La música clásica actual puede ser comprometida. Y sonar a feminicidios, migración, guerra contra la droga y crisis climática. Y puede beber de más tradiciones que los tótems de la vieja Europa, de la africana a la india. Es la música de Gabriela Ortiz (Ciudad de México, 1964), que ha logrado tres Grammys este año –incluido el de Mejor composición clásica contemporánea– por Revolución diamantina, inspirada en las manifestaciones feministas de México en 2019 y grabada por Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles.
Ahora Ortiz se convierte en la compositora invitada del Palau de la Música esta temporada. Su música sonará en nueve conciertos, incluido un estreno absoluto el 21 de marzo, Mujer pájaro, inspirado en la obra de Miró Mujer, pájaro, estrella y que con el Cor de Cambra del Palau aborda la compleja relación de los humanos con las aves. “Ser la compositora invitada es un honor, porque el Palau no es cualquier teatro, yo adoro Barcelona, donde viví en 2017 durante un año sabático”, recuerda.
Sus padres formaron parte del grupo Los folkloristas, pioneros en difundir la tradición musical latinoamericana, y ella tocaba el charango y la guitarra mientras estudiaba piano. Y tras formarse en México, marcharía a escuelas europeas. Preguntada por la mezcla de su música, responde divertida. “¿Le pediría a un chef de México que no cocine ni con maíz ni con chile, que solo cocine con mantequilla?”, sonríe. “Soy el resultado de una fantástica mezcla. México tiene muchas, la de la música africana, la que vino de Europa, los pueblos originarios y, hoy, Estados Unidos. Y un compositor es un espejo del momento histórico que le ha tocado”.
“Muchos compositores en Latinoamérica se han olvidado de quiénes son en aras de que los reconozcan en Europa”
¿No quedan escuelas nacionales? “En los noventa fui a Darmstadt, en Alemania, y era un lugar muy cerrado, había escuelas muy predefinidas. La francesa, la del espectralismo, la de Boulez, la del GRM y la gente que hacía cosas con tecnología. La escuela que seguía a Helmut Lachenmann, la escuela italiana, con Berio y Donatoni. Viniendo de Latinoamérica, yo no encajaba en ninguna. Fue complicado. Entendí al regresar a mi país que el bagaje era distinto y tenía que ser yo misma. Y al serlo toda la mezcla se refleja, sale con absoluta naturalidad y deliberación”.
Y asegura que a ella le preocupa “la audiencia, no escribo para la academia, para otros compositores, muchos se han preocupado de lo que van a decir otros compositores. Muchos compositores en Latinoamérica se han olvidado de quiénes son en aras de que los reconozcan en Europa”.
Ortiz toma “de aquí de allá, de la música del gamelán y de África. El ritmo es una característica, pero no solo de Latinoamérica. También es África, la India con los ragas, el flamenco, lo gitano. Es un error cuando Europa trata de definir Latinoamérica y te pone en este pequeño ámbito del ritmo, la fiesta, todo ligero. También podemos ser profundos”.
Hoy en el Palau sonará con el Cosmos Quartet y la faluta travesera de Alejandro Escuer su pieza Exilios, dedicada al exilio republicano español en su país. “Un artista -reflexiona- comunica emociones que se nutren de la experiencia de vivir. No me pasa desapercibido que en México haya 11 feminicidios cada día. El cambio climático no me es ajeno, las inundaciones en Veracruz, el huracán Otis en Acapulco, los desarrollos turísticos que destruyen ecosistemas. Con la violencia a la naturaleza, la que viola los derechos humanos, no puedes sentirte ajeno”. Y concluye: “La música es política, el arte lo es. Beethoven ya lo era, con Fidelio o la Heroica”.
