“Cada día sueño con mi madre, pero a veces son sueños ridículos, no siempre son tristes”, explica Arundhati Roy (Shillong, 1959) al final de un encuentro con la prensa que se ha prolongado durante una hora este lunes en un hotel de Madrid. La autora india, mundialmente famosa desde la publicación de El dios de las pequeñas cosas (1997), su primera novela, ha viajado hasta España para la presentación de su última obra, un libro de memorias titulado Mi refugio y mi tormenta (Alfaguara en castellano y Ara Narrativa en catalán) en el que comparte protagonismo con su madre, fallecida en el 2022 a los 89 años.
En la conversación, la novelista afirma que, a pesar de su muerte, tras la cual vivió un shock emocional que la llevó a escribir este libro, cuyo título en inglés es Mother Mary comes to me, a menudo siente que su madre sigue viva y se pelea mentalmente con ella y que su espíritu la sigue rondando: “Se me apaga el ordenador de repente y se rompe el tejado y empieza a caer agua en la habitación”, ironiza.
Pero a pesar del retrato que hace en el libro, en el que la madre aparece como una figura totalmente imprevisible y de carácter colérico, Roy asegura que no ha escrito Mi refugio y mi tormenta para reconciliarse, ni siquiera con ella misma tras haber roto amarras siendo una adolescente. No es una obra sobre la superación del duelo. “No hay nada que perdonar”, insiste.
El duelo
“No hay nada que perdonar”, insiste Roy
En este sentido, la autora india analiza las diferencias culturales que se dan en su país respecto a Occidente: allí la figura materna es “deificada” en cuanto engendradora de hijos varones, afirma, mientras que, sobre todo en Estados Unidos, argumenta tal vez con el psicoanálisis en mente, “a la madre se la culpa de todo”.
“Si las cosas no salen como se espera, en India se pasa de tener a esa madre diosa a una madre demonio que no ha cumplido con las expectativas”, prosigue sobre la importancia de la maternidad en la cultura de su país, pero en ningún caso se la considera la causa del malestar psicológico de sus hijos. “De esa manera nadie crece y se hace adulto, porque siempre hay alguien a quien culpar”, reflexiona Arundhati Roy, que entiende que esa actitud va incluso en contra del movimiento feminista.
“Yo siento que soy adulta, que he crecido. Y en la figura de mi madre había todo un abanico de contrastes: era oscura, brillante y valiente a la vez”, recuerda la escritora, que, de este modo, contrapone su manera de encajar la relación a la de su hermano, del que se siente muy “cercana” pero que siempre vio a su progenitora como alguien “cruel” y por eso “no la quería”.
Una mujer compleja
“Era oscura, brillante y valiente a la vez”
“Mis memorias son como una combinación de dos películas de Pedro Almodóvar: Hable con ella y Todo sobre mi madre”, indica Roy en este punto de la conversación, tras señalar que no puede saber nada a ciencia cierta de ella, puesto que casi nunca hablaban y cuando lo hacían siempre lo hacían bajo la amenaza de un ataque de asma y un enésimo regreso al hospital, la excusa que utilizaba su madre para evitar discusiones.
“La figura de mi madre pertenece a la literatura”, sentencia para desvincular la persona real del personaje que ella ha creado a través de la escritura. “El desafío de un escritor es describir sin juzgar. Me siento feliz de haber sobrevivido”, relata ante la sorpresa de los periodistas al ver que no guarda rencor a pesar del evidente maltrato al que fue sometida en su infancia.
“Hay cosas en la vida que no se pueden resolver y hay que hacer las paces con la vida sin encontrar respuestas”, concluye Arundhati Roy al rememorar el “machaque constante” al que su madre, que crio a sus dos hijos en solitario, fundó una escuela de éxito y batalló por los derechos de las mujeres en India, sometió a su hermano, al que pegaba por sus notas mediocres.
“No necesito a mi madre para escribir, ella me enseñó a escribir y luego se enfadó por lo que escribía, de la misma manera que me enseñó a pensar en libertad y luego se enfadó por mi comportamiento”, responde Roy a la pregunta de cómo será su literatura ahora que esa figura tan importante ha desaparecido. Lo que está claro es que la “rebelión” que ha caracterizado su obra y su vida seguirá estando presente, defiende.
Una rebelión que, a lo largo de su obra ensayística, ha girado en torno a un feminismo que desde este 2025 contempla con cierto pesimismo: “Hay un retroceso en la lucha por la igualdad”, afirma, y deplora que la solidaridad haya derivado en “debates nimios”, con las mujeres -y los hombres, a los que también concierne la situación- metidas en “cajitas y silos” que desvirtúan los verdaderos propósitos del movimiento.
