Víctor Lapuente: “Para Arendt, muchos jóvenes llegaron al nazismo por la soledad y el vacío espiritual, factores hoy presentes”

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El politólogo se pasa a la novela con el thriller filosófico ‘Inmanencia’, una distopía donde las tendencias actuales llevan a una siniestra ciberanarquía guiada por una IA

foto XAVIER CERVERA 21/09/2025 Víctor Lapuente Giné (Chalamera, Huesca, 1976) es doctor en ciencias políticas por la Universidad de Oxford. Actualmente es catedrático en la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y profesor visitante en ESADE. En sus investigaciones, estudia las diferencias en la calidad del gobierno y las políticas públicas entre países. Es columnista de El País, colaborador de la Cadena SER y miembro del colectivo Piedras de Papel. Es autor de El retorno de los chamanes. Los charlatanes que amenazan el bien común y los profesionales que pueden salvarnos (Península, 2015).

El politólogo y novelista Víctor Lapuente fotografiado el viernes en Barcelona

Xavier Cervera

El Santo Grial, un castillo templario junto al desierto de los Monegros y la guerra civil española. La crisis política y climática actual y la sensación de un Occidente en crisis civilizatoria, en imparable decadencia, y un futuro en el que una inteligencia artificial guía la República de Occidente bajo los principios de un ciberaltruismo sin religión, estados ni lazos familiares ni de pareja que busca el mayor bien de todos –sacrificando a algunos– y ensalza hasta el extremo la libertad individual, como si fuera el culmen del proyecto neoliberal. Ingredientes y tiempos que parecen difíciles de combinar y que, sin embargo, Víctor Lapuente ha trenzado con pulso firme en su absorbente primera novela, Inmanencia (AdN), un thriller, sonríe, “que no consiste en encontrar al asesino, sino el sentido de la vida”. Trascendencia.

Una novela de ideas, como corresponde a un catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Göteborg. Una obra en la que Lapuente (Chalamera, Huesca, 1976), autor de ensayos como El retorno de los chamanes , proyecta al futuro tendencias que ya operan hoy. “Los futuros distópicos que se nos pintan desde el 1984 de Orwell hasta Paul Lynch en La canción del profeta son de autoritarismo, un Gran Hermano, incluso una teocracia. Mi sensación es que podemos ir hacia lo contrario, lo cual no va a ser menos siniestro: es casi peor pensar que no hay nadie llevando las manijas de la marioneta de la inteligencia artificial”, reflexiona, y dice que ha querido “escribir una novela distópica contraria a lo que normalmente nos dicen la ficción y los analistas políticos, que estamos siempre advirtiendo sobre el auto­ri­ta­ris­mo. Creo que no. Por encima del amor al padre de la patria o al líder de turno existe hoy en día la desconfianza hacia todo tipo de instituciones”.

“Hay un desacople entre cierta salud económica, porque en España hemos ganado cuatro años de esperanza de vida este siglo, y un problema de salud social, la sensación de que no estamos progresando”

La derecha, resume, critica a sus tótems tradicionales: “Para Trump el Estado policial ahora es el Estado profundo, J.D. Vance y Abascal machacan a la Iglesia católica y los republicanos hacen conferencias contra las grandes corporaciones. Ese afán antiinstitucionalista es el espíritu de nuestro tiempo, e intento reflejarlo”.

Asume que en el Occidente actual hay un fuerte malestar, “una epidemia de pesimismo, de soledad, de angustia, un desacople entre cierta salud económica, porque en España hemos ganado cuatro años de esperanza de vida en lo que va de siglo, y un problema de salud social, una sensación de que no estamos progresando”. En la novela, admite, una tesis de fondo es que, excepto en tecnología, en lo demás apenas estamos avanzando.

“La derecha neoliberal desde los setenta ha ido acelerando: hoy Thatcher y Reagan parecen ya compasivos”

“La derecha diría que el problema es demasiado Estado, y la izquierda, demasiada desigualdad. Yo veo en ambas dificultades para tratar de vender proyectos colectivos y que la gente contribuya al bien común”, subraya. Y recuerda que los democristianos “pensaban en construir comunidad, pero han sido sustituidos por una derecha neoliberal que desde los setenta ha ido acelerando: hoy Thatcher y Reagan parecen ya compasivos. El gran pionero del momento actual sería Berlusconi. Está la idea de que nada se interpone entre yo y el enriquecimiento total y que es legítimo pagar salarios de eficiencia y no salarios dignos. Ese individualismo económico brutal nos ha empobrecido y hecho mucho más cortoplacistas”.

Pero, advierte, “igual que la derecha ha matado a Dios, la izquierda ha matado el proyecto común que tenía, equivalente a Dios, que en muchos países era la idea de patria, no como glorias del pasado, sino proyectada al futuro, una nación inacabada a la que pertenecemos todos y vamos a intentar construirla mejor. Esa idea de trabajar para la comunidad se ha perdido. El lema tradicional de la socialdemocracia era ‘trabaja duro y exige tus derechos’. Ahora, solo exige tus derechos. Nos hemos llenado de derechos que al final no se cumplen, y eso también genera más angustia social”.

“Hannah Arendt decía que los factores que habían llevado a muchos jóvenes al nazismo eran la soledad y el vacío espiritual. Están aquí presentes”

Así las cosas, ha llegado la ola populista... ¿como en los años veinte? “La historia no se repite, pero sí rima. Hannah Arendt decía que los factores que habían llevado a muchos jóvenes al movimiento nazi eran la soledad y el vacío espiritual. Están aquí presentes, y los movimientos autoritarios sacan partida”. Pero, asegura, no cree que nuestras democracias vayan a desaparecer, “más bien creo que se puede exagerar el sentido negativo de una ciberdemocracia excesiva, como en la novela. No creo que Trump u otros sean capaces de generar entusiasmo suficiente para erigirse como nuevos Hitlers. No creo que la democracia caiga, pero sí que no va a ser una democracia muy bonita, no nos va a gustar quizá”.

Y una ciberdemocracia radical tampoco parece la solución. “Algunos intelectuales de Podemos hablaban de democratizarlo todo, y en la ultraderecha hay un elemento de retomar el control, como con el Brexit. En la crisis actual de intermediación vamos a desintermediar todo lo que podamos: las criptomonedas ya no necesitan un Estado. Todos estos movimientos van hacia la ciberanarquía. Si vamos a poder votarlo todo, para qué voy a confiar en un político, un empresario. Es lo que pasa ahora en Nepal después de que los manifestantes hayan derribado el Gobierno, la idea de no dejar políticos, de votarlo todo. Pero, si votamos todos los impuestos, qué calle debemos pavimentar o si Víctor puede publicar la novela, devolver el poder al pueblo puede acabar construyendo un monstruo”.

Para Lapuente, “necesitamos un proyecto colectivo, o si no cuando nos sintamos vacíos vamos a rellenar el vacío con algo. Y el candidato número uno es la política y vamos a acabar religiosizándola. Y ahí vienen los fundamentalismos”. Pese a lo cual, la religión recorre Inmanencia. “La novela va de Dios, pero de dos dioses. El primero es la definición mínima de Dios, que me parece la gran contribución de la religión a la civilización desde la era axial: tenemos un Dios para que nadie se crea Dios, para que nadie crea que está por encima del bien y del mal y pueda exterminar a los demás. Esa visión nos hace iguales: todos tenemos chispa divina, hay que respetar la vida humana. Pero luego, está la instrumentalización de Dios, que sigue hoy en fundamentalismos y en movimientos ateos que en el fondo hablan del bien y del mal. Eso tiene consecuencias, porque si tu bando es el bien, y en la política española hoy es así, no negocias con Satán. El rival se vuelve un adversario que destruir por esta religiosización de la política”.

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