La Casa Encendida de la Fundación Montemadrid alberga desde el día 11 de este mes de septiembre que ya llega a su fin y hasta el próximo 18 enero la exposición Oro tejido con paja, en la que los artistas Elena Mendizabal (San Sebastián, 1960) y Joan Rom (Barcelona, 1954) presentan su trabajo más reciente, con algunas obras inéditas, en diálogo con su creación anterior.
El escultor catalán recorre junto a Guyana Guardian la sala en la que muestra sus piezas tras una veintena de años sin exponer y explica que para esta propuesta, con la que La Casa Encendida, con Beatriz Alonso como comisaria, ha querido invitar a artistas que por edad no pudieron participar en su programa Generaciones, creado hace 25 años, se ha basado en el concepto de fragilidad, en la inestabilidad de nuestro tiempo.
Muy activo en los años ochenta y noventa del siglo pasado, Rom vive ahora en un pueblo cercano a Reus, Castellvell del Camp, donde el contraste entre el mundo rural, con la prístina comarca del Priorat a un paso, y la industria petroquímica de Tarragona ha servido de inspiración para sus nuevas creaciones.
“Trabajo caminando y recojo lo que me voy encontrando en barrancos, vertederos o la playa”, relata el escultor entre las piezas expuestas, formadas por fragmentos de ladrillo erosionados, ramas rotas, cartón y otros materiales igualmente accesibles que manipula hasta encontrarles un nuevo sentido.
“Los muros de la sala son una hoja en blanco en la que dibujar”, reflexiona Rom ante las paredes en las que ha colocado sus formas, de factura muy simple. Una especie de collares -él prefiere el término catalán penjoll, porque no tiene connotaciones de lujo- en los que ha ido ensartando trozos de material de construcción para conseguir el volumen deseado.
La idea es transmitir la fragilidad de un mundo inestable, sugiere el escultor, que asume que su intención es explorar los límites entre el objeto artístico y lo que, en otro contexto, no serían más que desechos. El concepto de “arte pobre”, aunque no el gusta, confiesa, le viene a la cabeza y, en este sentido, recuerda la tradición de Josep Maria Jujol, Antoni Llena o Leandre Cristòfol, de cuyas obras se siente heredero.
Consciente de que el espacio expositivo marca la experiencia y decide de qué lado de la frontera entre obra de arte y objetos cotidianos se sitúan sus piezas, Rom detalla el trabajo de manipulación al que somete los materiales con los que trabaja. Así, llama la atención sobre las puntas afiladas, como en una corona de espinas, de cada una de las ramitas enmarañadas de Erm, una instalación elaborada con tallos de esparraguera salvaje con la que el artista quiere denunciar la presencia humana en todos los lugares de una naturaleza que se defiende.
'Erm', una de las obras de Joan Rom en La Casa Encendida
Algunas de las piezas han sido creadas expresamente para la exposición, como Crosta, en la que la idea es evocar el proceso de sanación de una herida situando en el blanco impoluto del espacio arquitectónico de la galería una costra elaborada con cemento, cartón y cúrcuma que cubre la arista de una columna. Una forma de subrayar la crisis, el desamparo y la soledad del individuo bajo una ilusión de solidez y protección.
“Las cosas que uso no me interesan porque sean pobres, sino porque están usadas”, analiza el artista, que asegura que pretende alargar la vida de los objetos mediante una disposición diferente, dando al espectador la posibilidad de mirarlos de otra manera. “Pero si se caen desaparece la obra”, admite ante uno de los collares gigantes de la muestra. Fragilidad absoluta.
