Lo mismo no te vuelvo a ver nunca más

Opinión

Lo mismo no te vuelvo a ver nunca más
Escritor

Hay un episodio de la distópica serie Black mirror en el que, por una suerte de implante ocular, los ciudadanos ven información junto a las personas. A veces me ocurre algo similar, pero sin implante y en la vida real. Me pasa, sobre todo, cuando veo a viejos amigos y a familiares lejanos: veo junto a sus cabezas un numerito, pero nada definido, así que nunca sé con exactitud la cifra marcada. El número me indica las veces que me quedan por ver a esa persona antes de a) su muerte b) morirme yo. Y me angustiaba mucho. De hecho, os lo cuento porque quiero compartir ese baño de realidad que tanto mal me hace, a ver si así se me hace menos insoportable.

Cada vez que me despido de un amigo que vive lejos de mí pienso que en un año o en dos volveré a verlo, y, hasta hace poco, casi nunca contemplaba que, quizás, fuera la última vez que lo viera. Pero, claro, tampoco puedo despedirme de él como si nunca más volviéramos a coincidir. Sería muy incómodo para la otra persona. ¡Tantos años aprendiendo a sortear el pensamiento de la muerte inminente como para tirarlo ahora todo por la borda! Es mejor entonar y creernos juntos un “¡hasta la próxima!”, y parecer felices.

Nunca sé si cuando me despido de una persona la volveré a ver

Nunca sé si cuando me despido de una persona la volveré a ver

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Si tengo la “suerte” de ser consciente de mi muerte, de despedirme en un lecho de los míos, los tocaré mucho

Pero el dichoso numerito… Apareció hace cuatro años, volviendo del centro de Ginebra en un precioso tren que atravesaba los Alpes. Volvía de darle clase de español a una joven violonchelista que me pagaba por hora el trabajo correspondiente a ocho. Coincidí en el vagón con una amiga de cuando vivía en Alemania 11 años atrás. El numerito era el uno. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Solo nos quedaba un encuentro juntos. Al despedirnos, me invitó a visitarla a Essen para su cumpleaños. Pero rechacé la invitación. Me dije que, si la volvía a ver, o ella o yo moriríamos justo después; que debía retrasar ese encuentro hasta que la vida me forzara a realizarlo.

Desde entonces, si dejo la vista un poco ida cuando estoy hablando con alguien, me imagino el número junto a su oreja. Y una tristeza enorme me arrebata. Suelo alargar los brazos en esos casos y tocar a la otra persona. Soy muy tocón. Me gusta abrazar y acariciar a mis amigos, así me siento más vivo. Supongo que, si tengo la “suerte” de ser consciente de mi muerte, de despedirme en un lecho de los míos, los tocaré mucho, y lo mismo me abrazo también a todos los objetos que vea, a ver si así la muerte no logra arrastrarme. Si esto estuviera comprobado, cada vez que enfermara me amarraría los tobillos a grandes bloques de hormigón. Pues no quiero morirme. Por la razón que sea, y pese a tenerlo todo en contra, no está en mis planes, la verdad. Por cierto, la próxima vez que nos veamos, si queréis saber el numerito, preguntádmelo. No os cobraré por decíroslo. Aunque, si es un número muy pequeño, os mentiré y lo aumentaré, vaya que empecéis a evitarme y ya no queráis verme más.

¡Qué insoportable levedad del ser!

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