Vengo de un país, España, que debe su rica cultura a la presencia en su suelo, durante la edad media, de los pueblos de las tres religiones monoteístas: cristianos, judíos y árabes. Ello me permitió comprender muy pronto la importancia de tender puentes entre pasado y presente, y entre todas las culturas del Mediterráneo. En mis investigaciones y proyectos musicales me he esforzado en volver a mis raíces catalanas e ibéricas. Con mis conjuntos, he intentado establecer un diálogo entre estas culturas vivas, herederas de aquellas que convivieron con nosotros durante más de ocho siglos (711-1492).
Mientras que el diálogo social y político degenera tan a menudo en terribles disputas, he comprobado que con la música es posible dialogar, encontrar un modo de entenderse. Para ello, he trabajado para reunir a músicos de horizontes muy distintos. Ya en 1975 invité a artistas árabes e israelíes a unirse a Hespèrion XX para construir juntos proyectos en torno a la música de la diáspora sefardí. Unos años más tarde (2006) realizamos nuestro primer álbum Oriente-Occidente, un diálogo entre las músicas mediterráneas cristianas, judías y árabes. Esta colaboración dio lugar, en el 2008, a nuestro gran proyecto Jerusalén, la ciudad de las dos paces, que traza la larga historia de esa ciudad, centro sagrado de las tres religiones monoteístas.
No siempre ha sido fácil hacer tocar juntos a músicos judíos y palestinos, cristianos y musulmanes, o armenios y turcos. Sin embargo, ha sido tocando juntos como hemos podido superar la desconfianza inicial y descubrir, mediante la música, que en el fondo todos aspiramos, como seres humanos y como músicos, a la belleza, a la vida y a la comunión con el otro, más allá de nacionalidades y religiones. Por eso me niego a considerar que mis palabras son las de un músico desarmado. Al contrario, la música nos muestra, con su ejemplo, los caminos del diálogo y la comprensión.
Pero, en el contexto actual de esta guerra de destrucción de un pueblo y de un país, cabe preguntarse si esta búsqueda de la belleza a través del diálogo intercultural es suficiente. Ya en febrero del 2009, en la gira por Canadá del proyecto Jerusalén, denuncié la guerra de Gaza del 2008, declarando: “Si no se acepta al otro, si se le niega el derecho a la existencia, es el fin de la civilización”.
Un niño en brazos de un trabajador del hospital de Al Awda
Incluso el atentado terrorista inaceptable de Hamas del 7 de octubre del 2023, que causó más de 1.200 muertos y 250 rehenes, no puede justificar la desproporcionada respuesta del Gobierno de Israel, la atroz guerra que ya ha destruido el 80% del territorio de Gaza y ha provocado más de 65.000 muertos. Nada puede justificar el uso del hambre como arma: es un crimen de guerra cuyas víctimas inocentes son mujeres y niños. Más allá de Gaza, lo que ocurre en este momento en Cisjordania, convertida en una prisión en la que actúan colonos protegidos por el ejército, resulta igualmente inaceptable.
Si la comunidad internacional y todos nosotros no logramos obligar a Hamas a devolver a todos los rehenes a sus familias y a forzar al actual Gobierno israelí a poner fin al genocidio del pueblo palestino, seremos todos moralmente responsables.
Como músicos, si queremos ser coherentes con nuestros principios morales, esta responsabilidad puede exigirnos sacrificios, como lo hizo el gran músico Pau Casals, que se negó a tocar en la Alemania nazi en 1933 y que en 1945 renunció a dar conciertos en los países aliados en señal de protesta contra su inacción frente al régimen del general Franco. Pero también hay que recordar constantemente que la responsabilidad de los políticos de cualquier tendencia no puede confundirse con la de sus ciudadanos, a menudo víctimas ellos mismos. Por eso cabe preguntarse si el boicot del Festival de Flandes al director israelí Lahav Shani, que buscó la moderación evitando declaraciones radicales, es una decisión justa.
Aquí estamos ante un dilema que exige gran delicadeza y un juicio equilibrado, precisamente lo que falta en estos tiempos, cuando las emociones están alteradas, la expresión exacerbada, la sutileza perseguida, la moderación reprochada. Nos hemos vuelto vengativos, excitados, arrastrados al exceso por las redes sociales, que empujan a la irreflexión, a la confrontación mediocre y a los discursos unilaterales más que al diálogo.
Cuando uno se posiciona, se arriesga a ser etiquetado y captado por uno u otro extremo. Hay que luchar contra esa polarización, sin perder nunca de vista, en el debate político, al ser humano. Releamos Si esto es un hombre , de Primo Levi, los relatos de quienes sufrieron lo peor y que, finalmente, nos explican que hay que conceder al otro el derecho al diálogo, a la escucha, a la indulgencia.
Pero, cuando los responsables de la barbarie extrema en Gaza no muestran ningún signo de querer detenerse, la pregunta ineludible sigue siendo: ¿Se puede permanecer neutral ante un genocidio?