Para el historiador alemán Karl Schlögel, que, en tiempos de guerra, la gente trate de seguir con su vida y, una vez asimilada la realidad, decida ir a trabajar o, si está con más ánimos, al teatro o a un concierto, es algo que le impresiona. Heroísmo cotidiano, ha calificado este viernes durante una rueda de prensa en la feria del Libro de Frankfurt, la más grande del mundo, donde este domingo le concederán el premio de la Paz de los Libreros Alemanes, uno de los galardones literarios más prestigiosos del país. “Es una forma de decir que no se dejan imponer por el agresor la forma como deben vivir todos los días. Viajé a Járkov y a Lviv y vi ciudades dinámicas. Asistí incluso a un debate sobre Donald Trump, , lo que muestra que en medio de la guerra los ucranianos se siguen preocupando por el resto del mundo”.
Poco antes de juntarse con periodistas, Schlögel se ha reunido con La Vanguardia en el hotel Frankfurter Hof, donde habitualmente continúan después de cenar de forma más distendida las conversaciones de la feria entre agentes y editores. Allí el autor ha hablado de la guerra de Ucrania, de la era soviética y de su último libro publicado en castellano, El aroma de los imperios (Acantilado), donde rastrea el pasado a través de dos icónicos perfumes: Chanel nº 5 y Moscú Rojo, estandartes de mundos confrontados.
¿Qué le llevó a ver el perfume como una ventana al siglo XX?
No hay historia sin sentidos y, por lo tanto, no hay historia sin olores. Nunca hice una investigación sistemática, pero descubrí por casualidad que un reputado perfumista de la Rusia zarista, Ernest Beaux, emigró a Francia después e la revolución y trabajó casi con total seguridad con Coco Chanel, ayudándole a crear su perfume más icónico del mundo occidental, el Chanel nº5.
Antes de marchar, junto a su compañero Aguste Michel, recibió el encargo de crear una nueva fragancia para conmemorar el tercer centenario de la dinastía Románov.
Y así nació el Moscú Rojo. Hoy en día todavía se puede comprar en Amazon. Yo mismo lo hice. Ambas fragancias tienen puntos en común y, a la vez, representan mundos confrontados, tanto en aquel momento como en la actualidad.
¿Se puede conectar entonces esta historia con el siglo XXI? ¿Ve paralelismos entre la diáspora rusa de principios del siglo pasado y los flujos de talento desplazado hoy en día por los conflictos actuales?
Totalmente. ¿Cuánta gente ha marchado de Palestina o de Ucrania o directamente ha sido asesinada? De los conflictos termina surgiendo una ola de creatividad, sí, pero también acabamos con gran parte de la ya existente. Es complicado vivir con alarmas casi diarias porque determina tu vida cotidiana. Tienes que correr e ir al sótano. La última vez que estuve en Lviv sonó a las cinco de la mañana y, a esa hora, hay gente que ya, cansado de escucharlas, ni siquiera se levanta para protegerse. Si tiene que caer algo, caerá.
Es difícil ser optimista.
Lo intento pero, de nuevo, los olores. El aroma a destrucción al pasear por esas calles no ayuda a mejorar el ambiente.
Fue uno de los primeros en advertir las agresivas políticas expansionistas de Putin. ¿Le creía entonces la gente, cuando empezó a decirlo?
Unos pocos, pero no pasó demasiado tiempo hasta que la gente comprendió del todo mis palabras. En la primavera de 2014, tras la anexión de Crimea viajé a Ucrania para hacerme una idea de lo que estaba sucediendo. Confío en las noticias y en los reportajes de nuestros periódicos, pero, para formarme una opinión propia, necesito ir a ver qué está pasando sobre el terreno. Estuve en muchas ciudades donde se desarrolló el conflicto. Tuve la oportunidad de presenciar la toma de posesión de soldados financiados por Rusia en ciudades como Donetsk y Odesa y ahí me convencí de que la guerra estaba en curso y de que eso no era un pequeño conflicto como se quería hacer creer desde una de las partes.
Tras la invasión rusa, afirmó que apoyar a Ucrania es la mejor manera de garantizar la paz en Europa.
Deberían ver con sus propios ojos lo que significa que Europa no pueda prevenir estos ataques diarios y nocturnos contra ciudades ucranianas. Esto pasa con nuestros vecinos y seguimos tan tranquilos. No comprendo este pasotismo. ¿Si nos pasara a nosotros nos brindarían la ayuda que esperamos? Por suerte, la mayoría de los ciudadanos de Ucrania no se dan por vencidos. Es un pueblo que lleva ya tiempo demostrando que no se rendirá, ni siquiera enfrentándose a las condiciones más extremas. Pero, por supuesto, necesitan ayuda y armas para defenderse. Ahora se están llevando a cabo los bombardeos más intensos desde el inicio de la invasión y no siempre se habla de ello en los medios, o no con la profundidad que merece.
