La vigencia de Don Quijote es incontestable. Siempre hay una nueva y excitante manera de aproximarse al personaje de Cervantes, un hilo narrativo que no conocíamos y que sugiere sucesivas lecturas del clásico.
Por ejemplo, en las Conversaciones Literarias de Formentor, la musicóloga Begoña Lolo Herranz desveló el viernes la riqueza musical y dancística que subyace en las desventuras de Don Quijote y Sancho. La experta definió la novela como una “caja de música” que muy pronto se apresuraron a abrir coreógrafos y compositores.
Recordó que, en 1614, cuando no había transcurrido ni una década desde la primera edición del libro, ya se estrenó en París un ballet sobre la locura de Don Quijote. Y en 1694, un genio como Henry Purcell musicó el montaje The Comical History of Don Quixote .
La poeta Szymborska lo vio venir: el libro que la hizo reír empezó a parecerle triste
Esta actualidad de la obra cervantina la defiende, también con sólidos argumentos, la exposición que la Fundació Castell de Peralada ha abierto (hasta el 23 de noviembre) en la Serrería Belga de Madrid. Desde el castillo ampurdanés han viajado a la capital de España algunos de los 5.000 volúmenes de Cervantes que contiene la fabulosa biblioteca reunida en su día por Miguel Mateu Pla, una de las más relevantes del mundo en esta especialidad.
La exposición contiene joyas como los originales de las ilustraciones de Isidro y Antonio Carnicero para la edición de El Quijote de 1782, impulsada por la Real Academia Española; o un mural de Josep Maria Sert sobre Las bodas de Camacho creado para el Waldorf Astoria de Nueva York.
Pero también cierra el ciclo de la música: la fundación Castell de Peralada, que organiza el festival del mismo nombre, dedica un espacio de la exposición a la larga vida de Don Quijote y Sancho en las coreografías y en las partituras.

Una de las piezas que se exhibe en Madrid, aportadas por Peralada
No solo Madrid mantiene vivo el recuerdo cervantino. Barcelona, que en las últimas décadas había dado abiertamente la espalda a este capítulo fundamental de su pasado literario y ciudadano, ha hecho propósito de enmienda, como demuestra que en marzo acogiera el tercer encuentro de ciudades cervantinas. “ Don Quijote es aún hoy el libro más traducido después de la Biblia y esto conlleva para Barcelona una publicidad inestimable”, recordó entonces la escritora y académica Carme Riera. Queda mucho por hacer, por supuesto, como desarrollar ideas del estilo de las que sugerimos en los desgloses de este artículo.
Pero donde de verdad pervive el espíritu quijotesco es en múltiples gestos de rebeldía individual a los que asistimos hoy. Es en esa persistencia simbólica donde reside la vigencia (por ahora inextinguible) de la obra.
Hablamos de gestos que apreciamos en la resistencia pacífica que ofrecen muchos inmigrantes cuando vienen a por ellos los gigantes despiadados del ICE de Donald Trump, pero también en la quijotesca actitud del ecologista que se encadena a un árbol para salvar un bosque, en un manifestante en la Rusia de Vladimir Putin, en la informante que filtra información sobre un abuso de poder (recordemos a la whistleblower Reality Winner) o en el investigador que busca la cura de una enfermedad rara en plena era de los presupuestos menguantes.
Sin embargo, no es seguro que perviva muchos años la idea del Quijote como un referente del humor y del optimismo inquebrantables. Como sabe cualquiera de sus lectores, puede tanto interpretarse que la obra acaba bien (el hidalgo recobra la cordura tras su derrota en la Barceloneta y muere en paz) como que tiene un final aciago (la cordura impuesta por las armas le despierta de un bello sueño humanista alentado por los libros).
En los últimos tiempos ha prevalecido el relato ameno de sus gestas y desvaríos frente al dolor por esa muerte del ideal humanístico. Pero hay razones para dudar que esto siga así en las tinieblas en que nos adentramos.
Tal vez nos lo advertía ya la poeta Wislawa Szymborska, cuando confesaba a Xavi Ayén ( Planeta Nobel , Libros de Vanguardia) que el Quijote había dejado de divertirle y le parecía cada vez más triste.
La casa
El hogar barcelonés de Cervantes
Mientras Madrid exhibe sin complejos la casa donde vivió Cervantes en el barrio de Las Letras, Barcelona sigue sin dar por buena la tesis de Martín de Riquer de que el escritor pasó un período de su vida en el número 2 del paseo barcelonés de Colom. Nadie discute que así fuera, pero lo cierto es que el asunto sigue en el aire, sin una placa en condiciones que reconozca la importancia del lugar, más allá del pequeño recordatorio colocado por la Asociación Cultural Miguel de Cervantes.
La imprenta
En la casa del impresor Cormellas
Es sabido que en la calle del Call de Barcelona Cervantes ubicó la imprenta de Sebastián de Cormellas, en la que se detiene Don Quijote en su camino hacia el desenlace de su aventura caballeresca. Los bajos de la casa están ocupados hoy por un comercio de bisutería de nombre Dulcinea. En un mundo ideal, el Ayuntamiento adquiría el local y lo transformaría en una oficina de turismo cervantino. En el mundo de lo posible estaría bien colocar una placa más visible que la indicación actual, situada a gran altura.
La playa
El espacio mítico de la Barceloneta
Barcelona, ciudad que ya dispone de un monumento a las ilusiones perdidas, obra del añorado Toni Batllori, podría muy bien incorporar a su espacio público una escultura que recordara la más trágicas de las derrotas posibles: el lance en que Don Quijote cae en fraudulento combate en la playa que ahora conocemos como Barceloneta y, con él, muere el sueño humanista que le hace recorrer media España desafiando el orden establecido. Un concurso internacional para encargar la obra podría ser todo un acontecimiento.