fui el primero que tuvo que cuestionar un modelo del país en el que crecí, en la época en la que crecí. Pero todo lo que me desestabiliza me refuerza, no escribo ni una línea que vaya a confirmar lo que ya pienso.


