Donald Trump juega a ser el gran estratega global desde la cima de considerarse el mejor presidente en la historia de Estados Unidos. Pero en verdad lleva el ladrillo entre sus cejas.
“Probablemente escucháis el hermoso sonido de las obras en la parte de atrás”, comentó esta semana a los periodistas en la Casa Blanca durante el proceso de demolición del Ala Este de la residencia presidencial.
“Cuando escucho ese sonido me recuerda al dinero”, añadió, en claro desprecio a todos aquellos que le critican por haber destruido unilateralmente parte de la “casa del pueblo”, la destinada a la primera dama, sin consultar a expertos sobre los elementos de valor y marginando la regulación del Congreso.
Para muchos, Trump no ha actuado como el presidente que preserva un legado de 123 años, sino como el promotor que arrasa para lucrarse con un negocio. En este caso levantar un salón de baile de 300 millones pagados por empresas privadas –¿corrupción?–, y demostrar que su poder es absoluto. Incluso baraja la posibilidad de bautizarlo con su nombre.
Su utilización de las excavadoras se compara a su conducta cuando construyó su torre en la Quinta Avenida de Manhattan, donde en 1980 pulverizó varias piezas arquitectónicas y artísticas atesoradas en el edificio previo, los grandes almacenes de lujo Bonwit Teller que habían caído en la bancarrota.
Entonces, antes de poner en marcha la piqueta, Trump prometió al Metropolitan Museum conservar esos elementos irremplazables, sobre todo de la fachada, y donarlos al gran museo de la ciudad. A la hora de la verdad, le pareció que la misión de rescate le salía cara y se olvidó de la buena voluntad.
Trump prometió al Metroplitan donar los elementos que había en el edificio previo a su torre y luego pasó
También aseguró que solo iba a modernizar el Ala Este y ha acabado allanando el complejo en su totalidad y más allá.
“Trump pertenece a la escuela de promotores que ni piden permiso ni piden perdón”, declaró al USA Today Richard Emery, reputado abogado al frente de un grupo de preservación cultural de Manhattan.
El establecimiento de doce plantas de Bonwit Teller, que el inmobiliario Trump compró en 1979 por 15 millones de dólares, fue diseñado y construido en 1929, en la confluencia con la calle 56, por los arquitectos Whitney Warren and Charles Wetmore, los mismos que diseñaron la estación Gran Central Terminal. A lo largo de los años, famosos artistas como Salvador Dalí, Jasper Johnson, Robert Rauschenberg o Andy Warhol colaboraron en la decoración temporal del interior o de los escaparates y en la publicidad
Una vez que lo adquirió el joven Trump, que era un treintañero, se fascinó con la decoración fija del edificio durante un corto periodo de tiempo pensando que su pasión por el arte expandiría su reputación.
Cerca de la parte superior del edificio había dos frisos de Art Déco de piedra caliza con relieves de dos mujeres casi desnudas blandiendo grandes bufandas, como si estuvieran bailando. El Met se interesó por ese mural. Además, el museo preguntó por la celosía de bronce de seis por nueve metros con dibujos geométricos que colgaba sobre la entrada de la tienda.
Extraer esas piezas tenía un precio, que el promotor no quiso asumir. Cuando periodistas del The New York Times y de The Washington Post reconstruyeron lo sucedido, los reporteros descubrieron que Trump se escondió detrás de un falso portavoz –era él, haciéndose pasar por el relaciones pública John Barron– para explicar que “tres expertos independientes” habían hallado que esas piezas carecían de “valor artístico”.
El presidente se plantea bautizar la nueva sala de baile de la Casa Blanca con su nombre
Esa demolición dejó otra lección que se proyecta hasta la fecha. Trump pagó 1,4 millones a unos 200 trabajadores polacos para no ir a juicio. Resultó que eran indocumentados.
Donde Pau Casals tocó ‘El cant dels ocells'
El ruido de las excavadoras ha destruido metafóricamente otro sonido que perduraba como un tesoro. En el Ala Este de la Casa Blanca se produjo una actuación histórica de Pau Casals. Tras ya haberse exhibido con su violonchelo en esa residencia en 1904, a los 27 años, invitado por el presidente Theodore Roosevelt, el catalán regresó a petición de John F. Kennedy y la primera dama Jacqueline. Además de Mendelssohn, Schumann y Couperin, Casals interpretó El cant dels ocells. Quedará por siempre el recuerdo de un Ala Este construida tal como era en 1902 precisamente por Roosevelt como una entrada para los huéspedes en coches de caballos y que en la actualidad era el acceso para millones de estadounidenses que iban de visita. Pero la piqueta de Trump no solo se ha llevado por delante esa estancia. También ha arrasado el jardín de Jacqueline Kennedy y la columnata que conectaba el Ala Este, patrimonio de las primeras damas, y la Casa Blanca. En esas instancias hizo historia Eleanor Roosevelt como activista. Ahí se instaló el féretro de Kennedy o desde ese recinto el presidente Obama anunció la muerte de Bin Laden. Menos legado y más baile, según la filosofía Trump.
