La zorrita y el amor universal

Inauguración de temporada

La ópera de Janácek apela en el Liceu a la fraternidad entre seres vivos

FOTO ALEX GARCIA ENSAYO DE LA OPERA LA GUINEUETA ASTUTA EN EL LICEU 2025/09/15

La soprano Elena Tsallagova da vida a la zorrita astuta y traviesa que entra en el corral de las gallinas

Àlex Garcia

Lo mejor del verano barcelonés se dejó sentir ayer en la inauguración de temporada del Liceu, cuando el teatro logró esquivar las barricadas de las obras de la Rambla y aprovechó la ausencia del tráfico para hacerse un hueco y desplegar una amplia alfombra roja para recibir a dos mil invitados dispuestos a celebrar la rentrée lírica.

Era una tarde agradablemente soleada. La luz cálida rebotaba en los ventanales de enfrente mientras los vips llegaban por decenas dispuestos a posar antes los medios, con el photocall en el interior del teatro. Entre los más mediáticos Josep Maria Pou, Pere Arquillué, Joan Pera, el Mag Lari, Alfred Garcia, Miriam Iscla, Pol Hermoso, Gonzalo Guzmán o incluso Karla Sofía Gascón desfilaron por la alfombra. Del mundo de las letras acudió Milena Busquests o Enric Casasses, del de las artes se pudo ver a Joan Fontcuberta y de la música a Maria Hein.

De Josep Maria Pou a Karla Sofía Gascón, el mundo del espectáculo se cita en el inicio de temporada

También la ópera escogida para la rentrée supondría una amable y oportuna reflexión sobre la necesidad de un diálogo interespecies. O dicho de otro modo, sobre cómo se pasa de lista la humanidad haciendo uso de su hábitat. La zorrita astuta, obra de madurez de Léos Janácek, alguien a quien le encantaban los animales, habla de manera profética de la degradación del planeta. Cuando la escribió en 1924, basándose en una tira cómica de un diario local de Brno, el compositor checo no podía ni imaginar que en el futuro la humanidad conviviría con una asfixiante proliferación de plásticos y que la gente comería peces que habían nadado entre islas de basura en el océano... Su cuento iba a cobrar más y más sentido conforme avanzaba el siglo XX.

Lástima que, como en el Teatro Real, a cuya inauguración del viernes faltaron los Reyes y la plana mayor del Gobierno español, tampoco ayer en el Liceu se vio al presidente de la Generalitat, Salvador Illa –sí acudió Marta Estruch, su esposa, y también la consellera de Cultura, Sònia Hernández–, ni a representantes del Gobierno de Sánchez. El ministro Ernest Urtasun y demás autoridades del Inaem debieron pensar que aprovecharían su paso por Mondiacult, dentro de una semana, para entre reunión y reunió sobre cómo armar la agenda mundial para la cultura, acercarse al Liceu a degustar este Janácek, servido sin mácula –pero con excesivo volumen para los cantantes– desde el podio por Josep Pons.

La idea de que una Zorrita astuta de Janácek sería un antídoto contra la pereza de los políticos poco amantes del género –en hora y 40 minutos describe, en tres actos, la vida en el bosque y el instinto vital animal– no acabó de funcionar. Ni el alcalde, Jaume Collboni, que nunca se pierde ninguna, asistió, pero sí cuatro decenas de personas del Ayuntamiento, que acaso han venido a tomar medidas –¡ojalá!– para el inminente Liceu Mar. Con todo, las máximas autoridades fueron la presidenta del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Maria Isabel Perelló, y el president del Parlament, Josep Rull, que, en cualquier caso, tuvieron la oportunidad de encontrar en la cultura y el Liceu ese ámbito conciliador que lima hasta el más áspero de los desencuentro.

La función comenzó con un alegato contra la guerra en el que el cellista solista de la Orquestra del Liceu, Òscar Alabau, interpretó el Cant dels Ocells , mientras en pantalla aparecía una frase extraída del discurso de Pau Casals en Naciones Unidas: “Paz en el mundo y contra las guerras, la inhumanidad de las guerras”. La obra sería un éxito en minutos de aplausos (ocho), pero fueron más bien tibios. La deslumbrante partitura de fantasía tímbrica, acaso la más sinfónica de Janácek y en la que la orquesta se lució, está servida en escena por la lectura modera y onírica de Barrie Kosky: todos los animalitos los representan humanos vestidos de colores, mientras que los humanos visten de negro. Esta es una pista, no hay muchas más. Hay que venir con la historia leída: va del ciclo de la vida. Y por mucho que empaticemos con esa zorrita traviesa y llena de vida –maravillosa Elena Tsallagova–, el cazador va a matarla de un tiro... porque se come las gallinas.

Con apenas la ayuda de telones distintos –de cristales, mallas metálicas, cortina de plumas...–, el director de escena australiano recrea ora una noche de lluvia (con el cazador deprimido) ora un cabaret (cuando la zorrita entra en el corral a zamparse a las gallinas), y consigue que la trama tenga sentido tanto para la generación de hace un siglo y para la actual.

Claro que en estos contextos de celebración nunca se sabe si es la ópera la que convence al público o el público el que hace a la ópera, pues no es de las que provoca la lágrima con una infalible aria. Es un título filosófico, más teatral que lírico, que se fundamente en la conversación cantada que sostienen los personajes. El público neófito que se acerque al Gran Teatre tendrá que dejar que sea su imaginación la que complete el dibujo.

Tsallagova infunde la inocencia adecuada a la zorrita, capaz de explicar la vida en hora y media, desde que es pequeña y recibe una educación humana con el guardabosques –notable Peter Pattei debutando el papel–, para luego descubrir el amor y el sexo con el zorro, la mezzo Paula Murriy. Todo acaba con moraleja: contra el hiperconsumismo, la simplicidad.

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