Este no es otro libro más sobre el divorcio

Fenómeno editorial

La ensayista Leslie Jamison narra los dos años en los que nació su hija, se separó de su marido, publicó dos libros y completó una gira de promoción extenuante por EE.UU. con un recién nacido

La escritora estadounidense Leslie Jamison

La escritora estadounidense Leslie Jamison 

LV

Hay una frase, un mandato, que Leslie Jamison repite tanto a sus alumnos de escritura en la Universidad de Columbia que una vez le hicieron un pastel y se la pusieron por encima con nata: “sé específica”. Ella se la suele aplicar de manera estricta en sus ensayos narrativos, pero cuando le dio a leer a su editor el primer borrador de lo que ahora es su último libro, Astillas (Anagrama), fue él quien le dijo: Leslie, sé específica. Y en concreto sé específica con las maneras en las que tú heriste a tu ex marido en los meses anteriores a tu divorcio.

No debió ser una corrección fácil de digerir. Habitualmente designada como heredera de Susan Sontag y Joan Didion, Jamison (Washington D.C., 1983) está en la primera línea de una generación de renovadoras de lo que a veces se llama “no ficción creativa”, que ella practica con rigor de investigadora, curiosidad de filósofa (o de periodista) y voz de novelista. Si en su anterior libro monográfico, La huella de los días (Anagrama), abordaba el alcoholismo y la escritura trenzando su propia experiencia como adicta con la mitología del escritor borracho, la historia de Alcohólicos Anónimos y la industria de la rehabilitación en Estados Unidos, aquí, en Astillas , se ha olvidado de lo externo y se ha centrado en lo suyo, en los dos años en los que nació su hija, se separó de su marido, publicó dos libros, completó una gira de promoción extenuante por EE.UU. con un recién nacido, empezó una nueva vida, y aprendió a escribir de otra manera.

“Al principio registraba mi dolor con una curiosidad genuina por estar sintiendo a la vez el duelo por el fin de mi matrimonio y el amor inimaginable de ser madre por primera vez”

La autora, que en el pasado esquilmó con precisión no solo su alcoholismo sino también sus trastornos alimentarios y su historial de perfeccionismo casi enfermizo –hija de dos intelectuales, la excelencia es casi el negocio familiar– estaba casi condenada a escribir sobre el fin de su matrimonio con el también escritor Charles Bock, “C” en el libro. ¿En qué momento entendió que no le iba a quedar otra que ensayizar esa experiencia? “Empecé a escribir fragmentos de prosa, casi como una forma de llevar un diario, sobre todo en los primeros meses de mi separación. En ese periodo, me sentía en medio de una intensidad acaparadora, pero a la vez interesante. El otro día les hablaba a mis alumnos de un escritor francés del siglo XIX llamado Alphonse Daudet, que escribió cuando tenía sífilis terminal. Él tiene esta formulación muy interesante que llama Homo Duplex. Cuando le ocurre algo terrible, como la muerte de su padre, hay una versión de él que está llorando, experimentando un duelo profundo. Y otra versión de él, que está como en un piso superior pensando: ‘oh vaya, hay algo interesante en esta emoción tan intensa’. Creo que mis primeros fragmentos eran así, registraba mi dolor con una curiosidad genuina por estar sintiendo estas dos cosas tan particulares a la vez, el duelo por el fin de mi matrimonio y el amor inimaginable de ser madre por primera vez”.

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Mary Karr, la madre espiritual de todas las memorialistas actuales, amiga y mentora de Jamison y autora de libros como El club de los mentirosos (Periférica / Errata Naturae), también le sugirió que, para que se entienda el desgarro de una ruptura, antes hay que explicar bien la parte feliz. Y en eso también se aplicó Jamison, dando pinceladas de la intensa historia de amor que vivió con su ex marido, al que conoció cuando éste acababa de perder a su primera mujer y madre de su hija pequeña de leucemia. Bock novelizó esa experiencia en un libro, que se menciona de manera oblicua en Astillas , y que no tuvo el éxito esperado. Los celos profesionales se apuntan, de hecho, como uno de los motivos que erosionaron esa pareja. Cuando Jamison se embarca en esa gira de promoción, él le dice que ni loco va a seguirla por los aeropuertos sujetándole el bolso.

“En el mundo de la adicción se dice 'lo que otra gente diga de ti no es tu problema’, pero claro que es mi problema, es mi principal trabajo en el mundo: manipular y conseguir que otra gente piense sobre mí en una determinada manera”

“En el mundo de la adicción se dice una cosa que siempre me ha costado mucho de aceptar: ‘Lo que otra gente diga de ti no es tu problema’. Siempre pienso: ‘claro que es mi problema, es mi principal trabajo en el mundo, manipular y conseguir que otra gente piense sobre mí en una determinada manera. Cuesta abandonar la fantasía de que puedo controlar lo que la gente piense de mi libro, y de mí, por extensión”.

Esta brecha entre lo que se es y la imagen que se proyecta, está también presente en Astillas de distintas maneras. A menudo encontramos a una Jamison que quiere verse y que la vean como una joven madre hipercompetente que consigue brillar en su vida familiar y en su vida intelectual, y que se encuentra con que el derrumbe es inevitable.

Casi todos los autores, y en especial las autoras, que trabajan con su vida como material primario acaban topándose con un adjetivo que se les adjudica: crudo. Qué crudo lo que cuentan, qué crudo lo que escriben. Como practicante y teórica de la no ficción creativa, Jamison lleva años peleándose con ese adjetivo. “Cuando se dice que algo está crudo es que no está hecho, no está cocinado, y en mi experiencia la no ficción personal está tan construida y trabajada como la ficción. Pero de alguna manera con este libro he hecho las paces con ese adjetivo. No es que sea una buena descripción de la prosa, pero sí es una manera de describir que lo que escribí estaba muy cerca de mi experiencia, hay muchos detalles, sobre todo sensoriales, que son de alguna manera crudos”.

En el proceso de reescritura, Jamison tuvo que hacer varias cosas. Una, quitar victimismo a su narradora, dejarla un poco mal, y ser específica en eso, como le pedía su editor. “Me di cuenta de que tenía razón, había una asimetría, yo era muy concreta cuando hablaba de cómo me habían hecho sufrir y muy abstracta cuando describía cómo yo había hecho sufrir [a mi ex marido]. ¡Menudo mecanismo de defensa insufrible, pretender llevarme el crédito por aceptar que era alguien que había hecho mucho daño, sin entrar en los detalles!”. El segundo trago difícil fue enviar el borrador a los mencionados.

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Su padre, un personaje importante en este y en otros ensayos de Jamison, un economista e investigador que se divorció de su madre cuando la autora tenía once años y con quien ha tenido una historia compleja, solo le pidió un cambio, que no lo describiera como “poderoso”. También tuvo, claro, que cotejarlo con su ex marido. “Fue duro, claro, había cosas que él recordaba de otra manera. Me alegro de haberlo hecho y de escuchar lo que él tenía que decir. Si mi hija algún día decide leer este libro, quiero poder decirle que mi versión de su padre era tan polifacética como pude hacerla y tan llena de amor como fui capaz. No era la única lectora para la que escribí, pero ella sí que estaba en mi mente en ese momento”.

En el tercer acto del libro, titulado Fiebre , Jamison se adentra en el mercado de las citas post divorcio y la narración adquiere otra textura, algo más ligera, como si se diera permiso para la autolaceración benevolente. Se enrolla con un músico alérgico al compromiso y después con un extraño híbrido de poeta y banquero que la acusa de no tener una conversación lo suficientemente estimulante. A pesar de eso, ella no puede evitar caer en fantasear con una familia reconstituida con el poeta banquero en un espacioso brownstone de Brooklyn. Porque es más fácil, quizá, asumir el final de una relación que asumir el final de la fantasía.

En el mercado de las citas post divorcio: es más fácil, quizá, asumir el final de una relación que asumir el final de la fantasía

 “Lo llamo el efecto de las ventanas iluminadas, porque es algo que he vivido en cada etapa de mi vida, siempre sentía una cosa engañosa en la que me convencía de que yo era la única persona solitaria e infeliz, mientras que los demás estaban siendo felices de una manera muy concreta. Lo asocio a una experiencia que tuve cuando estaba en la universidad en Boston. Caminaba por el campus, hacía mucho frío. Estaba muy delgada porque tenía un desorden alimentario, miraba por las ventanas y pensaba: dios, todas las personas de esas habitaciones se lo están pasando tan bien, están teniendo la versión de los años universitarios que yo pensé que tendría, bebiendo, bailando. Soy muy capaz de repetir eso en cada de mis experiencias, de pesar que todo el mundo tiene matrimonios felices”.

Aunque se perciba y se venda como una memoria del divorcio, Astillas es también un libro sobre la maternidad temprana, como ella recalca a menudo, y, aunque se incluyan las necesarias escenas de malestar maternal –pasar un mal Covid a solas con un bebé: experiencia cero recomendable–, hay también fabulosas escenas, muy sensoriales, de pura alegría, el tipo concreto de alegría casi delirante que solo se experimenta en compañía de niños. Se leen como una refrescante corrección después de tanta (necesaria) reflexión sobre la ambivalencia y los terrores de la maternidad por parte de escritoras, y no tanto de escritores, que han ocupado ese terreno literario con sus libros sobre la paternidad feliz. “Me alegra que lo diga, porque encontré mucho más difícil escribir sobre los momentos de felicidad que sobre los momentos de dolor, y cómo hacer que esos omentos de felicidad pareciesen interesantes, vivos, frescos, alejados del cliché”. Una constante en una autora que vive y escribe, citando de refilón a Martin Amis, en guerra contra el cliché.

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