Mad men. Don Draper y su cuadrilla de publicistas neoyorquinos tienen que trasladarse por unos días a Los Ángeles para fichar con un cliente. Todos están horrorizados por la idea de ir a la decadente Costa Oeste. Le preguntan a Draper: “Pero qué mierda, ¿para qué vamos a la Costa Oeste, qué hay en la Costa Oeste?”. Y, muy tímidamente, Don Draper dice: “Ray Bradbury”. La anécdota la recuerda el escritor Rodrigo Fresán en la presentación del contundente volumen de los Cuentos de Bradbury (1920-2012) que publica Páginas de Espuma, con más de un centenar de relatos y un millar de páginas del autor de libros míticos como Crónicas marcianas –sobre la complicada colonización de Marte y la mala recepción de los marcianos y parte de cuyas historias se encuentran en estos Cuentos – y, por supuesto, de la novela Fahrenheit 451 , la temperatura a la que arde el papel. Una distopía sobre una sociedad en la que los libros están prohibidos y los bomberos acuden a las casas a quemar la literatura.
Si la novela Fahrenheit 451 –y su adaptación fílmica con Oskar Werner y Julie Christie– son una referencia inexcusable, la narrativa breve de Bradbury ha fijado durante décadas gran parte de nuestro imaginario fantástico y sigue vigente en el siglo XXI con relatos míticos y tan tempranos como La multitud, en la que el protagonista descubre que la masa de gente que se forma tras un accidente está formada siempre por los mismos individuos.
“Estaba fuera del sistema literario, sobre todo del neoyorquino”, recuerda Fresán. Y su imaginación, evoca, era prodigiosa: “Tras aparecer Crónicas marcianas en 1950 se encontró en una librería de Los Ángeles con Aldous Huxley (el autor de Un mundo feliz ), entonces profeta del LSD. Bradbury, bastante joven, le regala su libro, Huxley lo lee, asombrado, y le dice: ‘Tendrías que tomar LSD, porque se te ocurrirían miles de ideas’. Y Bradbury le responde: ‘Yo lo que necesito es una pastilla para que se me ocurra solo una idea por vez, miles se me ocurren a lo largo del día sin necesidad de ninguna droga’”.
El editor Paul Viejo asume que, aunque los relatos de Bradbury siempre han estado disponibles en las librerías, no trascendía fuera de los aficionados al género fantástico. “Y siempre se repetían las mismas antologías, los mismos libros, eso fue diseñado por el propio Bradbury y sus agentes. Se repitieron durante décadas, pero publicó mucho más. Y cuando nos llegan sus historias de marcianos todas juntas, en realidad él año tras año mezclaba los marcianos, las casas de terror, jugaba al suspense, a lo sobrenatural, mezclaba cuentos infantiles sobre su infancia y la de los demás...”, evoca. Amén de las diferentes versiones de sus cuentos a lo largo del tiempo.
Por eso ahora propone una antología cronológica que permite ver la evolución vital y literaria del autor, cuyo gran logro, añade Fresán, “es que patenta la idea de que el futurismo y la ciencia ficción puede ser algo trágico y melancólico, algo que pudo haber sido y no fue. Cohetes que funcionan mal”.
Para Laura Fernández, autora del prólogo, en los relatos de Bradbury “se abre una realidad dentro de otra realidad, algo que no habías visto antes. Un personaje presencia algo que estaba ahí siempre o que de repente solo se le aparece a él. Lo intenta explicar a otra persona que no lo acaba de entender, que no está en esa realidad, y eso se vuelve a cerrar. Está la sensación de realidades que conviven y que en él parten del asombro infantil”. Fresán remacha: “Decía que todos sus libros eran infantiles porque estaban escritos desde y sobre la maravilla infantil mantenida a lo largo de toda una vida”.
